lunes, 30 de junio de 2008

¿Qué hace un clérigo como tú en una isla como ésta?

"11 negro impar y falta"

El conjunto de mirones, asistentes a la fiesta en el casino flotante halruaano, empezó vitorear. Otra vez había ganado aquel estrafalario personaje que, según se rumoreaba, era también halruaano. El siguiente movimiento del halruaano hizo las delicias de aquel decadente público: Como si la cosa no fuese con él, el halruaano se dirigió al crupier y declaró: "Todo al rojo". Si la nebulosa de alcohol y adrenalina les hubiese permitido mirar atentamente a aquel desconocido habrían descubierto un ligero temblor en sus manos.

Con 40.000 piezas de oro como ganancias, Menkes Turner pensaba en las dimensiones de la biblioteca que iba a montar. En los aprendices que le servirían. En los arcanos secretos que descubriría en su flamante y nuevo laboratorio... olvidando que lo que Tymora te da, fácilmente te lo quita.

Menkes se había subido a aquella calesa tranquilamente, suponiendo que sería un regalo del casino. La figura que le esperaba dentro no dejaba lugar a dudas: una Máscara Nocturna. Menkes se había entrometido en un fraude organizado por esa organización, y aquel misterioso personaje parecía dispuesto a hacerle pagar. Y no sólo con las ganancias, de entre las cuales aquel extraño mostró un interés desmedido por una extraña gema con brillo propio. Aquel extraño parecía tener una misión para él.

El relativamente joven mago Menkes no se lo pensó. Tocando disimuladamente su anillo familiar, dejó que la magia del Hechizo cayese sobre aquel extraño: "Déjame salir. Eres mi amigo, ¿verdad? Y no querrías que me ocurriese nada malo...". Aquel hechizo parecía haber funcionado, ya que el extraño le abrió la puerta del carruaje dejándole marchar. El exterior estaba más oscuro que la boca del lobo, y Menkes sospechaba que una Oscuridad Mágica estaba afectando el lugar. Mascullando unas palabras en el arcano lenguaje, Menkes adquirió la capacidad de volar y, tras dudar un momento, decidió ascender con las manos por delante hasta dar con un techo o salir a aquella agobiante oscuridad. "Debo hacerme con una piedra de Luz Continua", se dijo a sí mismo. Y no sabía la razón que tenía...

Tras palpar el techo de un túnel o caverna, Menkes se encaminó hacia lo que recordaba como la dirección trasera de la calesa en la que había viajado, con la esperanza de encontrar una ruta de escape. "Gastón, ¿sigues sin poder sacarnos de aquí?" El bastón le respondió telepáticamente: "Sigo bloqueado, Menkes. Toda esta zona está protegida contra la teleportación. ¿En qué nos has metido ahora?". Ignorando el reproche del bastón mágico, Menkes vislumbró a la luz de la yesca una puerta. Tras ella, una Infra-antorcha le esperaba y un pasadizo le condujo a una estancia. La estancia estaba vacía salvo por alguna decoración menor en las paredes una gran mesa en el centro. Pero... ¿Por qué una mesa iba a tener esa forma tan rara? Parecía como sí... El pensamiento heló la sangre en las venas del hechicero. Mientras la mente de Menkes asumía que lo que estaba viendo era en realidad un ataúd, Gastón le informaba mentalmente de que estaban en el cubil del reconocido vampiro Galaundra. La obviedad cayó por su propio peso cuando la voz le habló a su espalda: "Bienvenido a mi casa. ¿Seguimos hablando?".

Aquel era un vampiro poco común, si Menkes hacía caso de lo descrito por los libros que había leído. En lugar de atacarle y drenar su vida, aquel ser estaba hablando de negocios. Al parecer, Menkes debía recuperar un anillo de las ruinas de un antiguo templo de Tyr, ubicado en las inmediaciones de la isla pirata de Tortuga. Con él y con la gema que ya obraba en poder del vampiro, por lo visto, Galaundra podría volver a ver la luz del sol y degustar la comida humana. Si aquello significaba que volvería a ser humano o si por el contrario se convertiría en el primer vampiro con un bronceado envidiable de todo Faerûn era algo que Menkes desconocía, aunque por supuesto prefería la primera opción: un humano siempre era más fácil de destruir que un vampiro.

