La multitud estaba nerviosa. Mucha gente se había refugiado
en el enorme granero de Tres Robles, considerado como una de las construcciones
mayores y más seguras de la comarca. Había acudido gente de sitios tan lejanos como
Piedra Musgosa y la Granja Bellotera, y
cerca de trescientas personas se hacinaban en el enorme edificio, buscando
refugio ante los desconocidos que habían arrasado varias granjas aisladas en la
zona.
Pese a los siniestros eventos que, según los rumores,
habían transcurridos en Waterdeep, varias patrullas de soldados rurales habían
acudido a la zona, intentando capturar a los supuestos bandidos. Por el momento
habían tenido escasa suerte.
“No capturarán a
nadie. No son bandidos, si no espíritus malignos ¿Cómo van a capturar a un
espíritu que se mueve con el viento” Murmuraba la gente atemorizada.
“¿Espiritus? ¿Desde
cuando los espíritus asesinan al ganado y devoran sus entrañas? Se trata de los
muertos vivientes, los cuales ha levantado de sus tumbas un malvado nigromante”
Gritaban otros aterrados.
“¡No! Se trata del
Pueblo Antiguo, que vuelve a retomar sus tierras por la fuerza. Nos mataran a
todos mientras bailan a nuestro alrededor y cantan hermosas y suaves canciones.
Yo mismo les ví de lejos” Afirmaban otros, con rostro demudado por el
pavor.
Y de ese modo, los rumores proliferaban y el pánico cundía
por doquier; y cuando la noche caía acudían en tropel a refugiarse en el
granero, que tenía sólidos muros de piedra, un tejado de pizarra, y una única entrada
de madera de roble. No solo se refugiaban del frío y la tormenta de agua-nieve,
si no del miedo y la oscuridad que acechaban en los campos y bosquecillos
cercanos.
Jonas Tres Robles, el propietario, había acumulado sus
sacos de garbanzos y trigo y sus cabezas de ganado al fondo del granero, de
modo que más de la mitad de la superficie de la planta baja y casi todo el piso
superior acogía a los refugiados, pero aún así estaban bastante apelotonados
alrededor de lámparas, o intentando dormir junto a las paredes, cubiertos por
viejas mantas.
Fornidos campesinos se sentaban cerca de la puerta, armados
con una variopinta colección de viejas armas o utensilios de labranza,
guardando la entrada frente a los temidos asaltantes. Varios niños lloraban
desconsolados en los regazos de las preocupadas madres, algunas de las cuales
intentaban preparar algo de cenar en un viejo brasero de carbón. En un rincón,
varias doncellas murmuraban y emitían
risitas, mirando de reojo a los jóvenes, que se daban importancia y se paseaban
por el granero de una forma que pensaban gallarda, blandiendo torpemente una
colección de armas improvisadas o dilapidadas.
Los ancianos del lugar, con la indiferencia de quien ha
visto muchos inviernos, se pasaban jarras de sidra y de fuertes licores y
contaban historias o cotilleos para matar el tiempo.
-El otro día vi pasar
por mis tierras a la sacerdotisa Lady Mara acompañada de dos extraños elfos
– comentó uno en un momento en el cual parecía haberse agotado el flujo de
historias repetidas hasta la saciedad y se instalaba un ominoso silencio.
Varios campesinos hicieron el símbolo de Chauntea y golpearon
con los nudillos tablones de madera y musitaron plegarias para alejar el mal de
ojo.
-¡Elfos! – gruño
un fornido matarife, que iba armado con una enorme cuchilla de carnicero y se
sentaba cerca de los ancianos – Nada
bueno puede esperarse de esas criaturas. ¡Seguro que son ellos los que están
detrás de nuestras desgracias!
-No digas sandeces,
Ollus – le espetó un leñador igualmente enorme, que portaba,
inevitablemente, un hacha de tamaño considerable.
-Que sabrás tu,
Gregor Olmo – le contestó el otro en un tono igualmente desabrido.
