Agramon el Pelasgo oteó con cierto desinterés las aguas
circundantes. Se encontraba en la proa de una ligera galera que, al amanecer,
costeaba una de las innumerables islas que salpicaban el Mar Interior.
Con una única cubierta y diez remos a cada costado, la
galera “Brisa Feroz” era una clásica galera Monoreme, resistente, ligera y
extremadamente veloz. Un diseño ideal para transportar un buen puñado de
guerreros y efectuar ataques relámpago; y exactamente a eso se dedicaba el
veloz navío, porque el “Brisa Feroz” era una galera pirata, tripulada por una
variada colección de prófugos, delincuentes y criminales procedentes de los
cuatro extremos del Mar Interior. Uno de tantos navíos que surcaban las aguas
en busca de presas con las cuales enriquecerse ilícitamente.
En este caso, el Brisa Feroz se encontraba lejos de sus
terrenos de caza habituales, situados mucho más hacia el sudeste, en las
accidentadas costas de Kadesh y las islas del Sur del Mar Interior. En esas
aguas abundaban los alargados buques mercantes Kadeshitas, las estilizadas pero
gigantescas galeras comerciales Nilienses, y los panzudos mercantes helénicos,
casi todos ellos portando valiosas mercancías tales como lino, incienso,
papiro, madera de cedro, lingotes de cobre, potas y objetos de bronce, exóticos
perfumes e inciensos, o mejor aún, con los mercaderes cargados de monedas que
negociaban con dichas mercancías.
El Brisa Veloz hacía buenas presas en esas aguas. Sin
embargo, un desafortunado encontronazo con una galera de guerra Niliense – La Furia de Mut, una Pentecontera armada
hasta los dientes – había forzado a la más pequeña galera pirata a abandonar
precipitadamente su coto de caza, y de hecho solo su gran velocidad había
permitido a su patibularia tripulación el evitar encontrar un empleo de por
vida en las minas de sal o en las canteras de piedra de Nilia.
Agramon suspiró, la vida de un pirata era dura, pero
obviamente también podía ser muy lucrativa. Y no había que engañarse, él estaba
ahí por el oro. Su isla natal, Theronia, era pobre en todo menos en ariscas cabras, nudosos
olivos y trabajo duro, y todos los habitantes que querían algo en la vida
pronto la abandonaban para trabajar de marineros, mercenarios… o piratas. El
pelasgo había dudado un tiempo entre la carrera de mercenario y la de pirata,
pero al final había optado por la segunda, no solo por la larga tradición de su
pueblo en dichas actividades, si no también porque le había parecido más
sencilla y lucrativa.
Sin embargo la desesperada huida frente al navío Niliense y
el peligro de caer en manos de la justicia le habían hecho dudar. Tal vez se
hubiese equivocado… Tendría que pensárselo.
-¡Hombre! Otra vez
pensando en las musarañas. No, si aún acabaremos nadando hoy, jajajaja –
bramó con una carcajada Korom el Shartan, palmeando sonoramente la espalda de
Agramon.
El pelasgo sonrió. Le caía bien Korom, siempre bravucón y
dispuesto a una buena pelea o a compartir un ánfora de vino.
-Bah, el mar está en
calma, no hay ni una vela en el horizonte y estas no son aguas de arrecifes.
-Jajajajaja. Mucho
das por sentado, emplumado. Pero los Pelasgos nunca fuisteis realmente unos
grandes marinos. Y con esos sombreros tan ridículos que llevaís no me extraña
que se os caguen las gaviotas encima a lo largo del día – se burló el Shartan
señalando el emplumado capacete de Agramon, el casco clásico de los Pelasgos.
-Ríete lo que quieras
de mi elegante yelmo, Shartan, pero al menos yo no voy presumiendo de cornudo
– contestó riéndose, señalando a su vez el pesado casco de bronce del Shartan,
que estaba coronado por dos cuernos rodeando un símbolo solar.
Korom puso cara de ofensa mientras se palpaba su masivo y
extraño casco plano, asegurándose que los prominentes cuernos permanecían bien
fijados.
-No tienes sentido
alguno de la estética…
Ambos piratas se rieron al unísono. El intercambio era una
vieja broma que seguían ocasionalmente.
-Ahora en serio,
¿algo de interés?
-Nada, Korom. La
noche ha estado tranquila. Ni un solo buque en el horizonte en tres días, desde
que encontramos a esos mugrientos pescadores.
-Esos desdichados no
tenían nada de valor. Eran tan pobres que hasta me dio pena quitarles esos
pescados para la cena…
-Tampoco pareció
importarles demasiado; ya pescarán otros. Oye, por cierto, ¿recuerdas lo que
dijeron acerca de estas aguas?
-Jajajaja. Los
pescadores siempre están hablando de corrientes traicioneras, aguas malditas y
bestias míticas. No me extraña nada que contasen historias acerca de harpías
que hunden barcos al norte. De todas maneras, no vamos hacia allí. En esa
dirección está Myrmidia, la isla de los mercenarios, y allí no hay nada que nos
interese. – el fornido Shartan se acomodó en la proa, y quitándose el casco
se desperezó sonoramente – Y a todo esto,
¿Dónde estamos? ¿Por qué nos acercamos a esa isla?
-El capitán decidió
que estábamos cortos de agua. Mirando sus cartas náuticas descubrió esta isla,
así que para allá que vamos.
-Bueno, y a lo mejor
también encontramos una taberna con vino, algunas buenas mozas y un plato
caliente…
-Creo que la isla está
deshabitada, pero se llama la Isla del Carnero Negro, así que como poco
podremos encontrar algo de carne que llevarnos a la boca. Estoy cansado de pescado.
“En todo caso, nos
acercamos a la isla, y ya que estás aquí vagueando ayúdame a mirar, no sea que
acabemos encallados en una roca o un banco de arena.
-Bueno, bueno. Estos
Pelasgos de corta vista… - rezongó el Shartan.
La galera comenzó a internarse en una amplia bahía donde
desembocaba un río. La navegación era complicada por la presencia de bancos de
arena, y el capitán acabó despertando a la tripulación para que preparasen los
remos, ya que el navío era mucho más manejable con ellos que navegando a vela.
