jueves, 12 de febrero de 2015

Es duro ser pirata...


Agramon el Pelasgo oteó con cierto desinterés las aguas circundantes. Se encontraba en la proa de una ligera galera que, al amanecer, costeaba una de las innumerables islas que salpicaban el Mar Interior.
Con una única cubierta y diez remos a cada costado, la galera “Brisa Feroz” era una clásica galera Monoreme, resistente, ligera y extremadamente veloz. Un diseño ideal para transportar un buen puñado de guerreros y efectuar ataques relámpago; y exactamente a eso se dedicaba el veloz navío, porque el “Brisa Feroz” era una galera pirata, tripulada por una variada colección de prófugos, delincuentes y criminales procedentes de los cuatro extremos del Mar Interior. Uno de tantos navíos que surcaban las aguas en busca de presas con las cuales enriquecerse ilícitamente.

En este caso, el Brisa Feroz se encontraba lejos de sus terrenos de caza habituales, situados mucho más hacia el sudeste, en las accidentadas costas de Kadesh y las islas del Sur del Mar Interior. En esas aguas abundaban los alargados buques mercantes Kadeshitas, las estilizadas pero gigantescas galeras comerciales Nilienses, y los panzudos mercantes helénicos, casi todos ellos portando valiosas mercancías tales como lino, incienso, papiro, madera de cedro, lingotes de cobre, potas y objetos de bronce, exóticos perfumes e inciensos, o mejor aún, con los mercaderes cargados de monedas que negociaban con dichas mercancías.
El Brisa Veloz hacía buenas presas en esas aguas. Sin embargo, un desafortunado encontronazo con una galera de guerra Niliense – La Furia de Mut, una Pentecontera armada hasta los dientes – había forzado a la más pequeña galera pirata a abandonar precipitadamente su coto de caza, y de hecho solo su gran velocidad había permitido a su patibularia tripulación el evitar encontrar un empleo de por vida en las minas de sal o en las canteras de piedra de Nilia.

Agramon suspiró, la vida de un pirata era dura, pero obviamente también podía ser muy lucrativa. Y no había que engañarse, él estaba ahí por el oro. Su isla natal, Theronia, era pobre  en todo menos en ariscas cabras, nudosos olivos y trabajo duro, y todos los habitantes que querían algo en la vida pronto la abandonaban para trabajar de marineros, mercenarios… o piratas. El pelasgo había dudado un tiempo entre la carrera de mercenario y la de pirata, pero al final había optado por la segunda, no solo por la larga tradición de su pueblo en dichas actividades, si no también porque le había parecido más sencilla y lucrativa.
Sin embargo la desesperada huida frente al navío Niliense y el peligro de caer en manos de la justicia le habían hecho dudar. Tal vez se hubiese equivocado… Tendría que pensárselo.

Hombre! Otra vez pensando en las musarañas. No, si aún acabaremos nadando hoy, jajajaja – bramó con una carcajada Korom el Shartan, palmeando sonoramente la espalda de Agramon.

El pelasgo sonrió. Le caía bien Korom, siempre bravucón y dispuesto a una buena pelea o a compartir un ánfora de vino.

-Bah, el mar está en calma, no hay ni una vela en el horizonte y estas no son aguas de arrecifes.

-Jajajajaja. Mucho das por sentado, emplumado. Pero los Pelasgos nunca fuisteis realmente unos grandes marinos. Y con esos sombreros tan ridículos que llevaís no me extraña que se os caguen las gaviotas encima a lo largo del día – se burló el Shartan señalando el emplumado capacete de Agramon, el casco clásico de los Pelasgos.

-Ríete lo que quieras de mi elegante yelmo, Shartan, pero al menos yo no voy presumiendo de cornudo – contestó riéndose, señalando a su vez el pesado casco de bronce del Shartan, que estaba coronado por dos cuernos rodeando un símbolo solar.

Korom puso cara de ofensa mientras se palpaba su masivo y extraño casco plano, asegurándose que los prominentes cuernos permanecían bien fijados.

-No tienes sentido alguno de la estética

Ambos piratas se rieron al unísono. El intercambio era una vieja broma que seguían ocasionalmente.

-Ahora en serio, ¿algo de interés?

-Nada, Korom. La noche ha estado tranquila. Ni un solo buque en el horizonte en tres días, desde que encontramos a esos mugrientos pescadores.

-Esos desdichados no tenían nada de valor. Eran tan pobres que hasta me dio pena quitarles esos pescados para la cena

-Tampoco pareció importarles demasiado; ya pescarán otros. Oye, por cierto, ¿recuerdas lo que dijeron acerca de estas aguas?

-Jajajaja. Los pescadores siempre están hablando de corrientes traicioneras, aguas malditas y bestias míticas. No me extraña nada que contasen historias acerca de harpías que hunden barcos al norte. De todas maneras, no vamos hacia allí. En esa dirección está Myrmidia, la isla de los mercenarios, y allí no hay nada que nos interese. – el fornido Shartan se acomodó en la proa, y quitándose el casco se desperezó sonoramente – Y a todo esto, ¿Dónde estamos? ¿Por qué nos acercamos a esa isla?

-El capitán decidió que estábamos cortos de agua. Mirando sus cartas náuticas descubrió esta isla, así que para allá que vamos.

-Bueno, y a lo mejor también encontramos una taberna con vino, algunas buenas mozas y un plato caliente

-Creo que la isla está deshabitada, pero se llama la Isla del Carnero Negro, así que como poco podremos encontrar algo de carne que llevarnos a la boca. Estoy cansado de pescado.
En todo caso, nos acercamos a la isla, y ya que estás aquí vagueando ayúdame a mirar, no sea que acabemos encallados en una roca o un banco de arena.

-Bueno, bueno. Estos Pelasgos de corta vista… - rezongó el Shartan.

La galera comenzó a internarse en una amplia bahía donde desembocaba un río. La navegación era complicada por la presencia de bancos de arena, y el capitán acabó despertando a la tripulación para que preparasen los remos, ya que el navío era mucho más manejable con ellos que navegando a vela.