-Desde luego, más de
elfos que tu seguro, que no has visto a uno en tu vida.
-Mientes. He ido a
Waterdeep en más de una ocasión y les he visto allí a menudo. Paseándose por
ahí con esos rostros impávidos y esas miradas de suficiencia que te echan, como
si el mundo les perteneciese o les debiésemos algo. Nada bueno puede venir de
esas gentes, os lo digo yo…
-Eso son auténticas
memeces. Yo he visto elfos a menudo en los bosques. Son una gente misteriosa y
reservada, si. Pero no van por ahí matando gente y arrasando granjas.
-La dama Viconia, la
jefa de esa universidad al sur, es una elfa, – apostilló otro labriego – y aunque es bastante arrogante y se pasea
por los campos con cara de que todo le huela a estiércol, intenta ser amable
con sus vecinos.
-Ah, si. La he visto
en alguna ocasión. Es muy rara. Tiene la piel de un color como dorado o algo
así. No se parece a los elfos normales ¿Tiene alguna enfermedad?
-No. – Afirmó el
leñador, que aparentemente se había erigido en especialista en elfos – Es que hay varias razas de elfos, y cambian
mucho de aspecto entre ellos. Creo que ella es una elfa de oro, mientras que
los que vemos por aquí son elfos de plata. También hay otros que son elfos de
bronce. O algo así. – finalizó algo confundido.
-Pues precisamente,
los dos elfos que acompañaban a Lady Mara eran de esos de la piel dorada –
interpuso de nuevo el anciano, al cual había molestado en sobremanera que le
interrumpiesen – De hecho, una era una
elfa, y creo que era la dama Viconia, por lo que pude ver.
-Si. Eso cuadra. Creo
que son muy amigas y andan por ahí juntas de aventuras – dijo otro.
-No se como se junta
Lady Mara con esa gente. De acuerdo que sea sacerdotisa de un dios raro (del
agua o algo así), pero debería andarse con mas cuidado – gruñó el matarife,
obstinado en su postura anti-elfa.
-¿Y adonde iban con
este tiempo? – preguntó otro, ignorando a Ollas - ¿Se iban de aventuras a buscar otro tesoro?
-A lo mejor estaban
cazando a los bandidos – añadió otro esperanzado
-No, lo más probable
es que fuesen a las tierras que se ha comprado Lady Mara al pie de las montañas…
-¿Lady Mara se ha
comprado tierras en estos andurriales? Madre mía, nos vamos a convertir en la
zona de vacaciones de los aventureros… ¿Cuáles ha comprado?
-¡El valle de las
pozas!
Varios de los contertulios movieron negativamente la
cabeza.
-Esta loca…
-¿Que valle es ese? –
preguntó un joven que procedía de una granja al sud-este.
-¿No conoces el valle
de las pozas, joven? – Inquirió un anciano mientras preparaba
laboriosamente una pipa. El joven negó con la cabeza. – Bueno pues siéntate, que es una historia interesante.
Los presentes se acomodaron como mejor pudieron. Aunque
muchos conocían el relato, el anciano Jeremias siempre contaba buenas
historias.
-Veamos. El Valle de
las Pozas es una cañada situada al pie de las montañas, y que está lleno de
charcos y pozas de agua caliente…
-Yo lo he oído llamar
“Las Pozas Escaldantes” – terció otro anciano. Jeremias le fulminó con la
mirada por osar interrumpirle.
-Bueno, si. O el
Valle de Calidoniebla. O Aguas-Calientes. Pero a mi me gusta más el nombre por
el cual se le conocía antaño: “Perdición de Ranglon” – añadió en tono
melodramático.
-Que nombre más
curioso para un valle – comentó el joven, mordiendo el anzuelo con ganas.
Varios de los presentes sonrieron abiertamente. El anciano Jeremias sabía como
encandilar a la audiencia.
-En efecto.
“Perdición de Ranglon”. Es un nombre que le va bien. Escucha con atención,
joven. Es una historia de magia y venganza, y con una moraleja al final. ¡Ejem!