-Oye, Agramon. Debo
estar borracho, mira allí y confirma que no estoy viendo sirenas o alguna
bestia mítica…
Los dos piratas miraron asombrados al frente, y no dudaron
en llamar al capitán del navío, el cual acudió mesándose su pelirroja barba y
frunciendo el ceño sobre su único ojo funcional. Un vistoso parche de cuero
negro cubría el ojo izquierdo, a la mejor tradición pirática.
-Cuerno de toro, ¿Qué
os pasa muchachos?
-Capitán, afine su
ojo a proa, y mire a ver que le parece.
-¡Por las barbas de
Neptuno, que esto es insólito! – exclamó el capitán.
Efectivamente, a unos cuatro o cinto Estadios de distancia,
una chalupa se encontraba semi-varada contra un banco de arena. Se trataba de
una chalupa de alta mar, clásica de las islas del Mar Interior y ampliamente
utilizada por pescadores y navegantes de cabotaje; sin embargo sus ocupantes no
eran pescadores ni mucho menos.
Un par de mujeres se encontraban en el agua, aparentemente
desencallando la embarcación, mientras una mujer kleshita de piel de ónice les
ayudaba desde la cubierta de la chalupa, acompañada por un joven que
gesticulaba frenético. Todo el proceso era observado por un alto Niliense,
vestido con impresionantes túnicas de lino y en el cual se percibía
perfectamente la presencia de brillantes brazales y collares de bronce y
aceites preciosos sobre su rasurada cabeza.
Tan heterogéneo grupo en una pequeña embarcación, lejos de
cualquier isla habitada, era cuanto menos curiosa; pero la riqueza de sus
miembros – o al menos del Niliense – era obvia a simple vista.
La exclamación del capitán había atraído la atención y
varios piratas se unieron al grupito y otearon la chalupa con diversos grados
de interés. Cada uno tenía su propia opinión o hipótesis.
-Sin ninguna duda se
trata de algún noble niliense con sus criados… - Postuló Agramon.
-Puede que su barco
naufragase y lograsen salvarse en esa chalupa. – Opinó Korom.
-Quizas sean
supervivientes de esos ataques de harpías que nos relataron los pescadores
– Musitó Agastos el Heleno, un rufián carismático y muy astuto.
-Puede ser, puede
ser, muchachos. En cualquier caso, tienen pinta de ser bastante ricos y aunque
no lleven cosas de valor encima, como mínimo podremos pedir rescate por ellos.
Y si no, los venderemos como esclavos. Puede que además de conseguir agua,
comencemos a rehacernos en estas aguas desconocidas, jojojo – comentó sonriente
el capitán.
-Y a las malas, al
menos obtendremos a esas tres mujeres de ahí para que nos calienten el lecho
debidamente; hace tiempo que no disfruto de compañía femenina – Rió
Akrubaal el Kadeshita, un canalla con mala reputación incluso entre la tripulación
del Brisa Veloz.
Varios piratas aportaron sus propios comentarios subidos de
tono y emitieron sonoras carcajadas. El sonido llegó hasta los ocupantes de la
chalupa, los cuales percibieron la presencia de la galera pirata a la entrada
de la bahía y redoblaron sus esfuerzos en la chalupa.
Instantes después las dos mujeres que estaban en el agua
saltaron a bordo y la embarcación comenzó a moverse rauda hacia la costa.
-Mirad, ¡esos malditos
han desencallado la chalupa! – exclamó Agastos el Heleno.
-¡Se escapan! –
Se lamentó otro pirata
-¡Nada de eso!
¡Muchachos, brío a los remos! ¡No se nos escaparan! – Bramó el capitán.
La galera pirata comenzó a acelerar su ritmo y entró en la
bahía, sorteando los numerosos bancos de arena. Agastos y Korom no daban abasto
oteando las aguas en busca de bajíos y peligros para la navegación.
-Capitán, esto es una
locura ¡Esta aguas son muy peligrosas! Tenemos que aminorar el ritmo o
encallaremos.
-Tonterías, ya casi
los tenemos – chillo entusiasmado Akrubaal
-¡Banco a proa, a dos varas! – gritó
aterrado Agramón
-¡Condenación de los
dioses! ¡Todo a babor!
Pero era demasiado tarde. La galera embistió el sumergido
banco de arena a gran velocidad, y su inercia y poco peso hizo que el navío se
deslizase muchos codos sobre la arena, hasta que finalmente se detuvo
bruscamente. El buque chasqueó y crujió sonoramente, como lamentándose;
numerosas ánforas y fardos rompieron sus amarres y rodaron por la sentina del
navío, mientras en cubierta, entre gritos de pavor y maldiciones, lo hacían los
piratas.
-¡Malditos vigías!
Que todos los diablos se os lleven y os ahoguen ¡Mi navío! Cegatos,
incompetentes, hijos de una cabra enferma ¿Así oteaís? ¿Estáis acaso borrachos?
¡Os voy a colgar de las garcías de los pulgares! – rugía enfurecido el
capitán mientras arrojaba su cornudo casco sobre cubierta y lo pateaba furioso.
-El bajío estaba
sumergido… No se veía… - balbuceaba Agramón.
-¡Yo si que te voy a
sumergir a ti, marinero de agua dulce! – exclamó amenazador el capitán avanzando
sobre el joven Pelasgo.
Sin embargo, la sangre no llego al agua. Con gran calma, el
veterano Korom se interpuso entre el enfurecido capitán y el aterrado Agastos.
-Cálmese capitán.
Agramón tiene razón; ese banco de arena estaba sumergido y solo se hubiese
podido percibir a simple vista si hubiésemos navegado muy lentamente, y aún así
hubiese sido dudoso; creo que solo lo hubiésemos podido detectar con pértigas…
Bastante ha sido que lo haya visto a esta distancia. ¡Este muchacho tiene la
vista de un águila pescadora!
Varios piratas se unieron a Korom, y lograron calmar al
furibundo pirata.
-Esta bien, esta bien.
– gruñó finalmente – Ahora resulta que el
cegato este es un portento y que todos hacéis estupendamente vuestro trabajo.