-Oye, Agramon. Debo estar borracho, mira allí y confirma que no estoy viendo sirenas o alguna bestia mítica

Los dos piratas miraron asombrados al frente, y no dudaron en llamar al capitán del navío, el cual acudió mesándose su pelirroja barba y frunciendo el ceño sobre su único ojo funcional. Un vistoso parche de cuero negro cubría el ojo izquierdo, a la mejor tradición pirática.

-Cuerno de toro, ¿Qué os pasa muchachos?

-Capitán, afine su ojo a proa, y mire a ver que le parece.

Por las barbas de Neptuno, que esto es insólito! – exclamó el capitán.

Efectivamente, a unos cuatro o cinto Estadios de distancia, una chalupa se encontraba semi-varada contra un banco de arena. Se trataba de una chalupa de alta mar, clásica de las islas del Mar Interior y ampliamente utilizada por pescadores y navegantes de cabotaje; sin embargo sus ocupantes no eran pescadores ni mucho menos.
Un par de mujeres se encontraban en el agua, aparentemente desencallando la embarcación, mientras una mujer kleshita de piel de ónice les ayudaba desde la cubierta de la chalupa, acompañada por un joven que gesticulaba frenético. Todo el proceso era observado por un alto Niliense, vestido con impresionantes túnicas de lino y en el cual se percibía perfectamente la presencia de brillantes brazales y collares de bronce y aceites preciosos sobre su rasurada cabeza.
Tan heterogéneo grupo en una pequeña embarcación, lejos de cualquier isla habitada, era cuanto menos curiosa; pero la riqueza de sus miembros – o al menos del Niliense – era obvia a simple vista.

La exclamación del capitán había atraído la atención y varios piratas se unieron al grupito y otearon la chalupa con diversos grados de interés. Cada uno tenía su propia opinión o hipótesis.

-Sin ninguna duda se trata de algún noble niliense con sus criados… - Postuló Agramon.

-Puede que su barco naufragase y lograsen salvarse en esa chalupa. – Opinó Korom.

-Quizas sean supervivientes de esos ataques de harpías que nos relataron los pescadores – Musitó Agastos el Heleno, un rufián carismático y muy astuto.

-Puede ser, puede ser, muchachos. En cualquier caso, tienen pinta de ser bastante ricos y aunque no lleven cosas de valor encima, como mínimo podremos pedir rescate por ellos. Y si no, los venderemos como esclavos. Puede que además de conseguir agua, comencemos a rehacernos en estas aguas desconocidas, jojojo – comentó sonriente el capitán.

-Y a las malas, al menos obtendremos a esas tres mujeres de ahí para que nos calienten el lecho debidamente; hace tiempo que no disfruto de compañía femenina – Rió Akrubaal el Kadeshita, un canalla con mala reputación incluso entre la tripulación del Brisa Veloz.

Varios piratas aportaron sus propios comentarios subidos de tono y emitieron sonoras carcajadas. El sonido llegó hasta los ocupantes de la chalupa, los cuales percibieron la presencia de la galera pirata a la entrada de la bahía y redoblaron sus esfuerzos en la chalupa.
Instantes después las dos mujeres que estaban en el agua saltaron a bordo y la embarcación comenzó a moverse rauda hacia la costa.

-Mirad, ¡esos malditos han desencallado la chalupa! – exclamó Agastos el Heleno.

Se escapan! – Se lamentó otro pirata

Nada de eso! ¡Muchachos, brío a los remos! ¡No se nos escaparan! – Bramó el capitán.

La galera pirata comenzó a acelerar su ritmo y entró en la bahía, sorteando los numerosos bancos de arena. Agastos y Korom no daban abasto oteando las aguas en busca de bajíos y peligros para la navegación.

-Capitán, esto es una locura ¡Esta aguas son muy peligrosas! Tenemos que aminorar el ritmo o encallaremos.

-Tonterías, ya casi los tenemos – chillo entusiasmado Akrubaal

Banco a proa, a dos varas! – gritó aterrado Agramón

Condenación de los dioses! ¡Todo a babor!

Pero era demasiado tarde. La galera embistió el sumergido banco de arena a gran velocidad, y su inercia y poco peso hizo que el navío se deslizase muchos codos sobre la arena, hasta que finalmente se detuvo bruscamente. El buque chasqueó y crujió sonoramente, como lamentándose; numerosas ánforas y fardos rompieron sus amarres y rodaron por la sentina del navío, mientras en cubierta, entre gritos de pavor y maldiciones, lo hacían los piratas.

Malditos vigías! Que todos los diablos se os lleven y os ahoguen ¡Mi navío! Cegatos, incompetentes, hijos de una cabra enferma ¿Así oteaís? ¿Estáis acaso borrachos? ¡Os voy a colgar de las garcías de los pulgares! – rugía enfurecido el capitán mientras arrojaba su cornudo casco sobre cubierta y lo pateaba furioso.

-El bajío estaba sumergido… No se veía… - balbuceaba Agramón.

Yo si que te voy a sumergir a ti, marinero de agua dulce! – exclamó amenazador el capitán avanzando sobre el joven Pelasgo.

Sin embargo, la sangre no llego al agua. Con gran calma, el veterano Korom se interpuso entre el enfurecido capitán y el aterrado Agastos.

-Cálmese capitán. Agramón tiene razón; ese banco de arena estaba sumergido y solo se hubiese podido percibir a simple vista si hubiésemos navegado muy lentamente, y aún así hubiese sido dudoso; creo que solo lo hubiésemos podido detectar con pértigas… Bastante ha sido que lo haya visto a esta distancia. ¡Este muchacho tiene la vista de un águila pescadora!

Varios piratas se unieron a Korom, y lograron calmar al furibundo pirata.

