martes, 4 de noviembre de 2014

La Casa de la Ira



Caía la noche sobre los Reinos y la luz se desvanecía del cielo, pero esto no impedía que la actividad en Waterdeep fuera igual de intensa, a veces incluso más, que a mediodía.

Ágata cerró la persiana de la tienda y despidió a su ayudante hasta el día siguiente.  Con gestos mecánicos y naturales activó los dispositivos que ella misma había instalado en la entrada y que evitarían que los amigos de lo ajeno entraran en su establecimiento.

-¿El poder de la palabra?  ¿En serio?  Debe de ser el nombre más obvio para una escribanía que he oído nunca.
-Ni siquiera sabía que supieses leer, Hank.
-Muy graciosa.  Algún día tu lengua larga te va a dar algún disgusto.  El jefe quiere verte.
-Pues aquí estoy.  ¿Qué quiere su magnificencia de una humilde tendera?

El tono de Ágata iba oscilando del sarcasmo a la mordacidad.  Estaba muerta de miedo, pero siempre supo disimular sus nervios con comentarios ingeniosos.  Era como un mecanismo de defensa.

-Sígueme -dijo simplemente el matón y comenzó a caminar, seguro de que la mujer le seguiría de un modo u otro.

En lugar de dar varias vueltas al barrio comercial como las últimas veces, tratando de perderla entre sus calles, Hank la condujo directamente hasta una casa anodina y vulgar ubicada entre una tienda de cerámica y un establo.  Una vez allí, el semiorco le hizo un gesto para que pasase delante de él hacia el interior del portal. 

Ágata obedeció silenciosa y avanzó por la penumbra hasta una pequeña instancia pobremente iluminada por un candil de aceite.  En la mesita que ocupaba el centro de la estancia le esperaba una familiar figura.  Se trataba de un humano de aspecto corriente.  Su pelo negro cortado a la costumbre de la ciudad y sus ojos marrones no tenían nada de especial.  De hecho, ésa era la mejor ventaja de aquel individuo: era una persona normal y corriente.  Lo más olvidable del mundo.  Nadie lo miraría dos veces por la calle ni lo recordaría si cruzaba algunas palabras con él.

-Siéntate, Ágata- dijo con una voz monocorde. -Cuéntame cómo va todo.
-Todo ocurrió como predijiste.  Apareció una amiga de Hummer y trajo con ella otras dos compañeras.  Las tres entraron en mi tienda y reclamaron el paquete de seguridad.  Entenderás que esto es de lo más irregular, ya que el servicio que doy es para prevenir exactamente este tipo de cosas.  Se supone que ofrezco un sistema de emergencia para que, si algo le pasa a uno de mi clientes, se avise a sus conocidos.  No me gusta ser el cebo de una trampa, ni mucho menos su artífice.
-Pero no fue una trampa en absoluto.  El deseo de tu amigo era que esa amiga encontrase sus pertenencias y transmitirle el conocimiento de lo que anda buscando.  Lo que luego le ocurra a ella, a sus aliados o al propio Johnny ya no es asunto tuyo.
-Lo sé, y trato de no pensar mucho en ello.
-Te aseguraste de que encontrarían el lugar, supongo.
-Fue casi providencial.  Me compraron unas brújulas y así no tuve que engañarlas ni sugerirles nada.
-¿Y cómo unas brújulas ayudarían a encontrar ese lugar?  Está protegido por una magia muy poderosa, ya te lo dije.
-Sí.  Ése es el problema de vosotros, los magos.  Os pensáis que la magia lo puede todo.  Elegís el camino fácil: cuatro pases mágicos, unas palabras arcanas y todo solucionado.  La maldición del lugar era específica: "Nadie que quiera encontrar el Sanatorio lo podrá hallar mediante métodos mágicos.  Ningún conjuro de adivinación penetrará sus muros.  Y sólo aquellos que lo encuentren por accidente penetrarán en su recinto"
-Correcto.  ¿Entonces las brújulas no eran mágicas?
-Nada de eso.  ¿Sabes que las brújulas se desvían hacia las fuentes metálicas?  Pues bien, las agujas de esas brújulas, combinadas con el liquen del contorno, están sintonizadas no sólo para apuntar hacia el norte sino que se desvían hacia un determinado tipo de metal.  Un metal que sé seguro que está presente en la estructura de la Casa de la Ira.
-Ingenioso.  ¿Y entonces es así como encontrarán el lugar?
-Sí.  Sin duda se extraviarán en algún momento y usarán los mapas y las brújulas.  Y en ese momento, sin quererlo realmente, encontrarán el lugar.  Estoy segura.

La mirada de su interlocutor apenas cambió un ápice mientras Ágata le relataba su historia.  Sus ojos anodinos parecían casi de cera y el hecho de que apenas parpadease contribuía a darle ese aire aburrido y tedioso.

-... y eso es todo -concluyó Ágata con un gesto teatral.
-Bien.  Supongo que no te habrás guardado ningún detalle esencial.  Este salón está imbuido de una magia de sinceridad.  Seguro que lo has notado al intentar decir tu primera mentira.
-¿Y por qué iba yo a mentirte? -respondió lacónicamente Ágata.
-Tal vez debería modificar el conjuro para hacer imposible tu sarcasmo también.  No sólo me aburre sino que además es como de baja cuna.
-¿Puedo irme ya, entonces?
-Claro, sólo queda un ultimísimo detalle que solucionar.  Mírame fijamente a los ojos una vez más.  Eso es.  No pierdas detalle...

Ágata se encontraba en mitad de una calle bastante transitada.  El ruido de la gente hizo que se sobresaltase y se moviese rápidamente hasta dar con la espalda en una pared.  Con aplomo, preguntó el día y la hora a un comerciante y un rápido cálculo le reveló que había perdido unas dos horas de memoria.

Con paso indiferente se dirigió a su habitación en el piso contiguo a la escribanía, entrando por el portal tras comprobar que la persiana y los dispositivos de seguridad estaban en orden.  Tras acomodarse en el sofá, sacó del interior de su blusa un pequeño objeto metálico que tenía tras él una especie de hilo que le llegaba hasta el cinturón.  Desabrochándoselo, sacó otro objeto similar pero más grande.

Ágata colocó el artilugio frente a una vieja gramola estropeada activó unos botones, regulando unos diales semiocultos hasta que el sonido salió de la bocina claramente.  Pronto recuperaría la información que aquel hechicero la había forzado a olvidar.  Al escucharse a sí misma diciendo que los magos siempre escogían el camino fácil de la magia sonrió.  Sin duda el mago habría comprobado cualquier objeto mágico en su poder, pero no se había molestado en cachearla y, aunque lo hubiese hecho, no habría entendido el funcionamiento de su grabadora.  Magos, tan listos para algunas cosas y tan torpes para otras.

Tras recuperar la información y anotarla en un papel, Ágata se sirvió una copa de vino mientras pensaba qué haría a continuación.  La información es poder, y lo iba a necesitar si quería sacar a Hummer y a sus amigas del atolladero.  Eso contando con que sobrevivieran a lo que quiera que habitase aquel lugar maldito llamado La Casa de la Ira.

2 comentarios:

DSR dijo...

Interesante, curioso tipo el anodino ese, y da mala espina...

Titoki dijo...

Hmmmm. Una amante de la tecnologia la amiga Agata.
Por lo demás, el "jefe" me huele a miembro de una organización chunga. Los Zhentarim o alguna por el estilo.