Para sellar el acuerdo, el vampiro le obligó a estrechar su mano. Cuando Menkes la soltó, vió una gota de sangre en su palma. "¿Qué has hecho?" le preguntó al ser. "¡Oh, nada, nada! Me he asegurado de que cumples lo que me acabas de decir, o de lo contrario te arrepentirás...". Los conceptos de "Geas" e "Impedimento Mágico" pasaron como centellas por la mente de Menkes, que se marchó de allí pensando "Te arrepentirás, vampiro. Aunque sea lo último que haga, te haré bailar en el desierto de Anauroch a mediodía".

Menkes se puso en marcha en cuanto pudo. Gastón le teleportó a una conveniente posada, a 10 minutos de las Cúspides de la Mañana, el mayor centro de adoración a Lathander del Norte, situado en Waterdeep. Discutir de magia con no iniciados era algo que a Menkes solía parecerle divertido, aunque aquél no era un día para perder el tiempo. Con el universal idioma del dinero, Menkes adquirió una piedra de Luz Continua y fue investigado mágicamente en busca de conjuros, maldiciones y hechizos que le afectasen. Al parecer el vampiro se la había jugado, ya que no había rastro de impedimento mágico alguno. Admirando en parte el estilo intimidatorio de Galaundra, Menkes volvió a Westgate a esperar un barco que le acercase a esa isla de piratas. Si conseguía el objeto podría intentar sacarle algo de pasta o de conocimiento a Galaundra... o por lo menos podría acercarse a su cubil con las cinco redomas de agua bendita adquiridas en el templo.

Dos semanas después, Menkes y otro halruaano, Zasalamel, embarcaban de noche en un barco negro en el más absoluto de los sigilos. Al parecer, dos pasajeros con destino a Tortuga habían tenido un "ligero percance" y habían dejado dos oportunas vacantes en el barco. No ignorando la oportunidad de este suceso, ambos hechiceros habían embarcado, cada uno con sus propios motivos, rumbo a Tortuga.

Dentro del barco se establecían turnos para comer y salir a cubierta, de modo que en ningún momento tuvieron una visión clara del resto del pasaje. En varios momentos a Menkes le pareció ver una figura menuda y estilizada con melena blanca y piel morena. La mente de Menkes decidió ignorar este hecho hasta que pudiera encargarse de digerirlo apropiadamente.

Menkes y Zasalamel volaban sobre las olas en dirección a una isla cercana a Tortuga con el nombre de Santuario. Menkes sospechaba que el nombre de la isla tendría algo que ver con el desparecido templo a Tyr. Sus sospechas parecían confirmarse cuando en la orilla de Santuario se encontraron con Galwyn, Paladín de Tyr. Acompañado por Isis, una guerrera élfica un tanto malencarada, buscaban a un clérigo de Cyric para ajustar cuentas y encontrar un objeto sagrado de Tyr. La idea de enfrentarse a un clérigo del Dios Loco no era nada atrayente, pero siendo un hombre pragmático como era, Menkes se unió a ambos con la esperanza de que Galwyn encontrase el anillo de Tyr.

La fauna de aquella isla era algo peculiar, ya que una especie de lagarto gigantesco con una boca tremenda llena de dientes como espadas yacía en la playa. El resto del cuerpo del lagarto, separado de la mencionada cabeza, estaba siendo descuartizado por unos hombres que, según decían, transportarían la carne a Tortuga para su consumo. En estas, Menkes pudo comprobar cómo un segundo reptil salía de la jungla cuando una especie de bolsita apestosa le cayó de no se sabe muy bien dónde. Viendo al paladín y a la guerrera luchar, Menkes respiró tranquilo. Muy pocas cosas podrías resistir a la furia de esos dos.

Por la noche, y tras establecer los turnos de guardia, Menkes se echó cerca del fuego a descansar. Cuando estaba en lo mejor de sus sueños (una bailarina estaba por quitarse el séptimo velo) una explosión ensordecedora le sacó brutalmente de tan placentera visión. Una inmensa bola de fuego había estallado desplazándole varios metros. Al recuperar la verticalidad, Menkes y sus compañeros se enfrentaron a un mago rojo de Thay y dos de sus discípulos, además de un Sirviente Aéreo conjurado por el clérigo de Cyric. Tras ver la situación desesperado y a punto de perder la consciencia, Gastón teleportó a Menkes a las puertas del templo de Lathander. Allí, tras curar sus heridas y adquirir pociones de curación, recuperó fuerzas y volvió a solicitar los servicios de Gastón para volver a la playa.