-Esta bien, esta bien. – gruñó finalmente – Ahora resulta que el cegato este es un portento y que todos hacéis estupendamente vuestro trabajo. Habrá sido un caprichoso dios del mar el que ha puesto este banco de arena bajo nuestra quilla súbitamente. ¿No? Vamos, que nadie es responsable de este desastre ¿O es culpa mía que encallásemos? ¿Acaso pensáis que ya no soy digno de ser vuestro capitán y que algún otro debe dirigiros?

Los piratas lo negaron sonoramente y se quejaron, intentando congraciarse con el temperamental capitán.
El maestro de remos del navío, un enorme Kleshita de la tribu de los N’gome y de nombre Babú, se lamentaba con gruesos lagrimones que descendían por su ancho rostro, y llorando amenazaba con partir la cabeza a quien dudase del liderazgo de su respetado líder.
Uno de los más histriónicos piratas incluso se rasgo las vestiduras, lamentándose que su respetado capitán pensase tan mal de ellos y amenazándose con tirarse al mar dado que su honor y fidelidad estaba en duda.

Finalmente, tras un rato de lamentos y teatro, el tuerto capitán pareció darse por satisfecho y comenzó a organizar la ardua tarea de desencallar la galera.

-Tardaremos horas en hacerlo, y probablemente no lo lograremos hasta que suba la marea, pero pongámonos manos a la obra

-¿Y los de la chalupa? – preguntó ansioso Akrubaal el Kadeshita.

-Yo pude ver como huían vilmente por ese río de ahí – comentó Metrobio el Liburnio, un pirata que se jactaba de su aguda vista, señalando a una maraña de juncos y árboles que formaban un pequeño delta.

-La galera jamás podrá pasar por ahí; y además, ese pequeño río no tiene calado suficiente para nuestro navío – manifestó tajante el capitán

-No hará falta, capitán. – explicó Korom – Tengo alguna experiencia en este tipo de islas.
“Sin ninguna duda el río nace en aquél pico de allí – dijo señalando a un antiguo y truncado volcán – y discurre a lo largo de la llanura que tenemos enfrente, pero probablemente dará muchas vueltas ya que se aprecian varios cerros entre la maleza. Si desembarcamos en aquel punto de la bahía podríamos intentar alcanzarles a pie ya que atajaríamos bastante. Además, no creo que ese río sea practicable mucha distancia, incluso para una chalupa con tan poco calado.

-Hmmm. Es posible ¿Vosotros que opinais?

-Bueno ‘eñó capitán, ya que e’tamo’ aquí, ‘e’ia bueno echá mano a e’a gente que apa’entaba tan ‘ica – postuló el Kleshita sonriendo con sus afilados dientes. Los N’gome tenían la fama de haber practicado el canibalismo ritual hasta hacía poco, y el afilarse los dientes aún era una de sus costumbres más sagradas.

-Babú tiene razón, jefe. El niliense tenía aspecto de ser bastante rico y su rescate nos daría un buen botín. Y como dijo usted: si no se obtiene rescate, pues se les vende como esclavos

-Muy bien, pues. En cuanto desencallemos nos acercaremos a esa playa. Tú, Uris – dijo señalando al joven y musculoso contramaestre – bajarás a tierra con unos cuantos muchachos y capturareis a esos incautos. Los quiero vivos y enteros.

-¿A quién me llevo, jefe?

-No creo que ese niliense oponga mucha resistencia. Por sus ropas parecía un noble consentido o algo así; y las mujeres debían ser sus sirvientas o concubinas, con lo que no serían problema. – el viejo pirata se toco pensativo el parche – Pero en previsión de posibles peligros en la isla o que esa gente no sean lo que aparentaban, que te acompañen diez o doce muchachos. Hmmmm. Llévate a Korom, a Agramón (el chico de la vista prodigiosa), a Akrubaal, a Metrobio (por si Agramón pierde de repente su prodigioso ojo), a Agastos, a Kunkri, a Mano-gancho, a Berfú, a Yomi “dos cuchillos”, a Brottus, a Melquiar y a Kadmu “el encendido”. Con eso creo que será suficiente.

De ese modo, varias horas después, la galera Brisa Feroz tomaba tierra en una playa al sur de la isla, y un grupo de piratas armados hasta los dientes saltaba a tierra y se internaba en los frondosos bosques de la isla.

-Vaya encarguito nos ha caído – musitó Agramón

-Qué pasa Pelasgo ¿no te alegras de dar un alegre paseito por estos bosques? – se rió Korom

-Tú, que también eres de las islas, deberías saber que muchos de estos peñascos tienen desagradables sorpresas para los visitantes. ¿O acaso crees que el capitán nos hubiese mandado a tantos para apoderarnos de unos pobres náufragos?

-Chsst. Chitón. ¿O crees que asustar a estos memos nos va a ayudar mucho? Además, muchos de ellos ya lo saben. Ahora, vamos a buscar a esa gente con ojo avizor y salgamos de esta isla lo antes posible. No me gusta nada… Me da mal fario.

El grupo se internó cada vez más en el valle fluvial, cubierto por un espeso bosque de encinas, pinos, olivos silvestres y árboles tan poco típicos de la región como sicomoros y datileros. Varios de los piratas, con escasa experiencia en las islas del Mar Interior, caminaban despreocupadamente, charlando alegremente y hasta riendo pese a las órdenes de Uris de guardar silencio. Sin embargo, Korom, Agramón y varios piratas más, nativos de las islas o que habían tenido malas experiencias en otras tierras del Mar Interior, vigilaban cuidadosamente su entorno.

-Me pregunto qué demonios hacen aquí estos sicomoros. Son un árbol típico de Nilia, pero nunca los había visto en estas islas – comentó alegre Kadmu “el encendido”. Y sabía de qué hablaba ya que era un notorio pirómano, con amplios conocimientos en todo lo que pudiese arder. Además, estaba buscado en al menos seis ciudades del Mar Interior por incendiario.

-Muchachos, ¿no notáis como si nos vigilasen? – susurró Brottus, un Pelasgo famoso por sus bravuconadas. Ahora sudaba profusamente y miraba temeroso alrededor.

