-¿Esta usté seguro
que esto ta bien? – preguntó asombrado el carretero con el sombrero en las
manos – Mie usté que yo soy conductor de
bueyes, y no de estos carros tan finos…
-Pues claro que si,
mi buen carretero – contestó zalamero el Halfling – ya le he dicho que el conductor habitual se ha puesto enfermo
repentinamente y que tengo que sustituirlo para llevar a unas importantes
personas a Waterdeep. Además, si ha conducido pesados carros de carga llenos de
madera, piedras, nabos, o lo que fuese, ¿Cómo no va a poder llevar a dos o tres
personas?
-Bueeeeno. Visto así,
tié usté toa la razón. Y la verdad es que ese puñao de plata que m’ha ofrecido
nos iría mu bien a la parienta y a mi…
-Magnifico,
magnifico. Pues ya esta todo dicho. Y en cuanto al trabajo, pues es muy
sencillo. Se pone usted esta capa y este sombrero tan elegantes y conduce el
carro (es un carruaje, por cierto) a donde le digan esas importantes personas
que tienen que llevarles. Usted no tiene que decirles nada, solo llevarles de
un lado a otro. ¡Ah! Y se me olvidaba, cuando se suban al carro, tiene que dar
la vuelta a este reloj de arena y calcular el tiempo del trayecto. Eso es todo.
Es bien sencillo ¿no? – comentó el Halfling entregándole un elegante y
recargado reloj de arena.
-¡Hum! Si usté lo
dice. ¿Así que tengo que dar la vuelta a este reloj?
La mano del Halfling salió disparada e impidió que el
carretero manipulase el reloj de arena. Su sonrisa era aparentemente cordial,
pero los ojos centellearon con un brillo peligroso. Sin embargo, su baja altura
impidió que el rústico individuo lo percibiese.
-Buen hombre, al
reloj solo se le da la vuelta cuando los pasajeros se suban a la calesa y le
digan donde quieren ir. En base al tiempo que marque el reloj, yo les cobro una
cantidad ¿lo entiende?
-¡Ah! Mie usté que sistema mas nuvedoso. Y yo que creía que alquilaban el carro tó el
día.
El pequeño individuo se toco la nariz con un gesto de
astucia y sonrió abiertamente.
-Eso era antes, mi
buen carretero. Con este sistema gano más dinero, puede usted creerme. Venga,
déjese de historias. Tome esta capa y el sombrero, póngaselo y ale, al carro,
que quiero que esté elegante cuando salga esa gente. Ah, y ya sabe, si le
preguntan les dice que el otro carretero se puso enfermo y usted les sustituye,
aunque no creo que ni se fijen en usted. Así de estirados son. Usted ya me
entiende.
-Pos si señó, creo
que le entiendo perfectamente. La gente de la gran ciudad son mu estirados, tié
usté toa la rason. – fue parloteando el carretero según subía al carro – ¡Pero oiga! Este sombreo y la capa me quedan
un poco apretaos ¿oiga?
Ante su asombro, el pequeño Halfling había desaparecido.
-¡Pues si que tie
prisa el canijo! Le deben ir bien los negosios p’a ir corriendo de un lao p’al
otro de esa manea tan presurosa. Bueno, a mi plim. Ya m’ha pagao la mitá del
trabajo, y cuando devuelva el carro este tan fino, me dará la otra mitá. Una
pequeña fortuna. ¡Si que está bien pagaó el conducir de un lao a otro a esta
gente elegantosa! Mucho mejó que llevar puerros al mercaó…
Murmurando para si mismo, el carretero se instaló en el
pescante del carruaje y esperó pacientemente en la calida noche a que saliesen
sus pasajeros del elegante edificio frente al que estaba aparcado, sin saber
que unos ojos ansiosos lo observaban a cierta distancia.
Bertrand Pies-Belludos “El horrible” se sonrió
siniestramente.
-Esta vez no se
escapara el miserable de Hook. Cuando suba al carro y nuestro rústico amigo de
la vuelta al reloj, unos cientos de pasos de trayecto y ¡Buuuum! Lloverán
cachos de elfo por doquier. ¡Buajajaja!
Una figura humana, atada como un salchichón, amordazada y
con un prominente chichón, se removió y gimió con el consabido e inevitable ¡Hmmmff! Sus ropajes denotaban su
profesión de conductor de carruajes, pero le faltaban capa y sombrero.
-Si, si. Ya lo se. Es
una pena lo de tu carro, pero que le vamos a hacer. No se puede hacer una
tortilla sin cascar antes los huevos. Por otro lado, deberías agradecerme que
sea otro el que acabe esparcido por la campiña y no tú…
-¿Hmmm? ¡Hmmmmffff!
