martes, 18 de diciembre de 2012

BANDO

Bando de los Lores de Waterdeep
 
A la atención de los ciudadanos de la ciudad de Waterdeep:
 
Estimados ciudadanos, me complace informaros que a finales del mes de Uktar, antes de la temporada de nieves, se celebrará en nuestra noble ciudad una importante conferencia a la cual asistirán delegaciones de numerosos miembros de la Alianza de los Lores, así como otros estados amigos, incluidos representantes de los estados elfos de Evermeet y Evereska, de los enanos de la Ciudadela de Adbar y otras muchas comunidades. Las reuniones trataran sobre temas de suma importancia para todas las gentes del Norte.
El Consejo solicita la máxima cooperación de todos los habitantes de la ciudad con el fin de garantizar la seguridad y el orden en nuestra gran urbe durante las fechas en que dure la conferencia, y se realiza un llamamiento a la población a la comprensión y amabilidad con los representantes y sus sequitos, recordando que muchos proceden de sociedades o culturas que difieren de las de nuestra noble ciudad.
Con el fin de celebrar tan importante evento, se decretaran distintos festejos y eventos, cuando el clima lo permita, incluyendo torneos de diversa índole. La asistencia a estos será gratuita y sus gastos correrán a cargo del erario de la ciudad. Así mismo, diez ciudadanos tomados del censo mediante sorteo serán invitados a las cenas dadas en honor de las delegaciones en Palacio, con el fin de que representen a la población general de nuestra ciudad en dichos eventos. Se ruega de dichos ciudadanos pulcritud y buenos modales.
 
Lord Piergeiron, Lord Descubierto, en nombre del Consejo de la Ciudad de Waterdeep

LA VIDA DE UN PAJE ES DURA

Gleyburn contempló encandilado como las dos estudiosas aventureras salían de las salas de archivos y rememoró de nuevo el tacto de la suave túnica que llevaba la mujer y el calor corporal que se adivinaba bajo ella, el aroma que desprendía, y su contoneante movimiento al andar. Las dos mujeres eran preciosas, en su opinión. Tanto la exótica elfa de piel dorada como la encantadora humana de pelo plateado, pero el joven se inclinaba mas por la humana. Parecía más simpática que la arrogante elfa. Y probablemente más accesible, incluso a los avances de un simple paje, con algo de suerte... Durante sus periplos acompañando a la hermosa sacerdotisa por los archivos había aprovechado para tener las manos mas largas de lo debido, y la mujer no le había partido la cara, ni insultado, ni nada por el estilo. Eso, según su escasa experiencia era toda una invitación al cortejo.
 
La vida de un paje-ayudante en Candlekeep no era difícil, pero si podía llegar a  ser dura. Eran necesarios años de entrenamiento para ir adquiriendo los conocimientos imprescindibles solo para moverse por los inmensos archivos de la fortaleza, no ya para buscar los tomos o pergaminos que solicitaban los visitantes. Existía toda una jerarquía dentro de los pajes según sus conocimientos, capacidades y experiencia.
Gleyburn no estaba muy alto en esa jerarquía.
Con casi veinte años, ya debería haber ascendido a ayudante de bibliotecario, pero el pobre chaval no estaba especialmente dotado. Era un buen trabajador y "un buen chico" como decía su jefe, el Maestro Secretario del Norte, pero luego añadía que era descuidado, carecía de la concentración necesaria y necesitaba más entrenamiento. Y ahí continuaba, como paje-ayudante.
El problema de Gleyburn es que no tenía clara su vocación. Candlekeep estaba al cargo de una orden monacal conocida como "los Admitidos" (por cuanto que tenían acceso a todo el archivo, al contrario que los ocasionales visitantes del mundo exterior), y como todas las ordenes de monjes, tenían sus restricciones y votos. No todos los que residían en la fortaleza pertenecían a la orden, pero si muchos de ellos, y la verdad es que todos aquellos que querían trabajar en serio en los archivos acababan ingresando.
Sin embargo, el joven estaba aún demasiado anclado al mundo material como para tomar los votos y centrarse en sus deberes. Le gustaban otras cosas aparte de sumergirse y perderse en los archivos. Le encantaba el juego, beber algo fuerte de cuando en cuando y, desde hacía algún tiempo, le atraían enormemente las mujeres. Y de esas no había demasiadas en Candlekeep, y las que habia aparentemente no estaban demasiado interesadas en el.
De ahi que siguiese abstraídamente a las exóticas visitantes mientras salían del archivo y su mente navegase por fantasias que poco tenían que ver con los pergaminos.
 