Habrá sido un caprichoso dios del mar el que ha puesto este banco de arena bajo
nuestra quilla súbitamente. ¿No? Vamos, que nadie es responsable de este
desastre ¿O es culpa mía que encallásemos? ¿Acaso pensáis que ya no soy digno
de ser vuestro capitán y que algún otro debe dirigiros?
Los piratas lo negaron sonoramente y se quejaron,
intentando congraciarse con el temperamental capitán.
El maestro de remos del navío, un enorme Kleshita de la
tribu de los N’gome y de nombre Babú, se lamentaba con gruesos lagrimones que
descendían por su ancho rostro, y llorando amenazaba con partir la cabeza a
quien dudase del liderazgo de su respetado líder.
Uno de los más histriónicos piratas incluso se rasgo las
vestiduras, lamentándose que su respetado capitán pensase tan mal de ellos y
amenazándose con tirarse al mar dado que su honor y fidelidad estaba en duda.
Finalmente, tras un rato de lamentos y teatro, el tuerto
capitán pareció darse por satisfecho y comenzó a organizar la ardua tarea de
desencallar la galera.
-Tardaremos horas en
hacerlo, y probablemente no lo lograremos hasta que suba la marea, pero
pongámonos manos a la obra…
-¿Y los de la chalupa?
– preguntó ansioso Akrubaal el Kadeshita.
-Yo pude ver como
huían vilmente por ese río de ahí – comentó Metrobio el Liburnio, un pirata
que se jactaba de su aguda vista, señalando a una maraña de juncos y árboles
que formaban un pequeño delta.
-La galera jamás
podrá pasar por ahí; y además, ese pequeño río no tiene calado suficiente para
nuestro navío – manifestó tajante el capitán
-No hará falta,
capitán. – explicó Korom – Tengo
alguna experiencia en este tipo de islas.
“Sin ninguna duda el
río nace en aquél pico de allí – dijo señalando a un antiguo y truncado
volcán – y discurre a lo largo de la
llanura que tenemos enfrente, pero probablemente dará muchas vueltas ya que se
aprecian varios cerros entre la maleza. Si desembarcamos en aquel punto de la
bahía podríamos intentar alcanzarles a pie ya que atajaríamos bastante. Además, no creo que ese río sea practicable
mucha distancia, incluso para una chalupa con tan poco calado.
-Hmmm. Es posible
¿Vosotros que opinais?
-Bueno ‘eñó capitán,
ya que e’tamo’ aquí, ‘e’ia bueno echá mano a e’a gente que apa’entaba tan ‘ica
– postuló el Kleshita sonriendo con sus afilados dientes. Los N’gome tenían la
fama de haber practicado el canibalismo ritual hasta hacía poco, y el afilarse
los dientes aún era una de sus costumbres más sagradas.
-Babú tiene razón,
jefe. El niliense tenía aspecto de ser bastante rico y su rescate nos daría un
buen botín. Y como dijo usted: si no se obtiene rescate, pues se les vende como
esclavos…
-Muy bien, pues. En
cuanto desencallemos nos acercaremos a esa playa. Tú, Uris – dijo señalando
al joven y musculoso contramaestre – bajarás
a tierra con unos cuantos muchachos y capturareis a esos incautos. Los quiero
vivos y enteros.
-¿A quién me llevo,
jefe?
-No creo que ese
niliense oponga mucha resistencia. Por sus ropas parecía un noble consentido o
algo así; y las mujeres debían ser sus sirvientas o concubinas, con lo que no
serían problema. – el viejo pirata se toco pensativo el parche – Pero en previsión de posibles peligros en la
isla o que esa gente no sean lo que aparentaban, que te acompañen diez o doce
muchachos. Hmmmm. Llévate a Korom, a Agramón (el chico de la vista prodigiosa),
a Akrubaal, a Metrobio (por si Agramón pierde de repente su prodigioso ojo), a Agastos,
a Kunkri, a Mano-gancho, a Berfú, a Yomi “dos cuchillos”, a Brottus, a Melquiar
y a Kadmu “el encendido”. Con eso creo que será suficiente.
De ese modo, varias horas después, la galera Brisa Feroz
tomaba tierra en una playa al sur de la isla, y un grupo de piratas armados
hasta los dientes saltaba a tierra y se internaba en los frondosos bosques de
la isla.
-Vaya encarguito nos
ha caído – musitó Agramón
-Qué pasa Pelasgo ¿no
te alegras de dar un alegre paseito por estos bosques? – se rió Korom
-Tú, que también eres
de las islas, deberías saber que muchos de estos peñascos tienen desagradables
sorpresas para los visitantes. ¿O acaso crees que el capitán nos hubiese
mandado a tantos para apoderarnos de unos pobres náufragos?
-Chsst. Chitón. ¿O
crees que asustar a estos memos nos va a ayudar mucho? Además, muchos de ellos
ya lo saben. Ahora, vamos a buscar a esa gente con ojo avizor y salgamos de
esta isla lo antes posible. No me gusta nada… Me da mal fario.
El grupo se internó cada vez más en el valle fluvial,
cubierto por un espeso bosque de encinas, pinos, olivos silvestres y árboles
tan poco típicos de la región como sicomoros y datileros. Varios de los
piratas, con escasa experiencia en las islas del Mar Interior, caminaban
despreocupadamente, charlando alegremente y hasta riendo pese a las órdenes de
Uris de guardar silencio. Sin embargo, Korom, Agramón y varios piratas más,
nativos de las islas o que habían tenido malas experiencias en otras tierras
del Mar Interior, vigilaban cuidadosamente su entorno.
-Me pregunto qué
demonios hacen aquí estos sicomoros. Son un árbol típico de Nilia, pero nunca
los había visto en estas islas – comentó alegre Kadmu “el encendido”. Y
sabía de qué hablaba ya que era un notorio pirómano, con amplios conocimientos
en todo lo que pudiese arder. Además, estaba buscado en al menos seis ciudades
del Mar Interior por incendiario.
-Muchachos, ¿no
notáis como si nos vigilasen? – susurró Brottus, un Pelasgo famoso por sus
bravuconadas. Ahora sudaba profusamente y miraba temeroso alrededor.