“Hace muchos siglos, vivía en estas tierras un noble
importante, llamado Ranglon. Sus tierras se extendían de horizonte a horizonte,
y era enormemente rico. Poseía una mansión de muros de piedra, con un gran
salón donde podían servir a casi doscientas personas, y muchos sirvientes,
caballos y más de ochenta perros.
¿Qué porqué tenía tantos perros? Pues muy sencillo. La gran
pasión de Ranglon era la caza. Lo cazaba todo. Jabalíes, corzos, conejos,
zorros. Todo. Practicaba la caza a caballo, con lanza, con arco, con azor… Cualquier
caza que te puedas imaginar el ya la había practicado. Y de ese modo en sus
tierras las bestias comenzaron a escasear, y el noble Ranglon maldecía sus
huesos, ya que se aburría, y ni el gobierno de sus tierras, ni su familia, ni
contar sus tesoros le entretenía tanto como la caza.
De ese modo, comenzó a buscar tierras con más presas, y
como es lógico se dirigió hacia el norte, hacia las montañas, donde encontró
unas tierras vírgenes con abundante caza. El problema es que la región estaba
lejos de su confortable mansión, de modo que planeó edificar un lujoso pabellón
de caza. Estaría construido con las mejores maderas, con una chimenea de
piedra, y sería capaz de dar hospedaje a ochenta cazadores.
Como la región era fría, Ranglon decidió que el valle de
las pozas sería el ideal, ya que los vapores calientes templaban el clima, y
además así podría tomar baños de agua caliente y tibia para aliviar sus
cansados huesos tras sus largas cacerías.
Sin embargo lo que el noble Ranglon no sabía era que todas
esas tierras eran reclamadas por un malvado dragón. Le llamaban Aliento-Ponzoña,
y era una colosal bestia, de mal humor y muy territorial y posesivo.
Aliento-Ponzoña no se puso muy contento cuando Ranglon comenzó a cazar en las
tierras que él consideraba como suyas, pero cuando inició la construcción del
pabellón de caza montó en furia y acudió presto a las pozas.
“Como te atreves a
construir en mis tierras ese horrible edificio.” le gritó el dragón a
Ranglon “Cazas en mis bosques, matas a
las bestias de las que me alimento, talas los árboles bajo los que me cobijo,
¿y además tienes la osadía de construir esa chabola pretenciosa? ¡Que te sirva
esto de advertencia!”
Y con un movimiento de su poderosa cola, echó abajo el
pabellón de caza que estaban construyendo. Luego aterrorizó a los obreros, a
los cazadores y a los perros de Ranglon, y les hizo huir locos de pánico por
todo el valle; y como insulto final agarró la montura preferida del noble y la
devoró allí mismo.
“Esto como
compensación a las molestias causadas, miserable humano” Bramó.
Otra persona hubiese decidido que por darse el placer de
cazar unos gamos, no merecía la pena el riesgo de soliviantar a un dragón tan
iracundo. Pero Ranglon era un tipo soberbio y orgulloso, y no daba su brazo a
torcer, de modo que se trajo a numerosos soldados para proteger las obras, y
ordenó a sus atemorizados siervos que
continuasen levantando su lujoso pabellón de caza.
“Ah, con que esas
tenemos” se decía Aliento-Ponzoña “Muy
bien, me divertiré a costa de este pretencioso noble. Lo voy a volver loco…”
Y de ese modo, el dragón aparecía todas las noches, y
realizaba todo tipo de canalladas. Emponzoñaba el agua y mandaba a grupos
enteros de obreros corriendo desesperados a las letrinas. Aterrorizaba a los
sabuesos de Renglón, hasta el punto que sus aullidos y ladridos no dejaban dormir
a nadie en el campamento. Cuajaba los caminos de zarzas y ortigas. Llenaba los
almacenes de comida de ratones y otras plagas, y los lechos de pulgas y
chinches. Combaba la madera de las construcciones y hacía que se derrumbasen de
manera espectacular y en el momento más inoportuno… Y cuando tenía hambre (lo
cual, siendo un dragón, era a menudo) no tenía el menor escrúpulo de robarse un
buen caballo para cenar opíparamente. Preferentemente la montura de turno del
infortunado noble.