-¡Ay! - exclamó cuando un capón lo sacó bruscamente de su mundo de ensueños carnales. Se giró y vio a su compañero Arcadio, que le miraba con una mezcla de sorna y preocupación. Arcadio era casi cinco años más joven que él, pero mucho mas avanzado en sus estudios.
 
-¿Soñando despierto de nuevo, Gleyburn? Si te pilla el Maestro papando moscas de esa manera te vas a tirar limpiando las baldas toda la vida.
 
-Perdona, Arcadio, es que estaba, hmmmm....
 
-No tienes que pedirme perdon, Gleyburn. Es normal que te asombren nuestras dos visitantes. Son fascinantes ¿no crees? Son famosas aventureras. Si yo te contase las hazañas que han llevado a cabo y lo que se dice sobre ellas... La elfa, Lady Jhaelryna Viconia, tiene hasta un par de panfletos escritos por bardos meto-mentodo que han intentando narrar su historia. Me parecen que son más una colección de rumores y habladurías que un estudio serio, pero aún así, eso ya da idea de lo famosas que son. Ojala pudiese realizar yo un estudio en firme sobre ella y escribir algo que le hiciese justicia. Pero me temo es bastante reservada y no suelta prenda. ¡Como se enfadó cuando le pregunte sobre algunos detalles! Para sonsacarle los datos necesarios tendría que mantenerme en contacto con ella y trabajármela durante bastante tiempo, y no creo que al Maestro le hiciese gracia que abandonase mis deberes. 
 
Gleyburn pensó que a él también le gustaría mantener el contacto durante bastante tiempo con ellas – con cualquiera de ellas – y más aún trabajárselas, pero no precisamente para escribir un libro; aunque de eso nada dijo a su entusiasta compañero.
 
-Bueno, ¿que es lo que querían? - preguntó con interés el joven estudioso, sacándolo nuevamente de sus fantasías y comenzando a caminar ociosamente por los jardines que rodeaban el archivo.
 
Ninguno de los dos se fijó que un jardinero que desempeñaba sus labores bastante cerca de ellos y que se dedicaba rastrillar el camino entre los setos con bastante desgana.
 
-¿Eh? hmmm, pues se pusieron a mirar los tomos de criptografía e historia, y luego andaban preguntando si conocía algún estudioso Halfling. Ya ves. No es que tengamos muchos por aquí ¿verdad? ¿Tú conoces alguno, Arcadio?
 
-Bueno, pueeessss... Si, de hecho si. Tenemos al genealogista, el señor Cañada. Últimamente suele rondar las criptas, ya que anda trabajando en un estudio sobre los sabios de antaño enterrados ahí abajo - contesto con premura el joven. No solo conocía a todos los sabios de la ciudadela o los estudiosos visitantes, si no que solía estar al tanto de sus proyectos.
 
¡Genial! Voy a buscarle. Gracias. Nos vemos luego en la sala común y te cuento. 
 
Arcadio contempló como su compañero salía corriendo desmañadamente hacía los panteones.
Pobre Gleyburn, pensó tristemente, no creo que tengas muchas oportunidades con ninguna de las dos, y la verdad es que fuiste afortunado que Lady Mara no te arrancase la cabeza de cuajo por esas manos tan largas tuyas. Pero bueno, al menos esa esperanza te incitará a hacer un buen trabajo, y puede que el Maestro lo aprecie.
Girándose comenzó a andar distraídamente hacia las salas de los estudiantes, con tan mala fortuna que tropezó aparatosamente con un rastrillo que estaba tirado descuidadamente en su camino.
 
