Estaba en un barco que navegaba. Los crujidos de la madera invadían sin parar el ruido de fondo de las olas rompiendo contra el casco del barco. Eran una constante junto con los gemidos de los cachorros. El salitre que llevaba el viento era ya casi imperceptible para su sedienta boca de labios cuarteados. Parecía que su vida se redujera a eso: sed, vaivén, sol...
Otra mañana bajo el sol abrasador. Casi prefería que hubiera aparecido una fuerte tormenta como las que les azotaron la semana pasada. Casi.... Demasiado olor a vómito para su sensible nariz y demasiado dolor en las manos por agarrarse fuertemente a los barrotes.
La jaula era algo que no soportaba. Estar encerrado sin poder estirar las piernas con comodidad era un suplicio. Uno de los cachorros que estaban con él se le acercó y se subió a su regazo buscando consuelo. Distraídamente le acarició la cabeza susurrando palabras tranquilizadoras. Los pequeños estaban demasiado mareados como para pensar en estar asustados. Casi era mejor así. Que no pensaran en nada más que en el mareo. Ya estaba él para pensar por todos.
Como siempre a esta hora, se acercó "Casimanco" con la comida. No sabía su nombre, pero ese apelativo le venía que ni pintado. Una leve sonrisa le apareció en su cara mientras se relamía recordando. Si se concentraba aún notaba el regusto de su sangre en la boca. Habían merecido la pena la paliza y esos dos días de ayuno, ya que desde el incidente le mostraba más respeto. Bueno, en verdad más bien miedo, pero era un alivio no ver en su cara esa mirada de suficiencia que hasta entonces había ostentado.
- A ver perros, aquí tenéis los cuencos.- gritó "Casimanco" al pasar por entre las jaulas.
Aún llevaba un tosco vendaje en su mano derecha. ¡Qué pena que no se hubiera acercado más!. Un pequeño error de cálculo por su parte. Si no hubiera tenido dormidas las piernas seguro que le habría arrancado algo más que un par de dedos. Un poco más arriba, y entonces seguro que ni ese sacerdote calvo habría podido hacer nada por él.
Mmmm que asco de comida. Siempre lo mismo, gachas con trozos secos de carne. Ahhhh carne. Cómo deseaba saborear de nuevo la carne fresca. El maravilloso olor de la presa indefensa, desgarrar su piel con los dientes, sentir por un instante que no hay nada más a tu alrededor salvo tu hermanos de caza.
"Ya estas desvariando viejo. Vuelve al presente, no pierdas el control de la situación. Siempre alerta. Tu gente te necesita. Más ahora que estaban próximos a su destino."
Hmmm cómo odiaba estar encerrado. Pasear por el pueblo, eso es justamente lo que querría estar haciendo. Bajo la sombra de sus árboles. Sombra si. Pasear por los tenderetes en día de mercado. Cómo le gustaba hacer eso a su pequeña, siempre dando saltos de un sitio a otro.
Su pequeña. ¿Qué será de ella? ¿Qué le habrá pasado? Seguro que se ocultó bien ya que no esta entre ellos. Seguro. No soportaría otra verdad.
"Ella tiene que estar bien, seguro."
Se pasó la mano por la frente para quitarse los mechones que se le pegaban a ella por culpa del sudor y meterlos detrás de sus afiladas orejas. Mejor no pensar en eso. Mejor centrarse en lo que haría cuándo llegaran a tierra. Con cuáles de los suyos podría contar, y con cuántos acabarían antes del fin. No permitiría que los vendiesen como animales de circo o como mascota de algún mago sin escrúpulos. Eso nunca.
Al ponerse el sol, el calor se atenuó y los pequeños y el resto de su familia empezaron a moverse inquietos y a salir de su letargo.
Como siempre, a la caída de la noche, la corpulenta figura de pelo hirsuto se postró mirando al cielo y emitió una oración en voz queda.
-Señora, que vuestro brillo guíe a mi pequeña, que viva una larga vida y que no sufra penalidades.
Y como siempre, en estas noches en que su señora les sonreía plena desde arriba, mientras permitía que sus pensamientos racionales se desvanecieran, se unió al lamento de sus hermanos, de su manada.
-Auuuuuuuuuuuuuuuuuuu
Cómo odiaba estar enjaulado. Otra noche más en la que los del barco vivirían.