-Dejaos de tonterías y busquemos a esa gente. No me interesa para nada la madera ni los supuestos acechadores. Prefiero con mucho un buen par de muslos como los que deben tener esas mozas… ¡Por Baal y todos los demonios que estoy rojo de pasión! ¡Pronto conocerán mi ardor! – juró Akrubaal salivando de ansia.

 -Un día de estos, una de “tus mozas” te va a cortar algo, Akrubaal. Y con toda razón – Apostilló Agramón.

El Kadeshita escupió sonoramente y miró torvamente al joven pelasgo, pero no dijo nada.

Repentinamente, a lo lejos, se oyeron gritos. Unos extraños aullidos guturales y, entre ellos, los claramente audibles gritos femeninos.

Por allí están! – gritó entusiasmado Akrubaal.

Calla necio! – susurró Korom - ¿Qué son esos otros gritos que se oyen? Parece que alguien les está atacando.

-Apresurémonos, pero con cuidado – ordenó Uris. Los piratas aceleraron el paso en dirección al origen de los gritos, pero estos se acallaron momentos después.

-Ya los tienen, sea quien sea. Tendremos que arrebatárselos a las bravas – comentó Yomi “dos cuchillos”, un notorio y sádico homicida. Y haciendo honor a su nombre sacó dos pesadas dagas, una para cada mano.

Los demás piratas prepararon igualmente sus armas. Agramon llevaba dos jabalinas y una fiable espada corta Pelasga, herencia de su padre. Como armadura disponía de una ligera armadura acolchada y un escudo de madera laminada.
Su amigo Korom, con más experiencia y medios, blandía una enorme espada ancha Shartan y un escudo de madera maciza con refuerzos de bronce, y además portaba una armadura con secciones de cuero y refuerzos de placas de bronce en el torso.
El resto de los piratas llevaba una colección de armas nacionales o predilectas, que incluían una variedad de espadas cortas, espadas anchas, curvos alfanjes, lanzas, hachas y mazas. Berfú también llevaba un arco corto.
Aunque iban bien armados, siendo gente de mar en general llevaban armaduras muy ligeras o inexistentes, confiando sobre todo en su agilidad y escudos. Aunque en un combate prolongado eso podía ser un inconveniente, en los abordajes a navíos escasamente armados era conveniente, y en esos momentos de carrera por el cálido y frondoso bosque su ligereza les permitía moverse con rapidez y sin demasiado ruido.

Uris, que corría en cabeza, se detuvo repentinamente, y el resto de los piratas hizo lo propio.

-¿Pasa algo, contramaestre? – preguntó Kunkri, apoyándose en su lanza y recobrando el aliento. Estaba algo gordo y no llevaba bien tanta carrera.

-Silencio, necio. ¿No lo oís? – susurró Uris.

-¿El qué? Yo no oigo nada… - contesto Akrubaal despectivo.

-Exactamente. Nada. Ni un ruido. Algo nos acecha – afirmó Korom preparando su espada.

-Bah, tonterias. Si hubiese algo por aquí lo hubiésemos visto – afirmó Kunkri, removiendo unos cercanos matorrales con su lanza.
Comenzó a reírse, pero su risa murió en sus labios súbitamente, cuando unos enormes brazos peludos surgieron de la maleza y agarraron su cabeza. En un segundo, sus sesos salpicaban a varios piratas cercanos… su atacante le había estallado el cráneo como si fuese una sandia, y con las manos desnudas.

Gritos de consternación y de horror surgieron de los piratas cuando contemplaron la pavorosa figura que surgía a saltos de la maleza. Era una forma vagamente antropomórfica, de gran tamaño pero que caminaba encorvada, apoyándose ocasionalmente en sus manos. Estaba cubierta con un pelaje gris-negruzco y todo su cuerpo mostraba una fortaleza y vitalidad inhumanas. Poseía enormes y largos brazos, fuertes y flexibles, que terminaban en unas masivas manos provistas de unas uñas marrones que bien podían ser catalogadas casi como garras, aunque el masivo tamaño de sus puños ya los catalogaban como un arma tan letal como una maza de guerra.
Sin embargo, lo más terrorífico del ser era su rostro, encajado en su enorme cráneo parecía una bestial caricatura del de un hombre. Masivo, plano y ancho, estaba libre de pelo y cubierto por una piel gruesa como el cuero; en su centro se apreciaba una enorme aunque aplastada nariz, que husmeaba inquieta, y sobre ella dos pequeños ojos rojos contemplaban maliciosos al grupo. Una inteligencia, bestial y primigenia pero refinada en el arte de matar, atisbaba desde sus profundidades, decidiendo quien sería su próxima víctima.

El ser abrió su ancha boca, mostrando unos colmillos que alcanzaban el tamaño de cuchillos, y emitió un sonoro aullido, a la par que se golpeaba sonoramente el pecho con sus puños.
El horror de los piratas casi fue su perdición, porque la pavorosa criatura no estaba sola y esa era la señal de ataque a sus congéneres. Entre horribles aullidos, varias figuras surgieron de la maleza y atacaron al grupo.

Los siguientes minutos fueron una confusa maraña de violencia, muerte y combate desesperado entre las bestias atacantes y los intimidados piratas.

Agramon arrojó sus dos jabalinas contra una de las criaturas que cargaba contra el grupo, y aunque una de ellas se clavó profundamente en el torso del esperpento, no pareció afectarle demasiado. Instantes después el agresor alcanzó al desdichado Mano-gancho, al cual agarró con sus brutales manos. Aunque el pirata se defendió clavando repetidas veces el garfio que le daba su apodo, la criatura también ignoró el daño recibido y al momento redujo el cuerpo del desdichado a una pulpa irreconocible y lacerada, a la vez que de un bocado le arrancaba literalmente la tapa de los sesos destrozando el cráneo del pirata.