-¡Arg! ¿Pero quien demonios ha dejado aquí esto?
 
Un rato después, Gleyburn salía tan contento de las criptas. Había conseguido que el excéntrico señor Cañada accediese a hablar con las dos visitantes, pero tendrían que ir a verle a las criptas, ya que el Halfling afirmaba estar demasiado ocupado como para perder el tiempo abandonado sus investigaciones. En cualquier caso, seguro que estarían contentas de que hubiese encontrado lo que le habían solicitado.
Tan distraído estaba que tropezó aparatosamente con una mujer que justamente entraba en las criptas, ésta, perdiendo el equilibrio se agarró a él desesperada, y le clavo dolorosamente las uñas en el antebrazo, pero aún así acabó en el suelo.
 
-¡Ay! – chilló, y luego viendo a la mujer levantándose a sus pies se precipitó a ayudarla – Oh, lo siento, señora, perdonadme, no os vi entrar
 
-No os preocupéis, joven. No me he hecho daño. Al contrario, soy yo quien os pido disculpas, la entrada a estos subterráneos es estrecha y peligrosa, y yo iba distraida. ¡Oh! Os he hecho sangre, permitidme que os cure.
 
Y rebuscando en una bolsa que llevaba prendida, sacó un paño y una botella de licor, con los que procedió a limpiar el arañazo que le había hecho. Ardía y picaba, pero el joven aguantó estoicamente mientras miraba a la mujer. No es que fuese muy llamativa, y de hecho creía no haberla visto nunca por la fortaleza, pero recordaba mal a la gente, y tenía algo curioso, un aire de fría eficiencia y distanciamiento que la hacía extrañamente atractiva.
 
-Disculpadme señora, pero ¿bajáis a las criptas a menudo con botellas de licor? – inquirió sonriente. La mujer le devolvió la sonrisa, y rió quedamente.
 
-Mi  tío está enterrado ahí abajo. Cada vez que vengo a Candlekeep visitó su tumba y le abro una botella de su licor favorito, como homenaje, podríamos decir. Pero me parece que en esta ocasión se va a quedar sin ella – dijo mirando la botella abierta
 
-Vaya, cuanto lo siento
 
-No es culpa vuestra joven. Y nuevamente os pido perdón por el arañazo. Perdí el equilibrio, me asusté y me agarré con demasiada fuerza. Mirad, como compensación, os regalo lo que queda de licor. Así podréis brindar con vuestros compañeros a la salud de mi tío. Supongo que eso también le hubiese gustado…
 
De modo que Gleyburn volvió a las salas de los pajes con una invitación para sus visitantes, un arañazo que le ardía como los mil infiernos y una botella abierta de un exótico licor en el bolsillo. Además, se sentía raro, como febril. Debía estar incubando algo.
La vida de un paje es dura, pero en ocasiones también es extraña, meditó mientras se secaba el sudor de la frente.
 
-Chicos os traigo un obsequio de una dama – proclamó al entrar en las habitaciones, agitando la botella. Los otros pajes le aclamaron, y entre todos dieron buena cuenta del licor.
 
-Vaya gusto raro que tenía ese licor. Eso si, fuerte si que era. Se me va la cabeza.
 
-Creo que era un licor del norte, Zzar o así se llama.
 
-A mi me ha gustado, pero madre mía, siento todo el cuerpo como si estuviese en llamas…
 
Gleyburn se sentó pesadamente en su catre. Sentía el cuerpo acalorado y la cabeza extrañamente pesada y espesa, como si tuviese gripe. Además, le irritaba todo el bullicio que montaban sus compañeros. De repente constato con horror que había cerrado los puños y estaba considerando seriamente meterle un puñetazo a varios de ellos.
 