-Para ti es fácil
decirlo, jeje. ¡Ah! Creo que salen nuestros aspirantes a abono. – comentó
jovial el asesino, sacando de su morral un voluminoso catalejo con el que observó
ansioso a su presa.
En efecto, del edificio salían tres figuras. Un elfo de
pelo oscuro y piel dorada con lujosos pero prácticos ropajes, otra elfa también
de piel dorada pero con el pelo del color del oro y vestida con una ampulosa y
recargada túnica, y por último una humana de elevada estatura, con el pelo
rubio platino y con unas túnicas que demostraban su condición de sacerdotisa.
Bertrand sonrió con una mueca siniestra.
-Vaya, vaya. Nuestro
amigo el elfo Hook, reconocido aventurero, pirata, borracho, putañero, y
torturador de pobres e indefensos Halflings. Y le acompaña esa zorrilla
estirada y pretenciosa de Jhaelryna Viconia, afamada archimala metomentodo. No
esta mal, no esta mal. Dos pájaros de un tiro.
“Para redondear la
noche me faltaría la tercera, la paliducha elfa Eliara Moonfist, la depravada
amante de Hook (porque, hay que reconocerlo: hace falta ser depravado para
querer tener algo con un individuo como Hook, ¡Brrr!); pero bueno, supongo que
no se puede tener todo en esta vida ¿No? A la que no conozco es a la humana
altota…
-¿Hmf? Henf Hmaffa
Helffeff, hmfeffoffiff mf Iffhhtifffa
-¿Mara Helder,
sacerdotisa de Ishtisia? Ah, si. Bueno, pues mala pata para ella, Jejeje. Ahora
silencio, no me distraigas del espectáculo, que no quiero perderme los fuegos
artificiales – comentó distraído el demente Halfling mientras que con el
pomo de una daga devolvía al mundo de los sueños al infortunado prisionero.
A cierta distancia, los tres elegantes aventureros
comenzaban a abordar el carruaje.
-Al distrito de
Palacio, buen hombre – ordeno altiva la hechicera elfa
-¿Al palacio? ¡Madre
miá! Como usté ordene, su escelensia.
La elfa se detuvo bruscamente antes de subir al carro y
miró al carretero con desconfianza.
-Oiga, usted no es el
cochero habitual.
-Pos no moza, digoo,
escelensia. Se puso indispusto y m’han mandaó a mi a sustuirle – contesto el
carretero llevándose automáticamente el sombrero a las manos.
-Jhaelryna, querida.
Deja a ese buen hombre en paz, que llegamos tarde… - comentó el elfo desde
el interior del carruaje, donde se había apoderado de todo un asiento.
La hechicera hizo ademán de subir al carruaje, pero lanzó
una última mirada inquisitiva al cochero, lo que le permitió ver como el sujeto daba la
vuelta al recargado reloj de arena que tenía apoyado en el asiento. Lívida, se
precipitó sobre este y le volvió a dar la vuelta.
-¡Oiga, moza! ¿Pero
que hase…?
-¿Qué es esto? –
jadeo la elfa
-¿Etó? Pos un reló
d’arena que m´ha daó el jefe pa calcular cuanto tié que cobrarles…
-¿El jefe? ¿Quién es
ese jefe?
* * *
A cierta distancia, Bertrand oteaba impaciente el carruaje.
La noche había caído ya, y pese a su catalejo, no veía bien qué es lo que
pasaba exactamente, salvo que el carruaje no se movía.
-¿Pero que hacen esos
memos? ¡Vamos, cretinos, poneos en marcha de una vez, que esta noche cenáis en
el infierno…! Eso si, para festejar vuestra partida os he preparado unas tracas
¡Os quejareis! ¡Buajajaja!
Por fin el carruaje se puso en marcha, y el Halfling
comenzó a contar, ansioso.
-… y trescientos
¡ADIOS, HOOK! – Aulló exaltado.
Pero no paso nada, y el carruaje continuó su camino ante la
atónita mirada del asesino.
-¡NO, NO, NO! ¡Tenían
que haber volado en mil pedazos! ¡Malditos objetos mágicos! – gritaba
furioso en Halfling, saltando histérico sobre el catalejo y haciendo pedazos
una obra de artesanía valorada en una pequeña fortuna.
* * *
En el interior del carruaje, Jhaelryna acariciaba contenta
un recargado y curioso reloj de arena mientras tarareaba distraída una
alegre tonadilla élfica.