Korom maldijo y con un poderoso revés de su espada dio un fuerte tajo a la cabeza de la criatura, pero el golpe que hubiese abierto la cabeza de un hombre común rebotó sobre el duro cráneo del atacante, causándole una enorme herida pero sin llegar a incapacitarlo.
El monstruo aulló rabioso, y arrojó sus zarpas sobre el Shartan, atrapándolo con un poderoso abrazo. Agramon sabía que en unos segundos la bestia destrozaría el cuerpo de su amigo, de modo que con un grito de guerra se abalanzó sobre el enemigo y comenzó a apuñalarlo con saña con su espada corta. Agastos el Heleno apareció junto a él y hundió su pesada lanza en un costado del oponente. Korom había perdido la espada, pero hundía de forma desesperada una pesada daga en el ancho pecho del monstruo.
Durante unos momentos la pelea fue una confusa maraña de armas que subían y bajaban, jadeos, gritos agónicos y salpicaduras de sangre. Finalmente la pavorosa criatura se derrumbó con un gemido muy parecido al que hubiese emitido un humano, soltando a un vapuleado Korom.

-Por los dioses del mar, que ha estado a punto de desmembrarme – jadeó el fornido Shartan, agarrando de nuevo su espada.

Mientras, el combate proseguía furioso, sin que ninguna de las dos partes pareciese dispuesta a ceder y huir.

Metrobio y Yomi “dos cuchillos” luchaban a brazo partido con otro de los atacantes, al cual el ágil Yomi clavaba de forma repetitiva sus afiladas dagas sin ningún efecto aparente salvo hacerle perder un montón de sangre y enfurecerlo enormemente. Metrobio lo mantenía a raya con una pesada pica de abordaje, la cual había clavado en su vientre y retorcía con saña, intentando eviscerar al adefesio. La criatura rugía agónica, intentando alternativamente alcanzar a Metrobio o atrapar a Yomi, pero estaba tan furiosa que no atinaba a centrarse en ninguno de sus oponentes; su furia le impidió percibir como Melquiar se colocaba a su espalda y le abría el cráneo con una afilada hacha de guerra.

Brottus y Korom se enfrentaban al asesino del desafortunado Kunkri, que además parecía ser el líder del grupo y el enemigo de mayor tamaño. Desgraciadamente ambos piratas iban únicamente armados con espadas, con lo que no podían utilizar la táctica de Metrobio de mantenerlo a distancia con un arma larga. El suyo era un combate de fuerza bruta, intercambiando tajo de espada por golpe de garra e intentando detener los ataques de su enemigo con los escudos o esquivándolos hurtando el cuerpo de la embestida de turno. Lamentablemente, la criatura poseía una fuerza y un vigor sobrehumano que absorbía el daño de forma asombrosa; además era muy rápido y mostraba un gran instinto de combate. Solo esperaba un error por parte de sus oponentes, y Brottus fue el primero que lo cometió: lanzó un tajo con demasiada fuerza y cuando su oponente lo esquivó, perdió el equilibrio durante un segundo.
Fue solo un segundo, pero era todo lo que necesitaba el monstruo. Con un rápido movimiento de una de sus garras, degolló brutalmente al pirata, el cual se derrumbó borboteando sangre e intentando taponar la enorme herida.

Maldito!- bramó Uris. Y con un enorme tajó hirió una de las garras de su atacante, rebanándole dos dedos y causando un torrente de sangre. La horrible criatura chilló a su vez, y retrocedió hacia los matorrales cediendo terreno ante la embestida del furioso contramaestre. Sangraba por numerosos cortes, pero no parecía perder fuerzas por el momento, y amenazaba al pirata con su garra ilesa y con sus enormes fauces.

En otro lugar del pequeño claro, Berfú lanzaba flechas con su arco corto. Ya había matado a uno de los engendros, clavándole varias flechas en su cuerpo y finalmente atravesándole la garganta con un disparo afortunado; a continuación había herido a otros dos, pero ya no tenía objetivos fáciles ya que los enemigos o bien estaban en combate cuerpo a cuerpo con los piratas o habían aprendido que era conveniente mantener matorrales o árboles entre ellos y el arquero. Aún así, seguía disparando tras apuntar cuidadosamente. Eso disminuía el ritmo de disparo, pero se aseguraba de no darle a sus compañeros.
Una nueva flecha voló certera por los aires y se clavó en la frente de otro enemigo que se enfrentaba a Kadmu y Akrubaal; tras unos momentos, se derrumbó lentamente, casi dubitativamente y con un rictus de estupor en su semi-humano semblante, como si su bestial cerebro se negase a reconocer que estaba muerto.
El arquero preparó otra flecha, buscando un nuevo objetivo, pero unas hojas cayeron de los árboles sobre él, y se oyó movimiento en el árbol que extendía sus ramas sobre él. El desafortunado pirata solo tuvo un momento para mirar hacia arriba y gritar aterrado antes de que unos brazos surgiesen del follaje de una rama baja y, agarrándolo brutalmente, lo levantasen en vilo y lo hiciesen desaparecer.
Únicamente su arco y algunas flechas caídas quedaron tirados en el suelo para mostrar su sangriento destino, pero por el momento sus compañeros no se dieron cuenta de su desaparición y continuaron luchando.

El combate parecía empatado. Los oponentes se desangraban lentamente unos a otros, enfrentando la ferocidad y fuerza bruta de los monstruos contra el armamento y coordinación de los piratas. Sin embargo, la balanza pronto se inclinó hacia un lado: Korom, Agramon y Agastos cargaron gritando contra la criatura que se enfrentaba a Uris.
Este monstruo era más grande que el resto, y más astuto. Sabía que no podía enfrentarse a tantos humanos chillones provistos de afiladas armas metálicas simultáneamente, y además estaba herido, así que consideró prudente retirarse del combate. Al hacerlo emitió un sonoro ladrido, y obedeciendo el mandato de su líder el resto de criaturas desapareció en un momento entre el follaje, como si nunca hubiesen estado allí.