Justo en ese momento entró Arcadio, y contempló asombrado el panorama.
 
Por Oghma! Vaya juerga que os habéis metido. Apesta a alcohol desde el pasillo, y esos gritos… Será mejor que salgáis a pasear y despejaros un rato, porque como los maestros os encuentren así os pondrán a limpiar los establos como poco.
‘Gleyburn, ¿no tienes que acompañar a Lady Viconia y Lady Mara a hablar con el halfling en un rato? Anda, despéjate tú también. Además, a esas horas ya habrán cerrado la cripta, y el Señor Cañada no va a subir a abriros, así que no te olvides de pasarte por el cuerpo de guardia y que te den las llaves.
 
El resto de pajes salió murmurando y tambaleándose al fresco atardecer, y parecieron acompañar a Gleyburn hacia el cuerpo de guardia. Arcadio les miró con bastante asombro, y luego cogió la botella de licor que rodaba abandonada por el suelo de la habitación.
¿Todos así con una única botella de este tamaño?
 
Mientras tanto, Gleyburn avanzaba a buen paso hacia el cuerpo de guardia, aturdido y algo desorientado.
Tengo que llevar a las dos visitantes a las criptas. Tengo que llevar a las dos visitantes a las criptas. Por los dioses, que sitio siniestro. Tendré que protegerlas. Creo que me haré con una daga en la guardia. Si. Buena idea. No queremos entrar allí abajo desarmados ¿no? Que calor hace… Tengo que llevar a las dos visitantes a las criptas… Se repetía una y otra vez como una cantinela. Las criptas y las dos aventureras le esperaban. En especial la preciosa Mara.
Seguro que se alegraría de verle.
El la protegería…

martes, 4 de diciembre de 2012

Se aproxima el invierno. Un mal invierno...

Anochecía en la Ciudad de los Esplendores, y si el día había sido frio, ventoso y con fuertes chaparrones de agua-nieve, la noche en absoluto auguraba un clima mejor.

William Tums, conocido como "El Palas" en bastantes tabernas, andaba ruidosamente entre los panteones y monumentos de la Ciudad de los Muertos, con la herramienta que le daba el mote en ristre sobre el hombro izquierdo y una lámpara de aceite cubierta en la mano derecha. Su progreso se podía seguir fácilmente, no solo por el ruido que hacia al chapotear con sus pesadas botas impermeables, si no por el sonido monocorde de sus gruñidos y maldiciones, intercaladas con algún sonoro estornudo. No fue ninguna sorpresa por lo tanto que la patrulla compuesta por cuatro aburridos miembros de la guarida de la ciudad, que siempre estaban vigilando el cementerio por la noche para prevenir vandalismos o robos en las tumbas, fuesen raudos a comprobar el origen del tumulto. Se le oía bien, pese al viento y la lluvia.

- Vaya, Palas. ¿Que haces por aquí tan tarde? ¿No sabes que ya han cerrado las puertas del cementerio? - preguntó el cabo al cargo de la patrulla.

- Jajaja. Seguro que se quedo dormido agarrado a una botella de Zsar en algún mausoleo bien resguardado - comentó jocoso otro de los guardias

- Arg - gruño el enterrador, escupiendo una pesada flema - Como si no supiese que hora es. Pero hay trabajo acumulado, listillo. Varias tumbas nuevas, y aún me queda por tomar las medidas a varios nuevos clientes que ingresaron a última hora. El hecho de que vosotros holgazaneeis por los parques durante toda la noche blandiendo neciamente vuestras armas y jugando a los soldaditos no quiere decir que los pobres trabajadores no se deslomen de verdad por la ciudad...

Los miembros de la guardia encogieron los hombros y se despidieron precipitadamente de El Palas. La noche era larga, y no era cuestión de hacerla más larga aún escuchando las interminables quejas del grosero individuo.

