Caía la noche sobre los Reinos y la luz se desvanecía del
cielo, pero esto no impedía que la actividad en Waterdeep fuera igual de
intensa, a veces incluso más, que a mediodía.
Ágata cerró la persiana de la tienda y despidió a su
ayudante hasta el día siguiente. Con
gestos mecánicos y naturales activó los dispositivos que ella misma había
instalado en la entrada y que evitarían que los amigos de lo ajeno entraran en
su establecimiento.
-¿El poder de la palabra?
¿En serio? Debe de ser el nombre
más obvio para una escribanía que he oído nunca.
-Ni siquiera sabía que supieses leer, Hank.
-Muy graciosa. Algún
día tu lengua larga te va a dar algún disgusto.
El jefe quiere verte.
-Pues aquí estoy.
¿Qué quiere su magnificencia de una humilde tendera?
El tono de Ágata iba oscilando del sarcasmo a la
mordacidad. Estaba muerta de miedo, pero
siempre supo disimular sus nervios con comentarios ingeniosos. Era como un mecanismo de defensa.
-Sígueme -dijo simplemente el matón y comenzó a caminar,
seguro de que la mujer le seguiría de un modo u otro.
En lugar de dar varias vueltas al barrio comercial como las
últimas veces, tratando de perderla entre sus calles, Hank la condujo directamente
hasta una casa anodina y vulgar ubicada entre una tienda de cerámica y un
establo. Una vez allí, el semiorco le
hizo un gesto para que pasase delante de él hacia el interior del portal.
Ágata obedeció silenciosa y avanzó por la penumbra hasta una
pequeña instancia pobremente iluminada por un candil de aceite. En la mesita que ocupaba el centro de la
estancia le esperaba una familiar figura.
Se trataba de un humano de aspecto corriente. Su pelo negro cortado a la costumbre de la
ciudad y sus ojos marrones no tenían nada de especial. De hecho, ésa era la mejor ventaja de aquel
individuo: era una persona normal y corriente.
Lo más olvidable del mundo. Nadie
lo miraría dos veces por la calle ni lo recordaría si cruzaba algunas palabras
con él.
-Siéntate, Ágata- dijo con una voz monocorde. -Cuéntame cómo
va todo.
-Todo ocurrió como predijiste. Apareció una amiga de Hummer y trajo con ella
otras dos compañeras. Las tres entraron
en mi tienda y reclamaron el paquete de seguridad. Entenderás que esto es de lo más irregular,
ya que el servicio que doy es para prevenir exactamente este tipo de
cosas. Se supone que ofrezco un sistema
de emergencia para que, si algo le pasa a uno de mi clientes, se avise a sus conocidos. No me gusta ser el cebo de una trampa, ni
mucho menos su artífice.
-Pero no fue una trampa en absoluto. El deseo de tu amigo era que esa amiga
encontrase sus pertenencias y transmitirle el conocimiento de lo que anda
buscando. Lo que luego le ocurra a ella,
a sus aliados o al propio Johnny ya no es asunto tuyo.
-Lo sé, y trato de no pensar mucho en ello.
-Te aseguraste de que encontrarían el lugar, supongo.
-Fue casi providencial.
Me compraron unas brújulas y así no tuve que engañarlas ni sugerirles
nada.
-¿Y cómo unas brújulas ayudarían a encontrar ese lugar? Está protegido por una magia muy poderosa, ya
te lo dije.
-Sí. Ése es el
problema de vosotros, los magos. Os
pensáis que la magia lo puede todo.
Elegís el camino fácil: cuatro pases mágicos, unas palabras arcanas y
todo solucionado. La maldición del lugar
era específica: "Nadie que quiera encontrar el Sanatorio lo podrá hallar
mediante métodos mágicos. Ningún conjuro
de adivinación penetrará sus muros. Y
sólo aquellos que lo encuentren por accidente penetrarán en su recinto"
-Correcto. ¿Entonces
las brújulas no eran mágicas?
-Nada de eso. ¿Sabes
que las brújulas se desvían hacia las fuentes metálicas? Pues bien, las agujas de esas brújulas,
combinadas con el liquen del contorno, están sintonizadas no sólo para apuntar
hacia el norte sino que se desvían hacia un determinado tipo de metal. Un metal que sé seguro que está presente en
la estructura de la Casa de la Ira.
-Ingenioso. ¿Y
entonces es así como encontrarán el lugar?
-Sí. Sin duda se
extraviarán en algún momento y usarán los mapas y las brújulas. Y en ese momento, sin quererlo realmente,
encontrarán el lugar. Estoy segura.
La mirada de su interlocutor apenas cambió un ápice mientras
Ágata le relataba su historia. Sus ojos
anodinos parecían casi de cera y el hecho de que apenas parpadease contribuía a
darle ese aire aburrido y tedioso.
-... y eso es todo -concluyó Ágata con un gesto teatral.
-Bien. Supongo que no
te habrás guardado ningún detalle esencial.
Este salón está imbuido de una magia de sinceridad. Seguro que lo has notado al intentar decir tu
primera mentira.
-¿Y por qué iba yo a mentirte? -respondió lacónicamente
Ágata.
-Tal vez debería modificar el conjuro para hacer imposible
tu sarcasmo también. No sólo me aburre
sino que además es como de baja cuna.
-¿Puedo irme ya, entonces?
-Claro, sólo queda un ultimísimo detalle que
solucionar. Mírame fijamente a los ojos
una vez más. Eso es. No pierdas detalle...
Ágata se encontraba en mitad de una calle bastante
transitada. El ruido de la gente hizo
que se sobresaltase y se moviese rápidamente hasta dar con la espalda en una
pared. Con aplomo, preguntó el día y la
hora a un comerciante y un rápido cálculo le reveló que había perdido unas dos
horas de memoria.
Con paso indiferente se dirigió a su habitación en el piso
contiguo a la escribanía, entrando por el portal tras comprobar que la persiana
y los dispositivos de seguridad estaban en orden. Tras acomodarse en el sofá, sacó del interior
de su blusa un pequeño objeto metálico que tenía tras él una especie de hilo
que le llegaba hasta el cinturón.
Desabrochándoselo, sacó otro objeto similar pero más grande.
Ágata colocó el artilugio frente a una vieja gramola
estropeada activó unos botones, regulando unos diales semiocultos hasta que el
sonido salió de la bocina claramente.
Pronto recuperaría la información que aquel hechicero la había forzado a
olvidar. Al escucharse a sí misma
diciendo que los magos siempre escogían el camino fácil de la magia
sonrió. Sin duda el mago habría
comprobado cualquier objeto mágico en su poder, pero no se había molestado en
cachearla y, aunque lo hubiese hecho, no habría entendido el funcionamiento de
su grabadora. Magos, tan listos para
algunas cosas y tan torpes para otras.
Tras recuperar la información y anotarla en un papel, Ágata
se sirvió una copa de vino mientras pensaba qué haría a continuación. La información es poder, y lo iba a necesitar
si quería sacar a Hummer y a sus amigas del atolladero. Eso contando con que sobrevivieran a lo que
quiera que habitase aquel lugar maldito llamado La Casa de la Ira.
2 comentarios:
Interesante, curioso tipo el anodino ese, y da mala espina...
Hmmmm. Una amante de la tecnologia la amiga Agata.
Por lo demás, el "jefe" me huele a miembro de una organización chunga. Los Zhentarim o alguna por el estilo.
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