jueves, 26 de diciembre de 2013
martes, 24 de diciembre de 2013
MIENTRAS LOS HÉROES VAGABAN POR AGLAROND
Una pequeña pero elegante biblioteca, hay una gran chimenea
encendida, delante en un cómodo sillón un anciano lee un enorme tomo. De pronto
en un lateral de la estancia brillan unas ligeras luces, y se forma un brillante
disco ovalado, del que surge una figura esqueletal ataviada con elegantísimas
ropas, aunque parecen muy antiguas, porta una antiquísima corona, parece un rey
de tiempos remotos salido de su mausoleo. El anciano no levanta la vista del
enorme libro, pero habla:
- Vaya, vaya, pero si es Lord Volkemort en persona. ¿A qué
debo este inesperado placer Milord?-
El tono parece algo irónico, especialmente al pronunciar la
palabra 'Lord'. Una voz fría, cadavérica resuena por la pequeña biblioteca:
- Aaanciaaanooo, hacía mucho tiempo que no teníamos una
entrevista, veréis he pasado algunos apuros, pero ya estoy algo mejor. He
encontrado lo que tanto tiempo lleváis buscando, y por lo que prometisteis un
buen intercambio.-
- Mmm, veamos, ¿qué has encontrado exactamente?-
- He encontrado un lugar donde hay inscritas unas antiguas
runas, exactamente iguales que las que me mostrasteis en ese antiguo brazalete
vuestro.-
El anciano cierra el libro, y se levanta despacio, el
interés brilla en sus ojos.
- ¿Habláis en serio Milord? Me interesa mucho esta
información.-
- Looooo, suponía Milord, pero ahora lo que yo quiero saber
es si tenéis lo que os pedí a cambio de esta pequeña investigación.-
- Puede que lo tenga, si la información es adecuada.-
La figura cadavérica se acerca al anciano, sin hacer a penas
ruido, y deposita un fajo de pergaminos en una pequeña mesa cercana a la
chimenea.
- Echad un vistazo, os aseguro que es bueno lo que he
conseguido, encontré las dichosas runas que no he conseguido descifrar, en un
gran bosque al sur de la ciudad que ahora llaman de los esplendores. Parecían
trazar un camino a un enorme árbol en ese bosque, pero estaba fuertemente
protegido por un grupo numeroso de druidas, lo que dificultaba mi labor sin un
enfrentamiento, así que no puede investigar el árbol con la atención adecuada.
Además al norte de ese bosque hay una orden de estúpidos caballeros que se
dedican a patrullar la zona y proteger al populacho, afortunadamente estaban
muy ocupados con una incursión de Gigantes, y no notaron mi presencia en ningún
momento. Tenéis todos los detalles de mi estudio en esos pergaminos. Creo que
mi parte es más que suficiente, ahora si no queréis que me irrite, será mejor
que cumpláis la vuestra.-
Una potentísima luz parece surgir del anciano, la figura
esqueletal retrocede rápidamente, baja sus huesudas manos, y aunque parece
imposible surge miedo de sus dos pupilas incandescentes. La voz del anciano se
transforma, parece una música grave, amable, pero al mismo tiempo autoritaria.
- Lord Volkemort, no
olvidéis la cortesía en ningún momento en mi presencia, detesto a las personas
mal educadas, y detesto las amenazas. No os tengo miedo, ni os lo tendré nunca,
¿Queda claro?.-
La figura esqueletal se incorpora lentamente, pues había
caído de rodillas, por el fuerte impacto de luz.
- Disculpad Milord, no pretendía ofenderos ni amenazaros,
simplemente es que llevo demasiado tiempo separado de mi más preciada
pertenencia y creo que si consigo lo que me prometisteis, podría recuperarla,
disculpad mis modales, son fruto de la ansiedad.-
El anciano retoma su tono suave y amable, la luz se apaga.
- Bien, bien, no pasa nada Milord, es comprensible.-
El anciano se acerca a una pequeña estantería, rebusca entre
varios tomos, y tras un ligero brillo aparece en sus manos un gran tomo, con
multitud de inscripciones y runas.
- Aquí está Lord Volkemort, la antigua sabiduría Zentarim
que tanto codiciáis. Es vuestro, pero os advierto, si la información que me
habéis dado no es la que busco, estaréis en deuda conmigo.-
- Siiii, Milord, por supuesto, pero os aseguro que la
información es la que necesitáis, he dedicado mucho tiempo a una adecuada
investigación.-
El anciano tiende el enorme tomo a la tenebrosa figura que
lo toma con avidez.
- Ahora si no os importa, os pediré que dejéis la
biblioteca, antes de que algún estúpido entre y os vea, dando la voz de
alarma.-
- Por supuesto Milord, ha sido un verdadero placer hacer
negocios con vos.-
La alta figura esqueletal hace unos rápidos gestos, un nuevo
disco ovalado se abre ante él, da un paso y desaparece en el óvalo. En su
superdotado intelecto se forman varias ideas a la vez, pero una se impone a las
demás:
- ¡Por fin, por fiiinnn, ja, ja, ja! Ese maldito elfo me
devolverá lo que es mío, y una vez que mi esencia me pertenezca de nuevo, ya
veremos que hago con él. Aunque he de reconocer que esas partidas de ajedrez me
agradan, pero creo que me agradará más ver como estalla en mil pedazos.-
Mientras tanto en la biblioteca, el anciano ojea los
pergaminos que quedaron en la pequeña mesa.
- Bien, bien, no tiene sentido, ¿cerca de la ciudad de los
esplendores? El viejo, siempre tan listo, siempre tan noble, siempre tan justo.