Los piratas se agruparon, aturdidos, vapuleados y sangrantes, y contemplaron los cadáveres de amigos y enemigos. Cinco de las horribles criaturas estaban tirados en el claro o en la maleza circundante.

-Kunkri, Mano-gancho y Brottus han muerto, pero por los dioses que lo han pagado caro estas criaturas – comentó jadeando Uris.

-Berfú ha desaparecido. Si estos demonios se lo han llevado, estará ya muerto… - comentó pesimista Metrobio

-¿Qué eran esas cosas? – se lamentó Kadmu, vendándose una herida de garra en un muslo

-Simios Grises carnívoros – contestó Korom – Son oriundos de las junglas del sur y las costas del Gran Mar, pero se pueden encontrar en algunas de las islas del Mar Interior. Sobre todo cerca de antiguas ruinas. Hay leyendas que dicen que los Nilienses los amaestraban hace mucho tiempo como bestias guardianes y de guerra.

-Estamos condenadamente lejos de Nilia – Se quejó Yomi

-Yo he estado en Nilia y no he visto ninguno… - opinó Melquiar

-No los criaran ya, y no me extraña visto lo visto. ¡Como para tener a uno de estos bichos en casa guardando la puerta! Aunque si que es cierto que aún utilizan babuinos para recoger frutas y como animales guardianes. Pero aún así eso no explica qué demonios hacen aquí los malditos – escupió Uris

-Tal vez hubiese un puesto comercial Niliense en esta isla. O quizás naufragase en sus costas un barco que los llevaba; sobrevivieron al naufragio y se multiplicaron… - aventuró Agramon

-Es posible. En cualquier caso será conveniente alejarnos de aquí. Por lo que tengo entendido los Simios Grises son muy territoriales, y si nos han atacado es porque nos hemos metido en sus territorios de caza. Si nos alejamos es muy posible que no nos sigan. ¿No crees Agramón?

-Creo que tienes razón, Korom. En cualquier caso, me parece que ya no hace falta que persigamos al niliense y a sus criados. Si se encontraron con estas bestias no quedará mucho de ellos. ¡Volvamos al barco y abandonemos esta condenada isla!

-Eso no podemos saberlo. Tal vez alguno escapase – gruñó Akrubaal

Vete al infierno Akrubaal! ¡No pienso morir para encontrarte a una trotona con la cual te solaces, pervertido! – Chilló Agastos

-Vete al infierno tú, Heleno mariquita, ¡Te voy a abrir en canal! – Gritó furioso el Kadeshita, amenazando a Agastos con su espada Sapara, una espada corta con forma de hoz.

Silencio los dos! Y tu, Akrubaal, baja ese arma o te la meto donde no brilla el sol – Bramó Uris flexionando sus enormes músculos amenazador. Los dos piratas se tranquilizaron, pero se lanzaron miradas asesinas.

Bien! Akrubaal tiene razón. Tenemos que asegurarnos que no se han escapado de los monos esos

-Simios – corrigió como de pasada Agramón, ganándose una mirada furibunda del contramaestre.

-Pues de los simios. No voy a volver al capitán diciendo que unos mon… simios nos han echado a patadas de la isla y nos hemos vuelto llorando al barco y clamando por nuestras mamis. Veremos a ver si estos adefesios cazaron a esos incautos. Y si es así, al menos intentaremos recuperar las joyas y objetos de valor que llevasen encima ¡Vamos!

-¿Y los cuerpos de nuestros compañeros? – preguntó Melquiar manoseando un amuleto del dios Melquart. Era muy piadoso.

-¿Quieres quedarte aquí enterrándolos? – contesto irónico Korom.

El grupo de piratas abandono el claro, pero no sin antes despojar presurosamente los cadáveres de sus compañeros de cualquier cosa de valor o útil que llevasen encima. Uris se apoderó del arco de Berfú y de las pocas flechas que quedaban. El resto se repartieron las armas y otros bienes, andando a la par que disputaban entre ellos qué les correspondía a cada uno.
No habían avanzado mucho entre la espesura cuando encontraron los cadáveres de cuatro o cinco Simios Grises más.

-Con que a esos “incautos” los habían devorado los Simios ¿eh? Mirad como los han dejado. ¡Pero si a este lo han partido casi por la mitad! ¿Qué arma habrán usado?

-Este otro esta cosido a puñaladas… o lanzazos. Vete tu a saber. Está destrozado.

-Y les han arrancado la cabellera a todos ¿Qué salvaje arranca cabelleras de simios? ¿Y para qué?

-¿Quién demonios es esta gente?

-¿Qué, Akrubaal? ¿Aún quieres solazarte con esas indefensas mozas? – bromeó Korom

-Yo no continúo. ¡No quiero perder mi cuero cabelludo a manos de un Niliense loco o una de sus fúrcias! – exclamó Melquiar.

-Callaos todos y continuad – siseo amenazador Uris, empujando a los piratas más reticentes.

-Me estoy planteando esto de dedicarme a la piratería, Korom. Esta vida es muy dura, y no se si me compensa tanto sobresalto. Tal vez la profesión de mercenario sea más tranquila… – susurró Agramón a su amigo. El Shartan se encogió de hombros, pero no contesto nada.

Los piratas continuaron avanzando en dirección al monte que dominaba la parte norte de la isla. El bosque se fue aclarando, y de repente se escucharon balidos. Muy pronto encontraron varias cabras y carneros balando y triscando alegremente entre la vegetación. No parecieron asustarse lo más mínimo al ver a los piratas.

-Bueno, al menos esta noche podremos cenar opíparamente, un cabrito bien asado en un buen fuego – opinó Kadmu

-Que nadie toque ni un pelo de esas cabras, maltitos seais. Ni un ruido. ¿U os pensaís que esto es una excursión? – ordenó furioso Uris.