Los soldados eran totalmente incapaces de detener las
fechorías de Aliento-Ponzoña, y desertaban desesperados, escupiendo sobre el
estandarte de su señor y arrojando entre blasfemias sus tabardos a una hoguera.
“¡Maldita bestia!” se lamentaba Ranglon “Va a hacer que
pierda el juicio. ¡Pero no me vencerá! Mi voluntad es más fuerte que la suya, y
se cansará antes que yo. Estas tierras son ahora mías y no tardará en
comprenderlo”
Pero naturalmente el dragón tampoco daba su brazo a torcer,
y de hecho se lo pasaba en grande atormentando a los intrusos humanos. De ese
modo las riquezas de Ranglon no paraban de descender contratando más y más
obreros y soldados, comprando materiales de construcción, y adquiriendo nuevas
monturas, y sin embargo las obras no progresaban nada y sus soberbios jacos
solían acabar en el buche de Aliento-Ponzoña.
El noble contrató a varios aventureros y mercenarios para
que diesen muerte al dragón, pero este fue más astuto y los perdió en los
bosques y montañas de sus dominios, de modo que acabaron muriendo de hambre, o
en sus fauces. Ranglon no ganó nada contratando a esos metomentodos, salvo
desembolsar grandes cantidades de oro y enfadar aún más a Aliento-Ponzoña, el
cual añadió a obreros y guardias a su menú de caballo (del cual, por cierto, ya
se había cansado un tanto).
Estando la situación tal y como describo, acudió ante
Ranglon un hechicero elfo del cercano reino de Ardeep, el cual por aquel
entonces aún estaba habitado por algunos elfos, restos de los antiguos reinos
que se habían extendido por todas estas tierras hacía mucho.
“Dime que es lo que quieres, elfo. Que estoy muy ocupado
peleándome con un dragón” dijo sin demasiada educación Ranglon, al cual no le
gustaban mucho los elfos.
“Poderoso señor Ranglon, el dragón conocido como Aliento-Ponzoña
también es mi enemigo y el de mi pueblo. Me ofrezco a libraros de él, a cambio
de un pago, naturalmente…” Manifestó el hechicero elfo, ignorando graciosamente
las groserías del noble.
De modo que Ranglon prometió al elfo (al cual llamaban Vara
de Plata) una gran recompensa, y tierras cercanas a Ardeep, y la promesa de
dejar de talar árboles en los límites del bosque élfico, y otras muchas cosas;
todo a cambio de que el hechicero se deshiciese del dragón.
Y para allá que se fue Vara de Plata, y todos los soldados
y obreros huyeron del valle, porque todos temían el combate entre el hechicero
elfo y el dragón.
“Escuchame, Aliento-Ponzoña” gritó Vara de Plata “abandona
este valle, estos bosques y estas montañas, o de lo contrario esparciré tus
huesos por todas estas tierras”
-Un momento, un momento. – Interrumpió el matarife Ollus
– Si todos los soldados y obreros
abandonaron el valle, ¿como se sabe lo que se dijeron el uno al otro y lo que
en definitiva pasó?
Todo el mundo pensó sobre ello un momento.
-Muy sencillo –
contestó Jeremias – Alguien permanecería
oculto, lo vio todo, y luego lo contó…
-No se. No lo veo
claro. Dijiste que todos habían abandonado el valle, no mencionaste que nadie
se quedase oculto para ver que pasaba. – terció otro viejales.
-Eso se da por
supuesto. ¿Cómo si no pasó la historia a conocerse? – manifestó otro
-Bueno. Vasta ya.
