viernes, 28 de febrero de 2014

TIEMPO ATRÁS...

En una gran sala, totalmente blanca por estar construida con mármol de la mejor calidad, totalmente blanco, la luz deslumbra. Una enorme figura está postrada ante un enorme altar, sus ojos miran al suelo, parece mostrar el mayor de los respetos. Una voz grave, suave, que emana confianza parece surgir de todas partes.

- Bien jovencito, en estos momentos de pesar, en el que debo dar algunas lecciones de humildad, tu te encargarás de mantener el orden aquí. ¿Te ves capaz de guardar el orden hasta que los asuntos terrenales queden en la balanza?-

La enorme figura no levanta la vista, sigue en su posición de postración:

- Si mi señor, yo guardaré el orden hasta que lo consideréis necesario, podéis confiar en mi.-

- Bien, así sea, entonces guardarás el Reino hasta nueva orden, sigue los mandatos apropiados para el Reino, no lo descuides.-

- Así será mi Señor, cuando el Rey vuelva, encontrará el Reino como lo dejó.-

- Bien, entonces, guarda que nada se descontrole, tendrás noticias cuando el momento llegue.-

La enorme luz en la gran sala parece atenuarse con suavidad. La enorme figura se levanta lentamente. Sus ojos parecen brillar ligeramente por un momento.

- Salius, encárgate de la guardia, quiero informes a cada momento, al detalle, no descuides nada por nimio que te parezca.-

- Mi Señor, por supuesto, ahora mismo.-

Los años pasan en otros lugares, con grandes acontecimientos que se suceden uno tras otro, al tiempo que la enorme figura de Legnarion se va acomodando en sus funciones, sus pensamientos van cambiando despacio, poco a poco, pero cada año que pasa con mayor seguridad, tanto que desecha la idea de que el Rey vuelva. Con un poco de suerte no volverá, y él podrá mantener el Orden en el Reino, pero un buen día, tras muchos años, parece que las cosas cambian, parece que el Rey volverá en breve a reclamar su trono, y de pronto Legnarion se da cuenta que no quiere que eso ocurra, le gusta el trono, le gusta mantener el Orden y el Bien en su Reino, y el viejo Rey ya no pinta nada. Un buen día, Legnarion llama a tres siervos, son tres enormes figuras que siempre han creído y confiado en su juicio.

- Mmm, veo que ya estáis aquí, bien, bien, debo encargaros una delicada misión, ante todo necesito suma discreción, es una misión delicada, ¿Puedo confiar en vuestra palabra y discreción?-

Las tres grandes figuras responden al unísono:

- Si, Milord.-

- Bien, entonces necesito que bajéis al plano primario, el cuerpo que habita nuestro Rey ha sido corrompido por fuerzas oscuras, y debe ser eliminado, con ello conseguiremos que nuestro Señor regrese en toda su Gloria, atrapará uno de vuestros cuerpos materiales, y  los otros dos lo escoltaréis hasta aquí. No debéis hablar de esta misión con nadie, es de suma importancia, hay espías por doquier, y nuestro Señor se encuentra en un momento de suma debilidad, el sumo Lord así me lo ha comunicado. Así que encontrad el débil cuerpo que habita nuestro Señor y destruidlo, tras ello regresad con prontitutd a mi presencia. ¿Alguna pregunta?-

Las tres figuras se miran con ciertas dudas, después miran a su comandante con miradas claras, uno de ellos habla con voz grave:

- No Milord, todo está más que claro, volveremos con la satisfacción de haber servido a nuestro Señor en nuestras manos, o no regresaremos.-

- Bien, perfecto, partid entonces, no debemos perder más tiempo en esta misión.-

Las tres enormes figuras hacen una reverencia, acto seguido se retiran por unas enormes puertas. Legnarion se queda pensativo mirando las puertas:

- Bien, ya no hay vuelta atrás, lo hecho, hecho está, todo a una carta, pronto alcanzaré lo que merezco, o bien seré destruido, en fin, espero que sea la primera opción, el Reino está mejor conmigo, el Viejo ya no puede hacerse cargo de todo esto. Espero que el Lord Supremo comprenda mis razones.-

Sonríe ligeramente, al tiempo que toma una postura más cómoda en el enorme trono, mira una enorme balanza de oro.