- Jóvenes impertinentes y mal educados - gruñó el enterrador mientras se hurgaba la oreja, para acabar con un sonoro estornudo y un nuevo escupitajo. Y continuó su pesado andar con maldiciones redobladas – Vaya tiempecito. Nada normal para estas fechas. Se nota que se aproxima el invierno. Un mal invierno…

Finalmente, su camino le llevo a un edificio de ladrillo, bajo y anodino, localizado no lejos de las puertas del cementerio. Varios carros aparcados en las cercanías y un gastado letrero sobre su puerta lo identificaban como la morgue de Waterdeep. No había luces en su interior, y dentro hacia solo un poco menos de frío que en el exterior, lo que significaba que era un sitio bastante desapacible, pero El Palas ya estaba acostumbrado. Entró ruidosamente, con ruido de candados y puertas abiertas sin contemplaciones, pisotones y blasfemias varias, y pronto estuvo en la sala de preparación.
En ella reposaban cinco ataúdes de madera barata sobre otras tantas mesas de piedra. Palas blasfemo, pero respetuosamente se abstuvo de escupir. Había estado presente cuando la guardia había traído los ataúdes, y sabia que las victimas procedían del brote de cólera que se había declarado en la zona baja de la ciudad. Oficialmente el brote estaba controlado, pero había al menos veinte victimas y dos miserables callejuelas aún cerradas por las autoridades.
Normalmente, el brutal enterrador no dudaba en abrir algunos ataúdes a ver si podía aliviar a los difuntos de algunas posesiones que no hubiesen reclamado sus dolidos deudos o la propia guardia. Algún anillo por aquí o por allá, pendientes, pequeños amuletos, o si se terciaba incluso el ocasional diente de oro. Todo desaparecía rápidamente en sus bolsillos y el ataúd era cerrado nuevamente y como nuevo. La paga de enterrador no era muy elevada, y El Palas era dado a beber en exceso. Después de todo no hacia mal a nadie ¿verdad que no?
Sin embargo, ni el curtido individuo estaba tan loco como para abrir ataúdes con victimas del cólera dentro. Estos se irían al hoyo tal cual.

-Una pena, una auténtica pena. Que desperdicio. Aunque bien mirado, viniendo de esos barrios, no creo que llevasen mucho encima - murmuraba filosóficamente mientras medía los ataúdes con un cordel.

La labor de Tums le llevó finalmente al cuarto ataúd, pero cuando comenzó a medirlo contempló asombrado que la tapa estaba suelta y desclavada. Y el recordaba que todos habían llegado bien cerrados y con precintos de la Guardia. ¿Quién habría sido tan loco de abrir la caja de un apestado? Solo se le ocurría un posible culpable, su colega de profesión y hurtos a los muertos, Hon Woods.

-¡Hon! – susurró – Se que andas por ahí. ¿Cómo se te ocurre abrir el ataúd de estos? ¿No estabas cuando los trajeron? ¡Murieron de peste! ¿Estas chiflado o tan mal andas de pasta?

Comenzó a moverse con cuidado por la habitación, pero tropezó con algo tirado en el suelo que tintineo pesadamente: una palanca. La palanca de Hon. De acero forjado, pesada y fiable, bien la conocía él. Con ella y con su pala, él y su compadre se habían cargado a un necrófago hacía ya tiempo en el viejo panteón de los Tamish. Hon la quería como a una hija, y no la hubiese dejado tirada por ahí así como así.

-¿Hon?

Preparando la pala con ambas manos, tras dejar la lámpara sobre una de las mesas, y con un sentimiento de fatalidad, dio la vuelta al último pedestal, y ahí estaba Hon, tirado sobre el frío suelo. El Palas se precipitó sobre su compinche, y comprobó que aún vivía. Sin embargo, su aspecto no era muy saludable. Respiraba con dificultad y de forma jadeante, y sus manos se crispaban cada poco, como si sufriese dolorosos espasmos. Un poco de baba se filtraba por la comisura de sus labios, y sus ojos permanecían fuertemente cerrados. Sin ninguna duda sufría algún tipo de ataque.

-¡Resiste compadre! Voy a buscar ayuda – exclamó El Palas.