Alguien se quedó atrás, porque si no la historia no hubiese pasado de
generación en generación hasta este momento, en el cual unos listillos intentan
echar abajo una historia de varios cientos de años porque les parece
incoherente un pequeño detalle – gruño Jeremias - ¿Queréis que continúe la historia o nos paramos a discutir quien y como
se pudo quedar atrás para ver lo que pasaba?
-¡Continua! ¡Continua!
– gritaron todos.
-¿Por donde iba?
-“Escuchame,
Aliento-Ponzoña” gritó Vara de Plata “abandona este valle, estos bosques y
estas montañas, o de lo contrario esparciré tus huesos por todas estas tierras”
– le recordaron pacientemente.
-¡Ah, si!
“Escuchame, Aliento-Ponzoña” gritó Vara de Plata “abandona
este valle, estos bosques y estas montañas, o de lo contrario esparciré tus
huesos por todas estas tierras”
Aliento-Ponzoña acudió raudo a la llamada del hechicero
elfo, que tomó como un insulto personal a su dignidad.
“Vara de plata. ¿Por fin sacas su blando y lechoso pellejo
de esos bosques donde te escondías? ¿Ya has reunido suficiente valor para
intentar solventar nuestra vieja querella?, Jajaja.”
Porque veréis: Lengua-Ponzoñosa y Vara de Plata tenían un
feudo que se remontaba a varios cientos de años, y se odiaban y se
vilipendiaban constantemente.
“Di lo que quieras, dragón. Pero te marcharas de estas
tierras para siempre, y antes me devolverás lo que robaste a mi gente. De lo
contrario acabaré contigo de una vez por todas”
“¡Puedes intentarlo, necio! Antes de que acabe el día me
daré un banquete con tus exiguas carnes…”
Y de ese modo se lanzaron el uno contra el otro con gran
furia.
Aliento-Ponzoña llenaba el cielo con el rugido de sus poderosas
alas, y su aliento envenenaba el aire, el agua y la tierra, abrasándolo todo.
Sus garras eran como mortales lanzas, su cola como cien arietes portados por
fornidos guerreros, y sus fauces una sierra con mil dientes del tamaño de
espadas.
Sin embargo, Vara de Plata no estaba indefenso. Portaba en
sus manos un arcano báculo de poder del que sacaba su nombre, y a su cinto una
afilada espada conocida como “Perdición de los enemigos”. Pero lo más peligroso
eran sus misteriosos sortilegios, a cuyo aprendizaje había dedicado diez vidas
humanas. El aire se rielaba a su alrededor, y de sus manos surgían rayos y
letales columnas de fuego. Fuertes vientos golpeaban inmisericordes al dragón,
y poderosos escudos lo rechazaban lejos del elfo, protegiendo a este frente a
la furia del dragón.
Así combatieron durante horas, en las montañas que rodeaban
el Valle de las Pozas, arrasándolo todo a su alrededor. Finalmente, los dos
contendientes, hastiados y agotados, utilizaron su último y más devastador
ataque de forma simultánea dándose muerte el uno al otro y causando tal
devastación que una gran sima se abrió ante sus pies y los engulló para
siempre.
Ranglon recibió la muerte de Aliento-Ponzoña con gran gozo
y alborozo, y tampoco se entristeció por la de Vara de Plata, pues como he
dicho, no le gustaban demasiado los elfos.
“Por fin podré construir mi pabellón de caza. Comenzad a
reedificarlo inmediatamente”
Y procedió a concentrarse en su anhelado pabellón,
olvidando todo lo demás.
Incluso cuando los parientes de Vara de Plata acudieron
ante él y le exigieron el pago prometido, el arrogante Ranglon les contesto de
esta guisa
“Malditos elfos ¿No veis que estoy muy ocupado? Además, el
pago se lo prometí a Vara de Plata, y no a una banda de pordioseros de los
bosques que dicen ser sus parientes. Que venga Vara de Plata en persona y yo le
daré su recompensa. Hasta entonces, fuera de mi vista”
Y procedió a echarles de sus tierras a cajas destempladas.