- Algunas cosas tienen que cambiar para que todo pueda prosperar...- 

martes, 25 de febrero de 2014

Historias del Pasado: Los Oscuros Amantes I, El Encuentro

Los goblinoides golpeaban con fuerza imparable las desorganizadas filas de los Tel’Quessir, deshechas por una carga devastadora de furiosos guerreros orcos y algunos ogros sedientos de sangre que había sorprendido por completo al pequeño ejército élfico y quebrado sus líneas. Grupos aislados de desesperados soldados elfos luchaban por sus vidas con toda su maestría, pero eran obligados a retroceder lentamente, apartándose del apoyo que otros grupos podrían haberles ofrecido.
Aunque los orcos aparentemente combatían sin orden ni concierto, había una diabólica estrategia en sus movimientos: como una manada de lobos, separaban a sus presas una tras otra de sus compañeros y luego la abatían con sus superiores números. Sus aullidos de furia y desafío ya tenían tintes triunfales, y sus guturales toques de trompa y sordos tonos de tambor animaban a sus barbáricos guerreros a un último esfuerzo para acabar con sus odiados enemigos.

En una pequeña agrupación de jóvenes sauces junto a un riachuelo, un grupo de elfos del regimiento del Mirlo, aislado de las formaciones principales, combatía por su vida agrupados alrededor de un estandarte deshilachado y cubierto de sangre. La bandera ya había caído al suelo tres veces, tras la muerte de su portador, pero siempre había algún otro valiente dispuesto a recogerlo. Por cuanto tiempo estaba por ver, ya que el grupo apenas contaba con diez guerreros en condiciones de combatir, y además tenían que defender a cuatro compañeros heridos.

Ahí vienen de nuevo! – grito un arquero lanzando flechas con sumo cuidado; su carcaj estaba casi vacío.

En efecto, un nutrido grupo de orcos, unos cuarenta o cincuenta en número y acompañados además por un par de ogros, cargaba hacia su posición en pleno frenesí, aullando como dementes y blandiendo ostentosamente sus armas. Los elfos comenzaron a lanzarles todo lo que tenían a mano: flechas, jabalinas, venablos; pero los goblinoides no cesaron de avanzar, pese a que sus camaradas caían por doquier.

-De esta no salimos, Xalanna. Vaya modo de acabar el día… – jadeó el arquero, dejando su arco a un lado y sacando una corta espada de su vaina. Se había quedado sin flechas, con lo que presentaría su última resistencia con un arma con la que no se encontraba cómodo. Que manera de morir…

-Ha sido un placer oír tus gruñidos durante tanto tiempo, Quibunne. Nos veremos en breve en Arvandor ¡Si es que te admiten...! – contesto riendo la lancero al lado suyo. Su cota de malla estaba rasgada y perforada por numerosos lugares, y manchada de sangre, tanto propia como ajena. A la pequeña y grácil doncella elfa apenas le quedaban fuerzas para levantar su pesada lanza, pero no podía sustituirla por su más ligera espada larga: la había quebrado hacía ya rato contra el capacete de un cabecilla orco. El orco había perdido los sesos en el encontronazo, pero eso no la consolaba demasiado, ya que se había quedado sin espada.

-Maldita jovenzuela impertinente – rezongó el arquero.

Dejaros de cumplidos y preparaos para recibir la carga! – gritó Aliesin, el veterano guerrero que acarreaba el estandarte y que había tomado el mando tras la muerte del sargento a manos de un ogro.

