Las filas de la caballería pesada permanecían inmóviles,
distribuidos en una doble línea de ataque de diez o doce jinetes. Los destreros
de guerra de los pocos caballeros y campeones presentes y los caballos de los más
humildes sargentos y hombres de armas piafaban inquietos. Detrás, la infantería y los arqueros, montados en todo tipo de caballos o incluso mulas, esperaba de igual manera. Aparte
de ese sonido y de los ocasionales movimientos de los hombres y mujeres sobre
las sillas de cuero, la formación permanecía en silencio.
Al igual que las filas del enemigo, situados a apenas
trescientos metros.
-Malditos sean sus
huesos. ¿A qué demonios están jugando esos adefesios? – gruño el veterano
caballero, Sir Bronne.
-S...Si, esto… esto es…raro. – confirmó Sir Crispin Ironchest, secándose con un
pañuelo el sudor que se acumulaba bajo el yelmo.
-Vosotros tenéis más
experiencia que yo luchando contra trolls. ¿Es esto normal? – preguntó
inquieta Brunilda, señalando a las filas de la horda que se agolpaba al otro
lado del campo.
Las horribles criaturas permanecían en silencio e
inmóviles, esperando. De vez en cuando alguna chasqueaba sus inmensas mandíbulas
con un sonido audible incluso a tan larga distancia; pero por lo demás estaban
allí, impasibles e inmutables.
-En absoluto es
normal, chiquilla – contestó Sir Bronne, sonriendo al ver la airada mirada
de la guerrera – Lo usual es que en
cuanto nos hubiesen visto, la horda entera hubiese cargado contra nosotros de forma
desorganizada, cada cual por su lado.
-Parece difícil de
creer que pudieran hacer algo tan estúpido. Incluso los yetis del Páramo Helado
sabían combatir en grupo contra un oponente a caballo.
-Pa… para ellos no…
no somos opo… oponentes. ¡Solo comida! Y por tan… tanto lo normal seria que…
que corriesen hacia ella… cada cual por… por su cuenta – aclaró Sir
Crispin.
-El joven Crispin
tiene razón. Los trolls no suelen seguir ninguna estrategia. Ellos no entienden
de batallas si no de cenas… Pueden ir en grupo para conseguir un buen banquete
o acabar con un oponente numeroso, pero a la hora del combate pensaran como
cazadores, no como soldados. Cada cual escogerá a una o más presas e ira a por
ellas, sin preocuparse demasiado del resto de enemigos, y mucho menos de sus
colegas de andanzas… A esas alturas de hecho ya no son colegas, si no rivales a
la hora de repartir los bocados más suculentos.
-Y entonces ¿Qué
demonios está pasando aquí? – se quejó Brunilda.
Los dos caballeros se miraron entre ellos preocupados.
-No… No lo sa… sabemos.
¡Nunca… nunca habíamos visto algo a… así!
-¡Genial!,
absolutamente genial. Llevamos aquí parados más de dos horas. Si esto sigue
así, comenzará a oscurecer. ¿Puede ser que esos bichos quieran esperar a que
sea de noche? Por lo que tengo entendido son criaturas nocturnas ¿no? A lo
mejor no están cómodos siendo de día, aunque esté tan nublado como hoy…
-Podría ser una
explicación – musitó pensativo Sir Bronne – Pero para seguir esa estrategia debería haber una cabeza pensante ahí
abajo…
Sir Crispin se levantó en sus estribos, con un sonoro
crujido de cuero y metal, y oteó el campo enemigo.
-No… No veo ningún…
ningún bicho más grande que el resto. Ninguno de… de dos cabezas tampoco…
Ningún lí… líder visible…
-Y si hubiese un
líder sería bien visible, desde luego. Para controlar a ese grupo tan numeroso
debería ser enorme, feo y malvado. Y estaría moviéndose entre ellos, gruñendo y
sacudiéndoles para mantenerles obedientes, y ahí están todos bien quietecitos…
-Entonces, por Tempus
¿Qué hacemos? – Exclamó la iracunda norteña.