-Dejaos de tonterías
y busquemos a esa gente. No me interesa para nada la madera ni los supuestos
acechadores. Prefiero con mucho un buen par de muslos como los que deben tener
esas mozas… ¡Por Baal y todos los demonios que estoy rojo de pasión! ¡Pronto
conocerán mi ardor! – juró Akrubaal salivando de ansia.
-Un día de estos, una de “tus mozas” te va a
cortar algo, Akrubaal. Y con toda razón – Apostilló Agramón.
El Kadeshita escupió sonoramente y miró torvamente al joven
pelasgo, pero no dijo nada.
Repentinamente, a lo lejos, se oyeron gritos. Unos extraños
aullidos guturales y, entre ellos, los claramente audibles gritos femeninos.
-¡Por allí están!
– gritó entusiasmado Akrubaal.
-¡Calla necio! –
susurró Korom - ¿Qué son esos otros
gritos que se oyen? Parece que alguien les está atacando.
-Apresurémonos, pero
con cuidado – ordenó Uris. Los piratas aceleraron el paso en dirección al
origen de los gritos, pero estos se acallaron momentos después.
-Ya los tienen, sea
quien sea. Tendremos que arrebatárselos a las bravas – comentó Yomi “dos
cuchillos”, un notorio y sádico homicida. Y haciendo honor a su nombre sacó dos
pesadas dagas, una para cada mano.
Los demás piratas prepararon igualmente sus armas. Agramon
llevaba dos jabalinas y una fiable espada corta Pelasga, herencia de su padre.
Como armadura disponía de una ligera armadura acolchada y un escudo de madera
laminada.
Su amigo Korom, con más experiencia y medios, blandía una
enorme espada ancha Shartan y un escudo de madera maciza con refuerzos de
bronce, y además portaba una armadura con secciones de cuero y refuerzos de
placas de bronce en el torso.
El resto de los piratas llevaba una colección de armas
nacionales o predilectas, que incluían una variedad de espadas cortas, espadas
anchas, curvos alfanjes, lanzas, hachas y mazas. Berfú también llevaba un arco
corto.
Aunque iban bien armados, siendo gente de mar en general
llevaban armaduras muy ligeras o inexistentes, confiando sobre todo en su
agilidad y escudos. Aunque en un combate prolongado eso podía ser un
inconveniente, en los abordajes a navíos escasamente armados era conveniente, y
en esos momentos de carrera por el cálido y frondoso bosque su ligereza les
permitía moverse con rapidez y sin demasiado ruido.
Uris, que corría en cabeza, se detuvo repentinamente, y el
resto de los piratas hizo lo propio.
-¿Pasa algo,
contramaestre? – preguntó Kunkri, apoyándose en su lanza y recobrando el
aliento. Estaba algo gordo y no llevaba bien tanta carrera.
-Silencio, necio. ¿No
lo oís? – susurró Uris.
-¿El qué? Yo no oigo
nada… - contesto Akrubaal despectivo.
-Exactamente. Nada. Ni
un ruido. Algo nos acecha – afirmó Korom preparando su espada.
-Bah, tonterias. Si
hubiese algo por aquí lo hubiésemos visto – afirmó Kunkri, removiendo unos
cercanos matorrales con su lanza.
Comenzó a reírse, pero su risa murió en sus labios
súbitamente, cuando unos enormes brazos peludos surgieron de la maleza y
agarraron su cabeza. En un segundo, sus sesos salpicaban a varios piratas
cercanos… su atacante le había estallado el cráneo como si fuese una sandia, y
con las manos desnudas.
Gritos de consternación y de horror surgieron de los
piratas cuando contemplaron la pavorosa figura que surgía a saltos de la
maleza. Era una forma vagamente antropomórfica, de gran tamaño pero que
caminaba encorvada, apoyándose ocasionalmente en sus manos. Estaba cubierta con
un pelaje gris-negruzco y todo su cuerpo mostraba una fortaleza y vitalidad
inhumanas. Poseía enormes y largos brazos, fuertes y flexibles, que terminaban
en unas masivas manos provistas de unas uñas marrones que bien podían ser
catalogadas casi como garras, aunque el masivo tamaño de sus puños ya los catalogaban
como un arma tan letal como una maza de guerra.
Sin embargo, lo más terrorífico del ser era su rostro,
encajado en su enorme cráneo parecía una bestial caricatura del de un hombre.
Masivo, plano y ancho, estaba libre de pelo y cubierto por una piel gruesa como
el cuero; en su centro se apreciaba una enorme aunque aplastada nariz, que
husmeaba inquieta, y sobre ella dos pequeños ojos rojos contemplaban maliciosos
al grupo. Una inteligencia, bestial y primigenia pero refinada en el arte de
matar, atisbaba desde sus profundidades, decidiendo quien sería su próxima
víctima.
El ser abrió su ancha boca, mostrando unos colmillos que
alcanzaban el tamaño de cuchillos, y emitió un sonoro aullido, a la par que se
golpeaba sonoramente el pecho con sus puños.
El horror de los piratas casi fue su perdición, porque la
pavorosa criatura no estaba sola y esa era la señal de ataque a sus congéneres.
Entre horribles aullidos, varias figuras surgieron de la maleza y atacaron al
grupo.
Los siguientes minutos fueron una confusa maraña de
violencia, muerte y combate desesperado entre las bestias atacantes y los
intimidados piratas.
Agramon arrojó sus dos jabalinas contra una de las
criaturas que cargaba contra el grupo, y aunque una de ellas se clavó
profundamente en el torso del esperpento, no pareció afectarle demasiado.
Instantes después el agresor alcanzó al desdichado Mano-gancho, al cual agarró
con sus brutales manos. Aunque el pirata se defendió clavando repetidas veces
el garfio que le daba su apodo, la criatura también ignoró el daño recibido y
al momento redujo el cuerpo del desdichado a una pulpa irreconocible y
lacerada, a la vez que de un bocado le arrancaba literalmente la tapa de los
sesos destrozando el cráneo del pirata.