Súbitamente, la masa de orcos sufrió el impacto de un poderoso ataque arcano. Una cadena de rayos devastó sus filas, convirtiendo en el acto a unos diez orcos y a un ogro en cadáveres humeantes. El resto de las criaturas se giraron tambaleantes y aturdidas, y tras recibir la carga de un pequeño grupo de elfos, huyeron aterrorizadas. Los atacantes se abrieron camino entre los fugitivos, repartiendo tajos a diestro y siniestro, y saltaron entre los árboles, uniéndose a los elfos del Mirlo.
Los salvadores eran solo cuatro. Tres de ellos eran guardias juramentados del famoso regimiento de los Halcones Lunares, soberbiamente armados y equipados con cotas de malla, grandes yelmos alados y largos escudos profusamente adornados. Obviamente protegían al cuarto elfo: un imponente individuo equipado con una brillante cota de malla de mithrill y con los símbolos y runas de un poderoso guerrero-mago. Sus escudos heráldicos lo identificaban igualmente como un noble de alto rango del reino, y alto oficial de sus ejércitos.
Pese a su imponente aspecto, y al igual que los más humildes guerreros del Mirlo, los recién llegados estaban sucios y sudorosos, su equipo estaba cubierto de abolladuras y desgarrones, y sus armas chorreaban sangre de orco.

-Comandante, nos alegramos de verle. Ha llegado justo a tiempo. – saludo Aliesin al guerrero-elfo.

-Eso parece. También nosotros nos alegramos de encontrarles. Somos todo lo que queda de la escolta del general

-¿El general ha caído? – Exclamó Aliesin horrorizado

-Si. Allí, junto al meandro del río. Nosotros estábamos supervisando la retaguardia cuando la horda cayó por sorpresa sobre nosotros. Cuando las líneas se rompieron intentamos alcanzar al general, justo a tiempo para ver como su posición era arrasada por una marea de estas  malditas criaturas. Desde entonces estamos moviéndonos entre las unidades dispersas, intentando reorganizarlas, y hemos perdido a cinco compañeros por el camino. ¿Dónde está el resto de su unidad?

-No lo se, mi señor. Rompieron nuestras líneas hará dos horas y nos separamos del resto. Desde entonces hemos estado moviéndonos hacia el bosque, de arboleda en arboleda. Inicialmente éramos unos cuarenta. Ahora quedamos los que ve… diez guerreros hábiles y cuatro heridos o incapacitados.

-Elvessin acaba de morir. - señaló otro de los guerreros.

-Pues tres heridos

A pocos pasos, Quibunne el arquero buscaba flechas utilizables entre los arbustos y los árboles. Tanto daba que fuesen élficas o aún orcas. El caso era poder disponer de alguna. A su lado, Xalanna vigilaba.

-¿Has visto, Quibunne? Era el famoso comandante de los Halcones Lunares, el Príncipe de Torre-Escarcha.

-Bien por el… ¡Aja! – contestó distraído el arquero, a la par que encontraba una flecha en buen estado. De manufactura élfica, sin daños en el asta… Sin ninguna duda se debía haber caído de algún carcaj. Le daría buen uso.

-Dicen que es un gran líder, un hábil guerrero y un poderoso hechicero. Puede que salgamos de esta a fin de cuentas.

-Ni aunque fuese el más poderoso archimago de los reinos élficos rechazaría esa horda, jovencilla. Su magia nos dará la oportunidad de matar más orcos antes de que nos pasen por encima. Eso es todo

Xalanna se giró para contestar a su pesimista compañero, de modo que solo percibió a medias como una figura surgía de la nada frente a ella. Con un grito ahogado proyectó la lanza hacia la figura que la había sorprendido, pero esta desvió hábilmente el ataque con un hábil empujón en el hasta del arma.

-Cuidado, pequeñaja – manifestó el recién llegado en un tono pausado pero no muy amable. Se trataba de un inmenso elfo de los bosques, con piel cobriza y vestido de verde. Portaba un poderoso arco compuesto, pero en esos momentos llevaba en una de sus manos un colosal cuchillo de caza, tan grande como la espada corta de Quibunne, y completamente bañado en sangre orca.

-¿Qui… Quien demonios eres tú? – balbuceo la joven lancero.

-Ojo de Halcón. Explorador. El comandante está aquí ¿no?

-Ah, Ojo de Halcón. Magnificó – exclamó el comandante saliendo de entre los árboles - ¿Cómo van las cosas? ¿Encontraste al comandante Aluris y a su caballería?

-Si.