Se giró para ir hacia la puerta, pero luego lo medito “El ataúd. No lo puede encontrar abierto, o estaremos en un buen lío. Un par de martillazos y arreglado”

Acercándose al féretro comenzó a mover la tapa para ajustarla, pero entonces vio el cuerpo que guardaba; y éste le devolvió la mirada.
A lo largo de los años El Palas había visto bastante: zombis, esqueletos, el ocasional necrófago y en una ocasión hasta el afamado fantasma de Lady Debournhe. Después de todo, es lo que tenía trabajar en un cementerio; que los no-muertos formaban parte del lote. Pero jamás había visto nada como lo que le miraba fijamente a él. Los ojos de la criatura eran de un azul cobalto, como metal líquido, y brillaban con una fuerte luminiscencia, como si un fuego frío ardiese en el interior del cráneo del cuerpo. Sus pulsos eran casi hipnóticos, y el enterrador comenzó a retroceder cuando el ser se incorporó parcialmente y sacó el torso del ataúd.

Entonces sonrió. La cosa sonrió.

Tums comenzó a chillar como un poseso, a la máxima capacidad de su cascada garganta.

Nadie oyó sus gritos.

lunes, 3 de diciembre de 2012

LA VÍBORA SIGUE A SU PRESA


Un gran despacho, lleno de todo tipo de escritos, pergaminos, candelabros. Una chimenea crepita, prácticamente apagada. En una pared destaca un cuadro del Rey Azoun IV y otro de Vangerdahast su principal consejero. Sobre una mesa llena de manuscritos una vela ilumina tenuemente una grotesca escena. Un humano con túnica morada y el símbolo de los magos de guerra de Cormyr está postrado sobre la mesa, la cabeza apoyada sobre unos pergaminos, sangra ligeramente por una herida en la parte posterior de la cabeza. Todo el despacho está revuelto, con todo tipo de objetos tirados por el suelo. Una pequeña figura alza un pequeño pedazo de pergamino:

- Ahhhhyyyy, aquí estaaaa. Mmmm, veaaaamooosss.-

La pequeña figura lee con atención y rapidez la carta. Parece conversar con la figura inconsciente del mago.

- Vayaaa, vayaaa, que interesante ¿verdad?, así que la amiga y protectora de nuestra amiga es más lista de lo que parece, lo esconde en es halo de inocencia y de no haber roto un plato en su vida, ja, ja, ja. Así que soy una loca peligrosa, con sangre drow, y uso medios mágicos para seguir a mi amiga Eliara. No vas mal, no vas mal, perrilla, pero yo no estoy loca. Fíjate amigo mío...-

Salinna mira al inconsciente mago sangrando, sonríe:

- Parece que nuestras amigas se dirigen a la 'Noble Ciudad', interesante, así que un contacto en esa elegante posada, mmmm, seguro que hay elfos guapos por allí. ¿Cómo nos íbamos a perder tan glorioso encuentro entre padre e hija? Jajajajaja. Un buen padre mandará escoltas, y ¿por qué no, un regalo?. Querido amigo, seguro que se teleportan, se van a poner gorditas con tan poco caminar, ¿no crees?-

El hechicero se mueve ligeramente, -mmmmhhhh...queee´?-

Recibe otro ligero golpe en la cabeza, que vuelve a tumbarlo contra los pergaminos.

- Tssss, queridoooo, escuuuuchaaaa. Estos hombres, no saben escuchar. Así que la noble Aura Stronghand ¿juró porteger a mi amiga Eliara? Interesante, e inconveniente, esa perra es poderosa, pero los poderosos también tienen puntos débiles, en algún momento bajaréis la guardia mi querida Aura, seguro que siiiiii, de hecho debo agradeceros este estupendo informe de lo que pensáis hacer...Bueno echaremos un vistazo a esa posada a ver cómo es. Me temo que si entra en la Noble Ciudad no podremossss conocernoooos del todo Eliara. Pero no entraréis, o ¿quizás si? Con los pies por delante, si puede que así, si...-

La pequeña figura deja el pergamino en el suelo, mira a su víctima con una sonrisa.