Korom maldijo y con un poderoso revés de su espada dio un
fuerte tajo a la cabeza de la criatura, pero el golpe que hubiese abierto la
cabeza de un hombre común rebotó sobre el duro cráneo del atacante, causándole
una enorme herida pero sin llegar a incapacitarlo.
El monstruo aulló rabioso, y arrojó sus zarpas sobre el
Shartan, atrapándolo con un poderoso abrazo. Agramon sabía que en unos segundos
la bestia destrozaría el cuerpo de su amigo, de modo que con un grito de guerra
se abalanzó sobre el enemigo y comenzó a apuñalarlo con saña con su espada
corta. Agastos el Heleno apareció junto a él y hundió su pesada lanza en un
costado del oponente. Korom había perdido la espada, pero hundía de forma
desesperada una pesada daga en el ancho pecho del monstruo.
Durante unos momentos la pelea fue una confusa maraña de
armas que subían y bajaban, jadeos, gritos agónicos y salpicaduras de sangre.
Finalmente la pavorosa criatura se derrumbó con un gemido muy parecido al que
hubiese emitido un humano, soltando a un vapuleado Korom.
-Por los dioses del
mar, que ha estado a punto de desmembrarme – jadeó el fornido Shartan,
agarrando de nuevo su espada.
Mientras, el combate proseguía furioso, sin que ninguna de
las dos partes pareciese dispuesta a ceder y huir.
Metrobio y Yomi “dos cuchillos” luchaban a brazo partido
con otro de los atacantes, al cual el ágil Yomi clavaba de forma repetitiva sus
afiladas dagas sin ningún efecto aparente salvo hacerle perder un montón de
sangre y enfurecerlo enormemente. Metrobio lo mantenía a raya con una pesada
pica de abordaje, la cual había clavado en su vientre y retorcía con saña,
intentando eviscerar al adefesio. La criatura rugía agónica, intentando
alternativamente alcanzar a Metrobio o atrapar a Yomi, pero estaba tan furiosa
que no atinaba a centrarse en ninguno de sus oponentes; su furia le impidió
percibir como Melquiar se colocaba a su espalda y le abría el cráneo con una
afilada hacha de guerra.
Brottus y Korom se enfrentaban al asesino del desafortunado
Kunkri, que además parecía ser el líder del grupo y el enemigo de mayor tamaño.
Desgraciadamente ambos piratas iban únicamente armados con espadas, con lo que
no podían utilizar la táctica de Metrobio de mantenerlo a distancia con un arma
larga. El suyo era un combate de fuerza bruta, intercambiando tajo de espada
por golpe de garra e intentando detener los ataques de su enemigo con los
escudos o esquivándolos hurtando el cuerpo de la embestida de turno.
Lamentablemente, la criatura poseía una fuerza y un vigor sobrehumano que
absorbía el daño de forma asombrosa; además era muy rápido y mostraba un gran
instinto de combate. Solo esperaba un error por parte de sus oponentes, y
Brottus fue el primero que lo cometió: lanzó un tajo con demasiada fuerza y
cuando su oponente lo esquivó, perdió el equilibrio durante un segundo.
Fue solo un segundo, pero era todo lo que necesitaba el
monstruo. Con un rápido movimiento de una de sus garras, degolló brutalmente al
pirata, el cual se derrumbó borboteando sangre e intentando taponar la enorme
herida.
-¡Maldito!- bramó
Uris. Y con un enorme tajó hirió una de las garras de su atacante, rebanándole
dos dedos y causando un torrente de sangre. La horrible criatura chilló a su
vez, y retrocedió hacia los matorrales cediendo terreno ante la embestida del
furioso contramaestre. Sangraba por numerosos cortes, pero no parecía perder
fuerzas por el momento, y amenazaba al pirata con su garra ilesa y con sus
enormes fauces.
En otro lugar del pequeño claro, Berfú lanzaba flechas con
su arco corto. Ya había matado a uno de los engendros, clavándole varias
flechas en su cuerpo y finalmente atravesándole la garganta con un disparo
afortunado; a continuación había herido a otros dos, pero ya no tenía objetivos
fáciles ya que los enemigos o bien estaban en combate cuerpo a cuerpo con los
piratas o habían aprendido que era conveniente mantener matorrales o árboles
entre ellos y el arquero. Aún así, seguía disparando tras apuntar
cuidadosamente. Eso disminuía el ritmo de disparo, pero se aseguraba de no
darle a sus compañeros.
Una nueva flecha voló certera por los aires y se clavó en
la frente de otro enemigo que se enfrentaba a Kadmu y Akrubaal; tras unos
momentos, se derrumbó lentamente, casi dubitativamente y con un rictus de
estupor en su semi-humano semblante, como si su bestial cerebro se negase a
reconocer que estaba muerto.
El arquero preparó otra flecha, buscando un nuevo objetivo,
pero unas hojas cayeron de los árboles sobre él, y se oyó movimiento en el
árbol que extendía sus ramas sobre él. El desafortunado pirata solo tuvo un
momento para mirar hacia arriba y gritar aterrado antes de que unos brazos
surgiesen del follaje de una rama baja y, agarrándolo brutalmente, lo
levantasen en vilo y lo hiciesen desaparecer.
Únicamente su arco y algunas flechas caídas quedaron
tirados en el suelo para mostrar su sangriento destino, pero por el momento sus
compañeros no se dieron cuenta de su desaparición y continuaron luchando.
El combate parecía empatado. Los oponentes se desangraban
lentamente unos a otros, enfrentando la ferocidad y fuerza bruta de los
monstruos contra el armamento y coordinación de los piratas. Sin embargo, la
balanza pronto se inclinó hacia un lado: Korom, Agramon y Agastos cargaron
gritando contra la criatura que se enfrentaba a Uris.
Este monstruo era más grande que el resto, y más astuto.
Sabía que no podía enfrentarse a tantos humanos chillones provistos de afiladas
armas metálicas simultáneamente, y además estaba herido, así que consideró
prudente retirarse del combate. Al hacerlo emitió un sonoro ladrido, y obedeciendo
el mandato de su líder el resto de criaturas desapareció en un momento entre el
follaje, como si nunca hubiesen estado allí.