Los piratas continuaron avanzando, hasta que oyeron como alguien se acercaba en su dirección. Se acercaba rápido y aparentemente sin el menor cuidado, dado el sonoro retumbe de sus pisadas y el ruido que hacía al apartar la maleza.

Aquí vienen esos locos! – exclamó Metrobio preparando su pica de abordaje.

-Por los dioses que a mi no me arrancaran fácilmente la cabellera ¡Es mía! – gimoteó Melquiar, agarrando con fuerza su hacha.

-Intentad atrapadlos con vida. – ordenó Uris – ¡Los muertos no pagan rescates!

-Si, hombre. Seguro que se rinden nada mas vernos – murmuró irónico Agastos.

Repentinamente, una encina cedió bajo una poderosa embestida, dejando a la vista la criatura que se acercaba. Contrariamente a lo esperado, no se trataban del famoso Niliense ni de sus acompañantes, si no de un enorme humanoide de más de tres metros de altura y vestido con burdas pieles. La criatura les miró furibunda con su único ojo y manoseo una enorme clava (en realidad la totalidad del tronco de un árbol), como concentrándose. Su brutal rostro dejaba a las claras que eso de pensar no era precisamente lo suyo.
Los piratas se quedaron helados con una mezcla de asombro y pavor. Esta isla abandonada estaba resultando de lo más concurrida.

-Así que el hombrecillo aceitoso no mentía – rugió finalmente el cíclope, utilizando el lenguaje comercial de una forma un tanto macarrónica – ¡Aquí hay ladrones que quieren robarnos las cabras!

-¿Qué? ¡No! – grazno Yomi “dos cuchillos”

Mentiroso! ¡Ladrón! – gritó el coloso. Y con un fluido movimiento dejó caer la clava sobre Yomi, matándole al instante.

Los piratas reaccionaron finalmente, entre maldiciones. Metrobio y Agastos intentaron clavar sus armas de hasta en el coloso, mientras el resto de piratas avanzaba enarbolando armas y gritando, rodeando al oponente. El cíclope comenzó a bramar, aguijoneado por la lanza de Agastos y la pica de abordaje de Metrobio.

Hermanos, los ladrones me atacan! ¡Nos quieren robar las cabras! ¡Ayudadme!

A no mucha distancia se oyeron gritos airados, y cómo varios cíclopes más avanzaban por el bosque.

Hay más de uno! – gritó aterrado Kadmu

-Retroceded hacia el barco – ordenó Uris. Sin ninguna duda planeaba una retirada organizada, pero varios de los piratas salieron corriendo sin orden ni concierto.

-¡Locos! ¿Qué hacéis? ¡Si nos dispersamos nos cazaran como a liebres! – gritó Agastos, manteniendo a raya al cíclope a duras penas con su lanza.
Lo hacía en solitario, porque Metrobio era uno de los que había salido huyendo.

-Quédate tú, estúpido. ¡Yo planeo seguir viviendo muchos años más!- contestó Akrubaal a la par que desaparecía entre la espesura y emitía una carcajada maniaca.

Agastos no pudo contestar, porque en ese momento el cíclope lo lanzó por los aires con un revés de la clava. El heleno cayó entre unos matorrales con un sonido de huesos rotos.

-Akrubaal, maldito cobarde. ¡Traidor! ¡Los dioses te confundan! – gritó Uris a la par que clavaba su espada en la pierna del gigante.

Uris, tenemos que irnos! – gritó Korom. Únicamente Agramón, Melquiar y él permanecían junto al contramaestre.

Los cuatro salieron corriendo, aprovechando que el cíclope estaba herido en la pierna y cojeaba visiblemente. Lamentablemente, antes de que los piratas se perdiesen entre los árboles, el coloso arrojó su enorme clava acertando a Melquiar en la espalda. El pirata fué aplastado contra un árbol y resultó malherido, cayendo al suelo cuan largo era.

Ayudadme, por piedad! – Suplicó a sus compañeros sin demasiada esperanza. Ante su sorpresa, Korom y Agramón detuvieron su carrera y, agarrándolo sin mucha ceremonia, lo levantaron en vilo.

-Como pesas, condenado – gruñó Agramón

-Gracias, gracias, compañeros. Que Melquart os bendiga… - lloraba el herido pirata.

-Vamos, cretinos – gritó Uris, utilizando el arco y las pocas flechas contra el cíclope, más para mantenerlo a raya que esperando causarle algún daño significativo.

El cuarteto de piratas volvió a alejarse, renqueante, del furioso cabrero, dejándolo atrás.

-Así que el niliense nos ha echado encima a estos ciclopes… ¡Por poseidon que si algún día me lo encuentro, me las pagara todas juntas! – juraba el contramaestre.

-Ocúpate de llegar vivo al barco y ya veremos – contestó jadeante Korom

*   *   *

Akrubaal y Metrobio corrían por los bosques, tratando despistar a uno de los cíclopes que había dado con su rastro. Habían iniciado su huida intentando alcanzar la playa donde se encontraba varado el Brisa Feroz, pero un cíclope atraído por los gritos de su congénere se había interpuesto en su camino. No habían tenido más remedio que internarse en el bosque hacia el oeste pero el cíclope les llevaba persiguiendo desde entonces y les estaba ganando terreno.

-Nos va a alcanzar y a matar por la espalda, como a cobardes. Agastos tenía razón… – gruño Metrobio

Pues quédate y muere como un valiente! – exclamó Akrubaal a la par que deslizaba su Sapara sobre la pierna de Metrobio, desgarrando cruelmente su gemelo.

-Argghhh, ¿Qué haces?

-Lo siento, Metrobio, pero no tengo que correr más que el cíclope. ¡Únicamente más que tu!

-Maldito seas, Akrubaal. ¡Traidor! ¡Que Ares te maldiga! Argggghhhh...

El Khadeshita se alejó del ruido de combate que retumbaba a sus espaldas. Metrobio, herido de una pierna no tenía ni la más mínima oportunidad contra un contendiente como el cíclope, pero esperaba que su lucha desesperada le diese el suficiente tiempo para poner pies en polvorosa.