-¿Les diste el mensaje? Si organizan una buena carga y luego sirven de pantalla, podremos reagrupar a las unidades en un frente cohesionado…

-Encontré al comandante Aluris, pero no le di el mensaje. Él y buena parte de sus guerreros están al otro lado de aquellas arboledas del norte, subiendo por el río. Están todos muertos. Había huellas de caballos que se alejaban hacia el sudeste. La caballería superviviente se ha dispersado.

-¡Maldita sea!

Un ominoso silencio se adueñó del grupo de elfos. A lo lejos, los tambores orcos volvieron a resonar, y agudos gritos sonaron por todo el campo de batalla. El Comandante suspiró y se dirigió a los supervivientes.

-Guerreros. Si nos quedamos aquí, entre estos pocos árboles, somos elfos muertos. Tenemos que unirnos a otras unidades y ganar fuerza. Luego nos retiraremos combatiendo hasta el bosque… Muchos de los nuestros han tomado refugio allí. Nos reuniremos con ellos.

-El linde del bosque está lleno de merodeadores orcos, que cazan como a bestias a todos los se dirigen hacia allí – explicó con voz atona Ojo de Halcón.

-Da igual. Nos abriremos camino entre ellos. Será más fácil pasar entre grupos de orcos ligeramente armados que entre las líneas de la horda orca ¿No? Pero primero tenemos que buscar más supervivientes. ¿Ojo de Halcón?

-En otro bosquecillo a mil pasos al norte de aquí pude ver el estandarte del regimiento las Golondrinas Negras. Habría unos cincuenta o sesenta guerreros allí. Más al oeste, sobre una colina, unos treinta lanceros y arqueros, sin estandarte. Creo que eran una mezcla de Mirlos y Golondrinas, junto con alguno de caballería. Pero no aguantarán mucho. Al norte de donde encontré la caballería del comandante Aluris oí gritos y ruido de combate, pero no pude ver de quién se trataba… Al sur de aquí no he estado.

-Tendremos que ir a por los Golondrinas primero. Luego decidiremos

El porta-estandarte Aliesin miró la explanada frente a ellos, donde se estaba congregando otro nutrido grupo de orcos.

-¿Mil pasos hasta los Golondrinas? Jamás lo conseguiremos. En cuanto salgamos de entre los árboles, esos orcos se nos echaran encima y, cargados con nuestros heridos, nos alcanzaran antes de llegar. A campo abierto nos arrasaran

-Abandonad a los heridos. Así os salvareis algunos; si no, moriréis todos, ellos incluidos. – expuso sin más tapujos Ojo de Halcon.

-¡Jamás haremos tal cosa! – grito furioso Aliesin

-No hará falta. – repuso tranquilo el comandante, sacando un pergamino de un tubo – He gastado mucha de mi magia, pero poseo un pergamino con un conjuro que nos permitirá llevar a los heridos sin problema. Creará una plataforma que cargará con ellos y me seguirá por si sola. Preparaos para partir.

Unos minutos después, el grupo de elfos salía apresuradamente del bosquecillo y avanzaba a media carrera hacia el norte. No habían cubierto ni un cuarto del trayecto cuando los orcos se fijaron en ellos y corrieron a interceptarlos emitiendo horribles aullidos y gritos amenazadores.

-Esta… carrera… va a ir… algo ajustada… - jadeó Xalanna, observando como los orcos corrían a lo lejos para cortarles el paso.

-Calla y corre, pequeñaja - le soltó Ojo de Halcón, que pasaba al lado suyo.

-Este tipo es todo simpatía – gruño Quibunne

El grupo de elfos ganaron la carrera y llegó a la arboleda antes de que los orcos les interceptasen. Los guerreros del regimiento de la Golondrina atrincherados entre los árboles comenzaron a lanzar flechas al grupo de orcos en cuanto estuvieron a tiro, y estos, viendo que se les escapaba la presa, se detuvieron y se retiraron fuera del alcance de los arcos, entre grandes rugidos de ira y horribles maldiciones.
La conmoción atrajo la atención de otros pequeños grupos de orcos, que merodeaban por el campo de batalla, y comenzó a congregarse una multitud de goblinoides frente al bosquecillo.