Los piratas se agruparon, aturdidos, vapuleados y
sangrantes, y contemplaron los cadáveres de amigos y enemigos. Cinco de las
horribles criaturas estaban tirados en el claro o en la maleza circundante.
-Kunkri, Mano-gancho
y Brottus han muerto, pero por los dioses que lo han pagado caro estas
criaturas – comentó jadeando Uris.
-Berfú ha
desaparecido. Si estos demonios se lo han llevado, estará ya muerto… -
comentó pesimista Metrobio
-¿Qué eran esas cosas?
– se lamentó Kadmu, vendándose una herida de garra en un muslo
-Simios Grises
carnívoros – contestó Korom – Son
oriundos de las junglas del sur y las costas del Gran Mar, pero se pueden
encontrar en algunas de las islas del Mar Interior. Sobre todo cerca de
antiguas ruinas. Hay leyendas que dicen que los Nilienses los amaestraban hace
mucho tiempo como bestias guardianes y de guerra.
-Estamos
condenadamente lejos de Nilia – Se quejó Yomi
-Yo he estado en
Nilia y no he visto ninguno… - opinó Melquiar
-No los criaran ya, y
no me extraña visto lo visto. ¡Como para tener a uno de estos bichos en casa
guardando la puerta! Aunque si que es cierto que aún utilizan babuinos para recoger
frutas y como animales guardianes. Pero aún así eso no explica qué demonios
hacen aquí los malditos – escupió Uris
-Tal vez hubiese un
puesto comercial Niliense en esta isla. O quizás naufragase en sus costas un
barco que los llevaba; sobrevivieron al naufragio y se multiplicaron… -
aventuró Agramon
-Es posible. En
cualquier caso será conveniente alejarnos de aquí. Por lo que tengo entendido
los Simios Grises son muy territoriales, y si nos han atacado es porque nos
hemos metido en sus territorios de caza. Si nos alejamos es muy posible que no
nos sigan. ¿No crees Agramón?
-Creo que tienes
razón, Korom. En cualquier caso, me parece que ya no hace falta que persigamos
al niliense y a sus criados. Si se encontraron con estas bestias no quedará
mucho de ellos. ¡Volvamos al barco y abandonemos esta condenada isla!
-Eso no podemos
saberlo. Tal vez alguno escapase – gruñó Akrubaal
-¡Vete al infierno
Akrubaal! ¡No pienso morir para encontrarte a una trotona con la cual te
solaces, pervertido! – Chilló Agastos
-Vete al infierno tú,
Heleno mariquita, ¡Te voy a abrir en canal! – Gritó furioso el Kadeshita,
amenazando a Agastos con su espada Sapara, una espada corta con forma de hoz.
-¡Silencio los dos! Y
tu, Akrubaal, baja ese arma o te la meto donde no brilla el sol – Bramó
Uris flexionando sus enormes músculos amenazador. Los dos piratas se
tranquilizaron, pero se lanzaron miradas asesinas.
-¡Bien! Akrubaal
tiene razón. Tenemos que asegurarnos que no se han escapado de los monos esos…
-Simios – corrigió
como de pasada Agramón, ganándose una mirada furibunda del contramaestre.
-Pues de los simios.
No voy a volver al capitán diciendo que unos mon… simios nos han echado a
patadas de la isla y nos hemos vuelto llorando al barco y clamando por nuestras
mamis. Veremos a ver si estos adefesios cazaron a esos incautos. Y si es así,
al menos intentaremos recuperar las joyas y objetos de valor que llevasen
encima ¡Vamos!
-¿Y los cuerpos de
nuestros compañeros? – preguntó Melquiar manoseando un amuleto del dios Melquart.
Era muy piadoso.
-¿Quieres quedarte
aquí enterrándolos? – contesto irónico Korom.
El grupo de piratas abandono el claro, pero no sin antes
despojar presurosamente los cadáveres de sus compañeros de cualquier cosa de
valor o útil que llevasen encima. Uris se apoderó del arco de Berfú y de las
pocas flechas que quedaban. El resto se repartieron las armas y otros bienes,
andando a la par que disputaban entre ellos qué les correspondía a cada uno.
No habían avanzado mucho entre la espesura cuando encontraron
los cadáveres de cuatro o cinco Simios Grises más.
-Con que a esos
“incautos” los habían devorado los Simios ¿eh? Mirad como los han dejado. ¡Pero
si a este lo han partido casi por la mitad! ¿Qué arma habrán usado?
-Este otro esta
cosido a puñaladas… o lanzazos. Vete tu a saber. Está destrozado.
-Y les han arrancado
la cabellera a todos ¿Qué salvaje arranca cabelleras de simios? ¿Y para qué?
-¿Quién demonios es
esta gente?
-¿Qué, Akrubaal? ¿Aún
quieres solazarte con esas indefensas mozas? – bromeó Korom
-Yo no continúo. ¡No
quiero perder mi cuero cabelludo a manos de un Niliense loco o una de sus
fúrcias! – exclamó Melquiar.
-Callaos todos y
continuad – siseo amenazador Uris, empujando a los piratas más reticentes.
-Me estoy planteando
esto de dedicarme a la piratería, Korom. Esta vida es muy dura, y no se si me
compensa tanto sobresalto. Tal vez la profesión de mercenario sea más tranquila…
– susurró Agramón a su amigo. El Shartan se encogió de hombros, pero no
contesto nada.
Los piratas continuaron avanzando en dirección al monte que
dominaba la parte norte de la isla. El bosque se fue aclarando, y de repente se
escucharon balidos. Muy pronto encontraron varias cabras y carneros balando y
triscando alegremente entre la vegetación. No parecieron asustarse lo más
mínimo al ver a los piratas.
-Bueno, al menos esta
noche podremos cenar opíparamente, un cabrito bien asado en un buen fuego –
opinó Kadmu
-Que nadie toque ni
un pelo de esas cabras, maltitos seais. Ni un ruido. ¿U os pensaís que esto es
una excursión? – ordenó furioso Uris.
Los piratas continuaron avanzando, hasta que oyeron como
alguien se acercaba en su dirección. Se acercaba rápido y aparentemente sin el
menor cuidado, dado el sonoro retumbe de sus pisadas y el ruido que hacía al
apartar la maleza.