Allí, entre los demás habían terminado con los intrusos (enviados por lo visto por el enemigo de Isis, el clérigo de Cyric). Se dispusieron a descansar redoblando las guardias y con la idea de emprender el ascenso a la isla volcánica al día siguiente. Al empezar a preparase para la partida, un grupo de habitantes de la isla aparecieron en la playa. Al parecer impresionados por la muerte del reptil gigante, los aventureros les dejaron llevarse la carne y les siguieron a su poblado, donde fueron recibidos con honores y participaron en un banquete. Pese a la sospecha continuada de que iban a ser el plato principal del menú, descubrieron que estos nativos eran un pueblo más o menos pacífico que hacía incursiones periódicas a la selva en busca de alimento. Al parecer, la mujer del Jefe de la Tribu había muerto recientemente en un ataque de uno de aquellos reptiles.

Sabiendo del recelo de los nativos por la magia, Menkes esperó a estar solo al día siguiente para ejecutar un sortilegio que le permitiría entender a cualquiera a su alrededor. Lamentablemente, este hechizo tenía una duración limitada, y tras tranquilizar al Jefe y explicarle que más adelante podría, mediante otro hechizo, entenderle aunque no podría hacerse entender, apenas pudo hacer preguntas hasta que el hechizo se desvaneció. Entendiendo únicamente lo que aquel primitivo ser le contaba, y haciéndose explicar mediante dibujos en la arena, Menkes averiguó entre otras cosas que sus compañeros estaban de cacería con los guerreros de la tribu y que el lugar más probable donde encontrar las ruinas del templo era el interior del volcán, inactivo desde hace mucho tiempo. Dentro del volcán, no obstante, podría encontrarse con los Hobitos, una tribu rival que, según el Jefe, practicaban el canibalismo y eran realmente feroces. Además, eran como tres veces superiores en número a su tribu, motivo por el cual evitaban el conflicto siempre que podían. Un guía podría orientarles, pero no les acompañaría todo el camino.

Heridos y fatigados, sus compañeros regresaron de la cacería. Más muertos que vivos, necesitaron varios días al cuidado del hombre-medicina de la tribu y de Galwyn para reponerse. Durante este tiempo, Menkes también averiguó que el símbolo de los Hobitos coincidía con el símbolo que Galwyn identificó como el símbolo de Cyric, de modo que o bien los hobitos eran adoradores de Cyric, o bien el clérigo al que perseguía Isis estaba haciendo adeptos rápidamente. Listos, curados y animados se dirigieron a la boca del volcán. Tras descender hacia el cráter, utilizaron una ilusión de un fuego en un lado de la planicie interior para evitar encuentros innecesarios con la guardia de los hobitos.

Entraron en la única construcción de piedra de lugar, asumiendo que allí podrían encontrar al clérigo y al mago rojo que aún quedó con vida. En la puerta de una habitación, el relámpago del mago rojo de Thay (que estaba invisible frente a ellos) les sorprendió, mientras que Sir Galwyn era paralizado por una trampa en la puerta. Recuperándose como pudo, Isis llenó con telarañas el interior de la habitación del mago, mientras que Menkes lo envolvía en una Nube Hedionda que le haría vomitar, evitando su concentración y sus hechizos.

Lamentablemente, el sonido de una ventisca les hizo reaccionar. Otro sirviente aéreo se materializaba en un pasillo, siguiendo las órdenes del clérigo de Cyric. Creyendo tener tiempo, Menkes lanzó una terrible bola de fuego que el sirviente aéreo encajó cono dolor. Pero no fue suficiente. Menkes caería inconsciente a los pies del inmovilizado Galwyn.

Lo siguiente que Menkes vería sería el mortificado rostro del paladín imponiendo sus manos sobre él y trayéndolo de vuelta al mundo de los vivos. Tras ello, corrieron a buscar al clérigo antes de que fuera demasiado tarde y volviera a huir. Ya en la habitación del mismo, intentaron todo lo que pudieron para sobrepasar el muro de cuchillas con el que se había rodeado.