Corrió y corrió, y muy pronto se dio cuenta de que estaba irremediablemente perdido en la espesura, pero sabía que estaba en una isla, y únicamente tenía que alcanzar la costa para orientarse y encontrar la galera. Hubiese preferido llegar el primero al navío para convencer al capitán que era el único superviviente y huir de inmediato, abandonando a los incómodos testigos de su cobardía, pero a estas alturas ya se daba por satisfecho con huir de la isla como fuere.
De repente un ruido lo sacó de su ensimismamiento. Se detuvo y se fijó que unos matorrales al frente se movían ligeramente, como si algo avanzase sigiloso entre ellos. Un sudor frío comenzó a correr por su cuerpo. ¿Había vuelto al territorio de los Simios Grises? Era posible.
Comenzó a retroceder, pero otros ruidos a ambos costados le detuvieron. Se giró en redondo. Varias figuras avanzaban encorvadas entre la maleza hacia él. Lentamente. No tenían ninguna prisa, porque estaba completamente rodeado.

No! ¡Nooooooo…!

*  *  *

Kadmu “el encendido” avanzaba renqueante por el bosque.
Su herida en la pierna se había abierto de nuevo, y un fuerte dolor le atenazaba. Sabía que no sería capaz de dejar atrás durante mucho tiempo a los cíclopes que le debían andar buscando. Solo se le ocurría una solución: un fuego. Un buen incendio pondría una barrera de fuego entre él y esos monstruos. El viento era el adecuado, un viento proveniente del sudoeste, que alejaría el fuego de él y lo llevaría hacia sus perseguidores. El bosque no estaba todo lo seco que hubiese deseado, pero ardería lo suficiente para generar llama y mucho humo.

El jadeante fugitivo se detuvo y encontrando un matorral lo suficientemente seco para sus fines, sacó sus apreciados yesca y pedernal. Con sonoros chasquidos comenzó a intentar prender el seco arbusto, pero estaba tan nervioso que no atinaba a generar chispa.
¡Esto era inconcebible! El, Kadmu. Buscado en seis ciudades por incendio (en realidad había causado temibles incendios en muchas poblaciones más). El hombre que se las había arreglado para quemar el gran zoco de Shubuk aprovechando una noche en la que el viento del sur había avivado las llamas lo suficiente para generar un infierno que hasta fundía las cacerolas de latón de los tenderetes… ¿No atinaba a encender un miserable fuego en un bosque seco?

Kadmu hizo crujir sus dientes de frustración, y totalmente ofuscado no se dio cuenta de la enorme figura que se había apostado a su espalda y le observaba curioso.

-Así que además de querer robarnos las cabras nos quieres asar vivos ¿Eh? ¡Muere, Incendiario! – gruñó el ciclope a la par que dejaba caer su enorme pie sobre el acuclillado pirata.

El pirómano murió con el nombre de su delito favorito – y su pasión en la vida – en sus oídos.

*  *  *

El capitán del Bisa Feroz paseaba inquieto la playa. Sus muchachos hacía ya mucho tiempo que se habían internado en los bosques de la isla y a estas alturas ya deberían haber vuelto trayendo consigo a los cautivos.

-Malditos inútiles. ¡Seguro que están borrachos debajo de algún árbol! Como no vuelvan pronto les voy a arrancar la piel a tiras – gruñía. El resto de la tripulación aprovechaba para descansar tumbados en la arena, a la sombra de un toldo, o bien limpiaban el casco de la varada galera y le untaban brea. Ya estaban acostumbrados a los gruñidos e improperios del capitán y no le prestaban atención.

Repentinamente se oyeron unos gritos, y a lo lejos varias figuras entraron precipitadamente en la playa y corrieron cuan rápido pudieron hacia la galera, gritando y haciendo señas.

-‘eñó Capitán, pa’ece que ‘on Uri’ y varió’ de ló’ muchacho’ que vienen co’iendo como ‘i lé’ caza’en todó’ ló’ demonió’ – señalo Babú.

-¿Qué es lo que están gritando? No se les oye. – preguntó un pirata, apoyándose indolentemente en una fregona empapada de brea.

-¿Y donde está el resto del grupo? – Inquirió otro

El único ojo del capitán se iluminó con una chispa de comprensión. Después de todo, uno no sobrevivía tanto tiempo como pirata sin un alto sentido de la conservación.

Por los cuernos de Minotauro! ¡Botad el barco, inútiles! ¡Vamos! ¡vamos!

-Pero ¿Qué pasa Capitán?

Obedece, cretino, o te mandaré de una patada en el culo a maldecir a tu madre por traer a alguien tan imbécil al mundo!

Justo en ese momento otras figuras irrumpieron en la playa. Incluso a tal distancia se podía apreciar su enorme tamaño y los bramidos que emitían. Y también las enormes clavas y las piedras que enarbolaban amenazadores.

Vaya día! – suspiró el capitán.

*  *  *

El Brisa Veloz se alejaba lentamente de la costa de la Isla del Carnero Negro, luchando contra el oleaje y con geiseres de agua levándose a su alrededor. Estos eran causados por una lluvia de rocas que los gigantescos cíclopes lanzaban, enfurecidos, desde la playa. Afortunadamente los gigantescos tiradores parecían tener una puntería bastante mala, sin duda debido a un deficiente sentido de la profundidad a causa de su único ojo.

Korom y Agramón se afanaba, sudorosos y rendidos, en los remos. Habían llegado a abordar la galera por los pelos, tras una carrera desesperada por la playa. Una tromba de agua, causada por una enorme piedra que cayó en el agua apenas a dos codos del costado del navío, les empapó de pies a cabeza.


-¿Sabes lo que te digo, Agramón? Tenías razón. La vida de mercenario me parece muy atractiva en estos momentos. ¡Es duro ser pirata…!



La tripulación del Brisa Feroz (una típica galera pirata del Mar Interior) salta a tierra en busca de botín.