-¡Aquí vienen esos
locos! – exclamó Metrobio preparando su pica de abordaje.
-Por los dioses que a
mi no me arrancaran fácilmente la cabellera ¡Es mía! – gimoteó Melquiar,
agarrando con fuerza su hacha.
-Intentad atrapadlos
con vida. – ordenó Uris – ¡Los
muertos no pagan rescates!
-Si, hombre. Seguro
que se rinden nada mas vernos – murmuró irónico Agastos.
Repentinamente, una encina cedió bajo una poderosa
embestida, dejando a la vista la criatura que se acercaba. Contrariamente a lo
esperado, no se trataban del famoso Niliense ni de sus acompañantes, si no de
un enorme humanoide de más de tres metros de altura y vestido con burdas
pieles. La criatura les miró furibunda con su único ojo y manoseo una enorme
clava (en realidad la totalidad del tronco de un árbol), como concentrándose.
Su brutal rostro dejaba a las claras que eso de pensar no era precisamente lo
suyo.
Los piratas se quedaron helados con una mezcla de asombro y
pavor. Esta isla abandonada estaba resultando de lo más concurrida.
-Así que el
hombrecillo aceitoso no mentía – rugió finalmente el cíclope, utilizando el
lenguaje comercial de una forma un tanto macarrónica – ¡Aquí hay ladrones que quieren robarnos las cabras!
-¿Qué? ¡No! –
grazno Yomi “dos cuchillos”
-¡Mentiroso! ¡Ladrón!
– gritó el coloso. Y con un fluido movimiento dejó caer la clava sobre Yomi,
matándole al instante.
Los piratas reaccionaron finalmente, entre maldiciones.
Metrobio y Agastos intentaron clavar sus armas de hasta en el coloso, mientras
el resto de piratas avanzaba enarbolando armas y gritando, rodeando al
oponente. El cíclope comenzó a bramar, aguijoneado por la lanza de Agastos y la
pica de abordaje de Metrobio.
-¡Hermanos, los
ladrones me atacan! ¡Nos quieren robar las cabras! ¡Ayudadme!
A no mucha distancia se oyeron gritos airados, y cómo
varios cíclopes más avanzaban por el bosque.
-¡Hay más de uno!
– gritó aterrado Kadmu
-Retroceded hacia el
barco – ordenó Uris. Sin ninguna duda planeaba una retirada organizada,
pero varios de los piratas salieron corriendo sin orden ni concierto.
-¡Locos! ¿Qué hacéis?
¡Si nos dispersamos nos cazaran como a liebres! – gritó Agastos,
manteniendo a raya al cíclope a duras penas con su lanza.
Lo hacía en solitario, porque Metrobio era uno de los que había
salido huyendo.
-Quédate tú,
estúpido. ¡Yo planeo seguir viviendo muchos años más!- contestó Akrubaal a
la par que desaparecía entre la espesura y emitía una carcajada maniaca.
Agastos no pudo contestar, porque en ese momento el cíclope
lo lanzó por los aires con un revés de la clava. El heleno cayó entre unos
matorrales con un sonido de huesos rotos.
-Akrubaal, maldito
cobarde. ¡Traidor! ¡Los dioses te confundan! – gritó Uris a la par que
clavaba su espada en la pierna del gigante.
-¡Uris, tenemos que
irnos! – gritó Korom. Únicamente Agramón, Melquiar y él permanecían junto
al contramaestre.
Los cuatro salieron corriendo, aprovechando que el cíclope
estaba herido en la pierna y cojeaba visiblemente. Lamentablemente, antes de
que los piratas se perdiesen entre los árboles, el coloso arrojó su enorme
clava acertando a Melquiar en la espalda. El pirata fué aplastado contra un
árbol y resultó malherido, cayendo al suelo cuan largo era.
-¡Ayudadme, por
piedad! – Suplicó a sus compañeros sin demasiada esperanza. Ante su
sorpresa, Korom y Agramón detuvieron su carrera y, agarrándolo sin mucha
ceremonia, lo levantaron en vilo.
-Como pesas,
condenado – gruñó Agramón
-Gracias, gracias,
compañeros. Que Melquart os bendiga… - lloraba el herido pirata.
-Vamos, cretinos
– gritó Uris, utilizando el arco y las pocas flechas contra el cíclope, más
para mantenerlo a raya que esperando causarle algún daño significativo.
El cuarteto de piratas volvió a alejarse, renqueante, del
furioso cabrero, dejándolo atrás.
-Así que el niliense
nos ha echado encima a estos ciclopes… ¡Por poseidon que si algún día me lo
encuentro, me las pagara todas juntas! – juraba el contramaestre.
-Ocúpate de llegar
vivo al barco y ya veremos – contestó jadeante Korom
* * *
Akrubaal y Metrobio corrían por los bosques, tratando
despistar a uno de los cíclopes que había dado con su rastro. Habían iniciado
su huida intentando alcanzar la playa donde se encontraba varado el Brisa
Feroz, pero un cíclope atraído por los gritos de su congénere se había
interpuesto en su camino. No habían tenido más remedio que internarse en el
bosque hacia el oeste pero el cíclope les llevaba persiguiendo desde entonces y
les estaba ganando terreno.
-Nos va a alcanzar y
a matar por la espalda, como a cobardes. Agastos tenía razón… – gruño
Metrobio
-¡Pues quédate y
muere como un valiente! – exclamó Akrubaal a la par que deslizaba su Sapara
sobre la pierna de Metrobio, desgarrando cruelmente su gemelo.
-Argghhh, ¿Qué haces?
-Lo siento, Metrobio,
pero no tengo que correr más que el cíclope. ¡Únicamente más que tu!
-Maldito seas,
Akrubaal. ¡Traidor! ¡Que Ares te maldiga! Argggghhhh...
El Khadeshita se alejó del ruido de combate que retumbaba a
sus espaldas. Metrobio, herido de una pierna no tenía ni la más mínima
oportunidad contra un contendiente como el cíclope, pero esperaba que su lucha
desesperada le diese el suficiente tiempo para poner pies en polvorosa.