Maldito sea por la eternidad, pronto tomaré lo que siempre debió ser mío. Si
esta aberración ha hecho su trabajo, puede que esta vez si, puede que esta vez
encuentre a mi vieja amiga...-
domingo, 15 de diciembre de 2013
ESPERANDO A LOS AVENTUREROS
Un gran río, varias embarcaciones circulan en ambos
sentidos, una algo mayor atraca en un puerto, los pasajeros bajan, entre ellos
destaca un tipo atractivo, con un ligero amaneramiento, vestido con ropas de
noble que necesitan serios arreglos. Varios jóvenes se encargan de su equipaje
y su montura, porta una formidable espada. Un tipo gordo y grande se le acerca
nada más poner un pie en tierra:
- Milogd, ¿es usted Logd Cunningham?-
El cansado viajero le mira con cierto desprecio y responde:
- Ese es mi nombre siervo, ¿qué quieres?-
El hombre gordo le entrega una carta lacrada y desaparece
rápidamente.
Toma la carta, al mirar el lacre sus ojos se abren mucho,
empalidece ligeramente y la abre con cierto nerviosismo, comienza a leer...
- Señor, me han recomendado la taberna de la Flor Roja...-
Lord Cunningham levanta la vista, mira a su siervo, está
totalmente blanco.
-N...No, vamos al Arpa de Oro.-
- Pero Señor, es muy cara y nuestro monedero...-
La frase es cortada secamente, se oye un golpe, el muchacho
cae al suelo.
- No vuelvas a discutir lo que digo jovencito, tengo una
importante cita allí.-
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Unos suaves golpes en una puerta, una voz suave, encantadora
surge tras la puerta:
- Pasa Archie.-
- "Maldito sea, ¿cómo puede saber que soy yo?"-
Archie entra en la habitación con cautela, se trata de un
pequeño salón, elegante y acogedor. Una figura de espaldas mira a una chimenea,
sostiene una copa y se gira lentamente, su voz es suave, agradable, imposible
de ignorar:
- Sir Archivald Cunningham, por fin, me alegra mucho verte
de nuevo. Tengo una buena suma de oro con tu nombre, si tu tienes lo mío.-
- Milord, veréis, surgieron varios problemas inesperados,
aventureros descerebrados, la Iglesia de Anhur e incluso tres hermanos vuestros
aunque más bajitos y de piel más pálida...-
La elegante figura avanza unos pasos, con un ligero tintineo
metálico.
- ¿Hermanos míos dices? esa noticia es sumamente
desagradable, bien imagino que todo esto son excusas para decirme que no traes
mi encargo. Pero mi oferta sigue en pie.-
- Milord, estoy seguro que varios de esos aventureros
pasarán por aquí, debido a quién les guía, creo que se dirigen al pequeño país
de Lorindale. Conseguiré lo que me pedisteis, os lo juro.-
- No lo dudo Archie, el oro que te ofrezco restablecerá tu
posición, y podrás vivir cómodamente el resto de tus días. ¿pero quiénes son
esos aventureros? ¿Tienen lo que te pedí? Tampoco era un encargo tan difícil
para alguien de tus habilidades, un viaje largo si, pero no demasiado
complicado ¿no crees?-
- Si Milord, pero las cosas se complicaron. Se trata de un
grupo de aventureros, entre ellos destacan dos Perras, nada de que preocuparos,
una Norteña del este y una negra inmensa, creo que son ellas las que tienen
vuestro tesoro Milord.-
La esbelta y elegante figura parece estudiar a Archie unos
segundos, sus ojos brillan con fuerza en el poco iluminado salón, Archie
tiembla ligeramente.
- Estupendo Lord Cunningham, debo partir, hay asuntos
importantes pendientes al norte, te espero allí, y tu oro también te espera
allí.-
- No tardaré mi Señor.-
Archie se retira con miedo en los ojos y sin dar la espalda
a su interlocutor.
- Espera. Toma esto para imprevistos, así sabrás que no
hablo en vano.-
Lanza una bolsa que Archie toma en el aire y se retira.
Cierra la puerta con suavidad, pensando:
- 'Qué tipo más extraño, nunca había conocido un duende como
este, no me fío, pero esta bolsa es pesada y yo tengo muchos gastos,
prepararemos un recibimiento a esas perras y a quién las acompañe.'-
- ¡Gastón!-
- Mi Señor.-
- Pide una buena cena, habitación, cuida que no les falte de
nada a nuestras monturas, entérate si hay alguna partida interesante con nobles
a ser posible, en marcha, y para más tarde entérate cuál es el mejor burdel de
la ciudad, quiero compañía esta noche. Pronto cambiará mi suerte querido y eso
significa que también cambiará la tuya.-
- ¡Mi Señor, inmediatamente, si!-
El joven Gastón baja las escaleras de la elegante posada con
una gran sonrisa en la cara.
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