-El plan era que
cargasen contra nosotros. Los separaríamos en grupos más pequeños y los
soldados de a pie vendrían detrás y quemarían los restos, y en caso de que nos
fuese mal nos retiraríamos y los arqueros los retendrían con flechas
flamigeras. Era un buen plan, pero no parecen muy cooperativos con él, los muy
malditos. Están todos allí abajo, bien juntitos y agolpados… No se si será por
designio o por accidente, pero están tan juntos que casi parecen formar un
cuadro de infantería: una buena defensa contra la caballería.
-¡La… Lastima no te…
tener a un mag… mago o dos con bo… bolas de fuego!
-Si. Pero no es así.
En fin, – suspiro el veterano caballero – habrá que cargar. No podemos dejarles así hasta el anochecer. ¡No
podemos combatir contra ellos en campo abierto de noche! Con suerte se
disgregarán cuando carguemos. Si no lo hacen tendremos que romper su cuadro
nosotros a las bravas, pero nos costará sudor y sangre.
-Son duros los
malditos, pero tenemos bastantes jinetes. Les pasaremos por encima. –
Comentó belicosa y optimista Brunilda. Ahora que la decisión estaba tomada,
parecía más animada.
Sir Crispin la miró escéptico y acto seguido se giró hacia
Sir Bronne, expectante.
-Ejem – tosió
este, adelantando su caballo - ¡Caballería!
Preparada para cargar. Recordar, atacad por parejas ¡Dos lanzas para cada uno
de esos bichos! Luego, espadas y hachas. Si caen, no os paréis a rematar, la infantería montada nos
seguirá con antorchas y brea y se encargara de los que tumbéis. ¡Infantería
montada! Nos seguiréis tan rápido como vuestras monturas os permitan y vuestra
labor será rematar a los trolls caídos antes de que se vuelvan a levantar. También tendréis que acabar con cualquiera de esos bichos que permanezca en pie tras la carga... ¡Arqueros! Desmontad y preparad una linea de fuego. Si nos tenemos que retirar,
quiero una lluvia de flechas en llamas entre ellos y nosotros ¿queda claro?
Los distintos sargentos asintieron y se dispusieron a
organizar a sus hombres, que ya preparaban sus armas y arreos y se daban gritos
unos a otros de ánimo. Un optimista comenzó a tocar una trompa de guerra, y
otros a cantar loas a Tempus, Tymora y otra plétora de dioses.
Sir Bronne se puso a la cabeza de las líneas de caballería
y bajando el visor de su yelmo, aprestó la lanza. Su pendón, un escudo púrpura
y un torreón verde, se agito con los movimientos.
-¡Avanzad! ¡Mantened
las líneas!
La caballería comenzó a avanzar al trote, con un sonoro
crujido de arreos, chasqueo de armaduras, tintineo de cotas de malla y
relinchos de los caballos. Sir Crispin, con una potencia pulmonar insospechada
para un individuo tan escuálido, sopló en un poderoso cuerno de batalla, que
resonó por toda la campiña.
Poco a poco la caballería fue ganando velocidad. Las lanzas
se enfilaron hacia los horribles trolls, que aún permanecían inmóviles y
expectantes.
-Chauntea nos… nos
guarde ¡No… no rompen la forma… formación! – Gritó asombrado el joven
caballero.
-Demasiado tarde para
detenernos, joven Crispin. O les rompemos o nos rompen ellos a nosotros.
¡Cargad! ¡Cargad!
-Ya habéis oído a
Bronne, malditos – chillaba como una posesa Brunilda - ¡Por Tempus! ¡Sin cuartel!
Ya a paso de carga, con los caballos jadeando y con uno de
los jinetes tocando a carga en una corta trompeta de latón, la caballería se
abalanzó como un rayo sobre los Trolls, que esperaban en apretadas filas.
Cuando llego el choque, fue un anticlímax. Las lanzas de
los jinetes se clavaron en los trolls, y estos, sencillamente, se disiparon en
una cortina de bruma neblinosa.
Gritos de asombro surgieron de las filas de los jinetes, y
muchos caballos, sobresaltados se encabritaron, arrojando a algunos jinetes al
suelo; otros intentaron apartarse, chocando con sus vecinos y arrojando hombres
armados al aire o haciéndoles rodar por los suelos. Las maldiciones cubrieron
el campo, junto con relinchos y ruidos de armaduras chocando con el suelo.