Corrió y corrió, y muy pronto se dio cuenta de que estaba
irremediablemente perdido en la espesura, pero sabía que estaba en una isla, y
únicamente tenía que alcanzar la costa para orientarse y encontrar la galera.
Hubiese preferido llegar el primero al navío para convencer al capitán que era
el único superviviente y huir de inmediato, abandonando a los incómodos
testigos de su cobardía, pero a estas alturas ya se daba por satisfecho con
huir de la isla como fuere.
De repente un ruido lo sacó de su ensimismamiento. Se
detuvo y se fijó que unos matorrales al frente se movían ligeramente, como si
algo avanzase sigiloso entre ellos. Un sudor frío comenzó a correr por su
cuerpo. ¿Había vuelto al territorio de los Simios Grises? Era posible.
Comenzó a retroceder, pero otros ruidos a ambos costados le
detuvieron. Se giró en redondo. Varias figuras avanzaban encorvadas entre la
maleza hacia él. Lentamente. No tenían ninguna prisa, porque estaba
completamente rodeado.
-¡No! ¡Nooooooo…!
* * *
Kadmu “el encendido” avanzaba renqueante por el bosque.
Su herida en la pierna se había abierto de nuevo, y un
fuerte dolor le atenazaba. Sabía que no sería capaz de dejar atrás durante
mucho tiempo a los cíclopes que le debían andar buscando. Solo se le ocurría
una solución: un fuego. Un buen incendio pondría una barrera de fuego entre él
y esos monstruos. El viento era el adecuado, un viento proveniente del
sudoeste, que alejaría el fuego de él y lo llevaría hacia sus perseguidores. El
bosque no estaba todo lo seco que hubiese deseado, pero ardería lo suficiente
para generar llama y mucho humo.
El jadeante fugitivo se detuvo y encontrando un matorral lo
suficientemente seco para sus fines, sacó sus apreciados yesca y pedernal. Con
sonoros chasquidos comenzó a intentar prender el seco arbusto, pero estaba tan
nervioso que no atinaba a generar chispa.
¡Esto era inconcebible! El, Kadmu. Buscado en seis ciudades
por incendio (en realidad había causado temibles incendios en muchas
poblaciones más). El hombre que se las había arreglado para quemar el gran zoco
de Shubuk aprovechando una noche en la que el viento del sur había avivado las
llamas lo suficiente para generar un infierno que hasta fundía las cacerolas de
latón de los tenderetes… ¿No atinaba a encender un miserable fuego en un bosque
seco?
Kadmu hizo crujir sus dientes de frustración, y totalmente
ofuscado no se dio cuenta de la enorme figura que se había apostado a su
espalda y le observaba curioso.
-Así que además de
querer robarnos las cabras nos quieres asar vivos ¿Eh? ¡Muere, Incendiario!
– gruñó el ciclope a la par que dejaba caer su enorme pie sobre el acuclillado
pirata.
El pirómano murió con el nombre de su delito favorito – y
su pasión en la vida – en sus oídos.
* * *
El capitán del Bisa Feroz paseaba inquieto la playa. Sus
muchachos hacía ya mucho tiempo que se habían internado en los bosques de la
isla y a estas alturas ya deberían haber vuelto trayendo consigo a los
cautivos.
-Malditos inútiles.
¡Seguro que están borrachos debajo de algún árbol! Como no vuelvan pronto les
voy a arrancar la piel a tiras – gruñía. El resto de la tripulación
aprovechaba para descansar tumbados en la arena, a la sombra de un toldo, o
bien limpiaban el casco de la varada galera y le untaban brea. Ya estaban
acostumbrados a los gruñidos e improperios del capitán y no le prestaban
atención.
Repentinamente se oyeron unos gritos, y a lo lejos varias
figuras entraron precipitadamente en la playa y corrieron cuan rápido pudieron
hacia la galera, gritando y haciendo señas.
-‘eñó Capitán, pa’ece
que ‘on Uri’ y varió’ de ló’ muchacho’ que vienen co’iendo como ‘i lé’ caza’en
todó’ ló’ demonió’ – señalo Babú.
-¿Qué es lo que están
gritando? No se les oye. – preguntó un pirata, apoyándose indolentemente en
una fregona empapada de brea.
-¿Y donde está el
resto del grupo? – Inquirió otro
El único ojo del capitán se iluminó con una chispa de
comprensión. Después de todo, uno no sobrevivía tanto tiempo como pirata sin un
alto sentido de la conservación.
-¡Por los cuernos de
Minotauro! ¡Botad el barco, inútiles! ¡Vamos! ¡vamos!
-Pero ¿Qué pasa
Capitán?
-¡Obedece, cretino, o
te mandaré de una patada en el culo a maldecir a tu madre por traer a alguien
tan imbécil al mundo!
Justo en ese momento otras figuras irrumpieron en la playa.
Incluso a tal distancia se podía apreciar su enorme tamaño y los bramidos que
emitían. Y también las enormes clavas y las piedras que enarbolaban
amenazadores.
-¡Vaya día! –
suspiró el capitán.
* * *
El Brisa Veloz se alejaba lentamente de la costa de la Isla
del Carnero Negro, luchando contra el oleaje y con geiseres de agua levándose a
su alrededor. Estos eran causados por una lluvia de rocas que los gigantescos
cíclopes lanzaban, enfurecidos, desde la playa. Afortunadamente los gigantescos
tiradores parecían tener una puntería bastante mala, sin duda debido a un
deficiente sentido de la profundidad a causa de su único ojo.
Korom y Agramón se afanaba, sudorosos y rendidos, en los
remos. Habían llegado a abordar la galera por los pelos, tras una carrera
desesperada por la playa. Una tromba de agua, causada por una enorme piedra que
cayó en el agua apenas a dos codos del costado del navío, les empapó de pies a
cabeza.
-¿Sabes lo que te
digo, Agramón? Tenías razón. La vida de mercenario me parece muy atractiva en
estos momentos. ¡Es duro ser pirata…!
La tripulación del Brisa Feroz (una típica galera pirata del Mar Interior) salta a tierra en busca de botín.