Tras algunas intentonas por parte de una enloquecida Isis, y un fallido intento de Hechizar al clérigo por parte de Menkes, el clérigo reaccionó desesperadamente. Afortunadamente, Menkes pudo dar la orden al bastón de teleportarle, por tercera vez, a las puertas del templo de Lathander, antes de que la columna de fuego conjurada por el sacerdote le cayese en la cabeza. Por un precio bastante módico, Menkes se hizo con una celda en el templo de Lathander, ya que se veía muchas veces por allí.

Y no es que Menkes fuese un descreído, nada de eso. O sea, él creía y adoraba a Mystra como casi todos los magos humanos, aunque su verdadera devoción era hacia su ministro, Azuth, señor de los conjuros. Menkes veía mucho más imparcial a ese dios-servidor que a la propia Mystra, que tras el tiempo de los trastornos había dejado de lado su objetividad. El Dios del Amanecer, Lathander, le reconfortaba. Le gustaba tener la sensación de que "mañana empieza un nuevo día" y "siempre estás a tiempo de cambiar". ¿Cambiaría Menkes? No lo creía, pero nunca se sabía. Además, estaba el factor de Lathander era un gran Dios y las Cúspides de la Mañana el mayor de sus templos. Si quería cualquier hechizo clerical (y seguramente algún que otro arcano) podría encontrarlo allí. Pagando religiosamente, uno de los clérigos accedió escudriñar en una pila de agua a modo de bola de cristal, encontrando a sus compañeros. Al parecer, escapaban de la erupción del volcán... y aquel halruaano que había viajado con él había encontrado su anillo.

Menkes agradeció los servicios del templo y utilizó de nuevo a Gastón para teleportarse a la playa, donde raudo y veloz se montó en la balsa que los alejaría a todos de la nefasta isla. Según pudieron ver desde la seguridad del mar, la lava caía selectivamente por la isla, dejando el poblado de sus aliados intacto. Menkes sonrió irónicamente, pensando que Tye era justo pero poco práctico, ya que aquella gente había sido salvada de morir abrasada, sólo para encontrarse en una isla en la que todo su sustento había sido enterrado bajo toneladas de roca fundida. "Los dioses tienen sentido del humor, supongo", pensó Menkes desechando de nuevo cualquier sentimiento religioso.

Tras desembarcar en Tortuga y pagar por una habitación, Menkes acostó al extenuado Zasalamel y echó la mano al bolsillo donde le había visto guardar el anillo. "Te lo compensaré, Zas", susurró mientras llevaba el anillo a la luz y lo limpiaba de herrumbre y ceniza. Milagrosamente, no había sufrido daño alguno. Una llamada a la puerta le distrajo: "Señor Turner, preguntan por usted". Teniendo en cuenta que había dado un nombre falso al posadero, dedujo que se trataba sin duda de Galaundra o de alguien enviado por él para obtener el anillo.

"Está resultando complicado protegerle, señor Turner". La voz pertenecía al drow que Menkes había intuído ver en el barco que les trajo a Tortuga. "Y ahora, deme lo que el Maestro le ha pedido, señor Turner, y tenga este obsequio a cambio". En la mano enguantada del drow había un pequeño estuche. Dentro de él, un anillo con varios cristales de extraño brillo hacía vibrar sus sentidos místicos. "Cualquier hechicero mataría por uno de esos, señor Turner. Permite preparar más hechizos de los que normalmente podría memorizar. Considérelo un pago por la misión... y un preludio de los grandes negocios que podemos hacer, las Máscaras y usted. Seguiremos en contacto, señor Turner, no lo dude..."

Aquella situación le ponía los pelos de punta. "Supongo que podría colaborar con ellos sin con ello no perjudico a nadie. O si con ello obtengo beneficio. O si con ello puedo conservar mi preciada sangre dentro de mi cuerpo...". Menkes intuía que nada bueno podría salir de una asociación con semejante y temida organización criminal, pero hacía mucho tiempo que no tenía escrúpulos, y no iba a empezar a tenerlos ahora, especialmente con un Anillo de Hechicería en la mano.

"Tendría que compensar al muchacho por haber encontrado el anillo. Igual le enseño algún hechizo práctico. ¿Será demasiado mayor para ser mi aprendiz, o seré yo demasiado joven para ser un maestro? Da igual, al fin y al cabo, nunca sabes cuándo puedes necesitar la ayuda de otro hechicero, que también es halruaano, con una talla parecida a la mía y que, con la ropa apropiada y la luz adecuada podría confundirse conmigo..." Silbando alegremente, subió las escaleras en dirección a la habitación...