- Ahhhy, lástima que esta tierra esté tan vigilada por esos dragoncitos morados, si no cómo nos lo habríamos pasado tu y yo. En fin, tengo prisa, y me has dado lo que necesitaba, así que vivirás un poco más, suerte que no me has visto, si no, no podrías seguir respirando...¿verdad?-

Salinna sale con suavidad del despacho, por una ventana entreabierta, sin el menor ruido y por medio de un cordel cierra la ventana desde el exterior, y desaparece como un gato en la noche.

LOS MALOS TAMBIÉN SE ENAMORAN


Un corpulento humano se arrodilla dentro de un círculo hecho con velas negras y lo que parece ser sangre trazando unos extraños símbolos. Sus dos ojos llenos de un extraño fulgor verde se elevan y miran con atención una figura azulada que se forma frente a ellos:

- Milady, os he dado el tiempo solicitado, los Purple Dragons fueron distraídos por grandes manadas de lobos, y vuestras dos amigas distraídas por una pequeña tribu de gigantes. Esa pequeña psicópata que va tras la elfa me desagrada profundamente, y os pediría que no me mezclaseis en más negocios con ella, creo que podemos terminar mal. Si no es mucha molestia...desearía recibir mi estipendio cuanto antes.-

La figura azulada frente a él sonríe, es una anciana, con varios tatuajes por la cara, y responde con voz muy calmada:

- Por supuesto jovencito, aquí tenéis...-

Se forma un óvalo plateado, y una bolsa cae a los pies del corpulento hombre, con un suave tintineo.

- Pero contadme, qué ocurrió, estaba pendiente de la familia del caballero y no vi vuestras nobles acciones.-

- Milady, les preparé una pequeña sorpresa, era únicamente cosa de hacer tiempo, como señalastéis, esos Purple Dragons son problemáticos, me costó un considerable esfuerzo distraerlos con esos lobos. Milady, esa guerrera sagrada...-

- ¿Qué joven Yojar?, has hecho un buen trabajo, ¿pero que ocurre con ella?-

- Milady, es una joya, una flor sin igual, a la que no deseo lastimar.-

- Ahhhy...la juventud, esos sofocos, esos buenos momentos...os entiendo, hace tiempo que no siento esa pasión, mas recordad que nunca os he pedido que la lastiméis, tan sólo que la entretengáis, mi sobrino necesitaba algo de tiempo. No le deseo ningún mal a Lady Stronghand.-

Al tiempo que pronuncia estas palabras la anciana Cospedaar esboza una imperceptible y ligerísima sonrisa. La voz grave de Yojar continúa:

- Mmmm, bien Milady, trataré de entretenerla, pero sin dañarla, recordadlo, nuestro acuerdo es firme, no dañaré semejante flor. Y si esa estúpida que usáis como solucionadora de problemas se vuelve a interponer o vuelve a intentar darme órdenes,...bueno tendré una conversación con ella que no olvidará.-

- Bien, bien, un trato es un trato. Cuidad de vuestra flor y tendréis oro suficiente para agasajarla hasta la vejez. En cuanto a la pequeña Salinna, no os preocupéis, ella sólo persigue a la elfa, para ella es una cuestión de honor, y no creo que deje su presa, no está en mis  viejas manos, pero procuraré que no os encontréis de nuevo. Espero que eso os sea suficiente.-

- Milady, en ese caso, no tenéis de que preocuparos, cuidaré de mi flor, vos cuidad de mi oro, y de que llegue puntualmente.-

El corpulento humano hace una suave reverencia. La imagen de la anciana sonríe, y se desvanece. Yojar se levanta ágilmente, y deja la pequeña habitación con rapidez, pensando:

- No os preocupéis mi flor, pronto estaremos juntos de nuevo, y aprenderéis a amarme...-