Sin las ingerencias de Aliento-Ponzoña, los trabajos fueron
ligeros, y en un breve lapso de tiempo, Ranglon tuvo su glorioso pabellón de
caza, y fue una edificación que maravilló a todos los que lo contemplaron.
Medía cerca de cien varas de largo, por cincuenta de ancho,
con un gran salón de banquetes adornado con todo tipo de armas y trofeos de
caza, y una amplia chimenea de piedra capaz de asar simultáneamente tres
grandes puercos al completo. En el piso de arriba, tenía lujosas habitaciones
decoradas con lujosas pieles de oso, leopardo de las nieves y otras exóticas
bestias. Bajo el piso, había amplias bodegas, almacenes de carne, espacios para
curtir pieles, una gran perrera, y un amplio establo. Todo estaba construido en
lujosas pero resistentes maderas talladas, traídas desde todas las tierras de
Ranglon, incluidos los límites de los bosques elfos, porque allí crecían los
mejores y más exóticos árboles de la región.
“Magnifica construcción” comentaba todo el mundo.
“Es una joya. La mejor de mis posesiones” decía Ranglon a
todo aquel que quisiera oírle.
Y procedió a organizar una gran montería y fiesta de
inauguración de su glorioso pabellón de caza. Invitó a los más importantes de
sus caballeros y vasallos, y tras todo un día de caza en el cual mataron a más
de treinta jabalíes, ciervos y a varios lobos y osos, Ranglon y ochenta
invitados se sentaron a la mesa.
Nadie sabe qué es lo que pasó esa noche, ya que no hubo
testigo alguno…
(Jeremias miro iracundo a la audiencia, especialmente a
Ollus el matarife)
Pero el caso es que al día siguiente los encontraron a
todos muertos a la mesa, con los ojos hinchados, el rostro púrpura y las
lenguas azules y colgando de sus abiertas bocas.
Muchos creen que se trató de la postrera venganza de
Aliento-Ponzoña (a través de su fantasma), que se les apareció en mitad de la
cena y los ahogó en una nube de gas ponzoñoso. Otros sin embargo opinan que se
trató del fantasma de Vara de Plata, que les embrujó con un hechizo mortal en
venganza por incumplir el trato. La versión de que se trató de los familiares
del hechicero Vara de Plata, los cuales envenenaron a los asistentes al
banquete también es muy popular.
A mi personalmente me gusta más la versión del fantasma del
dragón, pero como he dicho, jamás se sabrá lo que pasó.
En cualquier caso, ese fue el final del orgulloso Ranglon,
y también de sus tierras, ya que su familia, medio-arruinada por la
construcción del dichoso pabellón de caza, no logró aglutinar a sus vasallos y
siervos, muchos de los cuales optaron por abandonar su servició.
Desde entonces, el valle de las pozas quedó enturbiado por
la fama de ser un lugar aciago. El glorioso pabellón de caza pasó de mano en
mano, pero a todos sus propietarios les acontecieron desgracias, de modo que
acabó en ruinas, y como cubil de bestias salvajes.
-Y así ha quedado el asunto. Veremos a ver qué es lo que
pasa con Lady Mara. Tal vez se escriba un nuevo capítulo en la historia del
Valle de las Pozas. O tal vez Lady Mara pase a engrosar las filas de la
multitud de desafortunados propietarios que han visto su fortuna truncada por
la maldición que parece aquejar esa tierra… – Finalizó Jeremias.
Los oyentes suspiraron y muchos se prepararon para arañar
unas cuantas horas de sueño inquieto.
-Un momento. ¿Y cual es la anécdota de toda la historia? –
Preguntó el joven curioso.
-¿Acaso no la ves, joven? Medita sobre ello. Mañana me
dirás a cual has llegado. Ahora vamos a dormir.
Fuera, la tormenta arreciaba, pero contrariamente a lo que
temían los aldeanos, no había sombras que se arrastrasen de sombra en sombra a
la búsqueda de víctimas. El señor había dado la alarma, y todas corrían
presurosas a su llamada.
El día traería sangrientas nuevas.