Una nube de polvo comenzó a cubrir el campo, causando un
curioso efecto óptico con el sol del atardecer, y aún más confusión entre los
aturdidos guerreros de Darkplains.
-¿Que… que pa… pasa
aquí? – gritó Sir Crispin, que se había mantenido sobre la montura a duras
penas.
-¡Fantasmas! ¡Son
fantasmas! – chillaba un mercenario
-¡Silencio, necio!-
bramó Sir Bronne, tirando al aterrado individuo de su caballo de un masivo
puñetazo – Magia. Era una ilusión, ¡no
hay otra explicación posible!
Brunilda surgió entre las nubes de polvo, magullada y
portando una enorme hacha de doble cabeza. Su caballo la había descabalgado de
manera poco ceremoniosa y se había dado a la fuga, relinchando de pavor… Uno de
sus hombres le estaba intentando dar caza ahora mismo.
La norteña juraba contra su montura, sus soldados, la
suerte y los dioses en general, pero había oído los bramidos de Sir Bronne.
-¡Magia! ¿Quién se
atrevería a hacer esto?
Los dos caballeros descabalgaron, manteniendo sus monturas
bien agarradas, y se acercaron a la furibunda guerrera.
-Ahora, más que
quien, yo más bien me preguntaría ¿porqué? – Meditó Sir Bronne
Los tres oficiales llegaron a la obvia conclusión al mismo
tiempo.
-El… el castillo…
- balbució Sir Crispin
-… Esta casi sin
protección. Nos llevamos casi todos los soldados. Al senescal Anhuire le
dejamos apenas veinte o treinta hombres… - Susurró Bronne.
-… Y Lord Hook no
está allí. – Terminó Brunilda apretando con fuerza el hacha.
-Si alguien quiere
apoderarse del castillo o robar en el, es el momento perfecto, malditos sean
sus huesos.
-Tal… tal vez… los
refuer… refuerzos lleguen a… a tiempo.
-No podemos
arriesgarnos. Allí ahi muchas riquezas, y esto apunta a un robo bien planeado…
Tal vez un asalto armado… Lord Hook tiene muchos enemigos terribles, y podrían
estar dispuestos a hacer cualquier cosa - Exclamo Brunilda
-¡A los caballos!
¡Todos a la Mota Verde ! – Gritó Sir
Bronne con su vozarrón.
Gritos de asombro por parte de los soldados acogieron sus
ordenes.
-¿Qué pasa?
-¿Y ahora, porqué volvemos corriendo al castillo?
-Silencio, malditos
– chilló Brunilda agitando su hacha - ¡Es
una traición! Estos supuestos Trolls estaban aquí solo para sacarnos de la
fortaleza. Casi seguro que están atacando la Mota en este preciso momento. Montad todos, que
los mas rápidos no esperen a las monturas más lentas. ¡Vamos!
Con gritos, maldiciones y relinchos, la hueste de
Darkplains comenzó a abandonar el campo según el estado de sus monturas les
permitiesen. Algunos pobres desafortunados, cuyas monturas habían sido heridas
o no estaban en condiciones de cabalgar fueron los últimos, llevando a los heridos caballos de las riendas o, si estaban heridos, siendo cargados de manera poco ceremoniosa sobre mulas. Al final, solo
algunas lanzas rotas y algún equipo abandonado quedaron allí para atestiguar la
terrible batalla que nunca se luchó.
Un par de figuras surgieron de entre los cercanos árboles
que limitaban el campo, y contemplaron el desaguisado con cierto aire de satisfacción.
-Se han dado cuenta
de todo relativamente rápido. No son tan descerebrados como parecen.
-Si. Pero da igual.
Cuando lleguen será demasiado tarde. Las ilusiones les mantuvieron entretenidos
el tiempo suficiente para llevar a cabo nuestros planes. Creo que saldrá todo
como la seda, jajaja. Vamos, unámonos al resto antes de que aparezca por aquí
algún troll de verdad…
Con agudas risas, los dos misteriosos conspiradores desaparecieron hábilmente entre la maleza.
2 comentarios:
Segundo castillo que veo en globo, Hook a ahorrar!
Cuando pesimismo.
¿Quien ha dicho que quieran detruirlo? A lo mejor solo quieren llevarse los candelabros de plata y la cubertería.
O quedarse con el...
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