-Lo han logrado, Príncipe – saludó un joven capitán al jadeante comandante. Tenía un brazo en cabestrillo, pero portaba una pesada espada ancha en su mano hábil.

-A duras penas… – resopló el comandante, tomando aliento.

-¿Cuál es el plan señor? Cuento con setenta lanceros y arqueros del regimiento de las Golondrinas y algunos guerreros de los regimientos del Mirlo y del Buho que han logrado llegar hasta nuestra posición. Pero estamos escasos de flechas y nos hemos quedado sin venablos y jabalinas. Tengo a varios de mis muchachos improvisando nuevos proyectiles tan rápido como pueden.

-Bien. Nos dirigiremos al oeste hacia otra unidad aislada, los recogeremos y acto seguido nos retiraremos combatiendo hacia el bosque. Juntos sumaremos más de cien guerreros, y esos pieles verdes se lo pensaran dos veces antes de intentar detenernos… Preparen parihuelas para los heridos y los que pudiesen caer por el camino. No dejamos atrás a nadie.

-Muy bien, así lo haremos, señor.

Al cabo de un rato, el nutrido grupo de elfos salió en formación cerrada hacia las lomas del oeste. Los lanceros formaban un muro de escudos, guardando en un círculo a los arqueros. Toda la unidad, aunque formada por guerreros de distintos regimientos, se movía perfectamente sincronizada.
El grupo de orcos que vigilaba el bosquecillo aulló furioso y cargo hacia sus enemigos, pero una letal lluvia de flechas y un conjuro de bola de fuego lanzada por el comandante dejaron un montón de muertos por los suelos y dispersaron a los goblinoides, que ni llegaron a acercarse a los elfos. Estos continuaron su camino a buen ritmo.

-Ya casi hemos llegado. Allí están – comentó animado el joven capitán, señalando una pequeña loma cercana, la más alta de una sucesión de elevaciones que se alzaban frente a los presurosos elfos. En ella se percibía un nutrido grupo de elfos, atrincherados en lo alto.

-Si, pero ¿Qué demonios están haciendo? ¿Señales? ¿Por qué no bajan a reunirse con nuestro grupo?

-Hay grupos de orcos por doquier, y varios entre ellos y nosotros. Pero no se preocupe, nos abriremos camino.

En efecto, los elfos pasaron entre los grupos de sitiadores sin demasiadas dificultades, y comenzaron a ascender la ligera loma. A lo lejos se oían ruido de trompas y tambores, con un rugido en aumento.
Un agotado sargento con el uniforme del regimiento de las Golondrinas hecho jirones, bajó a toda prisa hacia ellos, gritando frenético.

-¿Qué hacéis, malditos locos? ¿No habéis visto nuestras señales ni oído nuestros gritos para que os retiraseis?

-Cálmese. No hemos oído nada por este maldito estruendo. Hemos venido a recogerles. Partimos inmediatamente hacia el bosque, prepárense – contestó el comandante.

El sargento rió irónicamente.

-No lo veo muy factible señor.

-¿De que demonios habla? ¿Porqué no? Si es por los heridos, hemos traído parihuelas.

El agotado elfo hizo un gesto de desgana y les invitó a acompañarle a lo alto de la loma. Desde lo alto contemplaron el llano que se extendía entre las lomas y el río. Estaba virtualmente cubierto por nutridos grupos de orcos, reuniéndose alrededor de los estandartes de sus respectivas tribus y tocando los tambores y trompas como locos. Entre los grupos se apreciaban enormes orcos montados en colosales lobos, algunos ogros y hasta varios gigantes.

-Por todo el panteón… - jadeó el joven capitán asombrado.

-¿Lo ven? Por eso no podemos retirarnos – comentó pesimista el sargento – Han estado reuniéndose ahí desde hace algo menos de media hora. Por ahora no han hecho nada, salvo algunas cargas por parte de alguna tribu aislada. Posiblemente estén reagrupándose y organizándose de nuevo. Como nos tienen a la vista sencillamente esperan a estar todos juntos para venir a cortarnos el cuello, pero si nos empezamos a mover caerán sobre nosotros como una plaga de langostas…

-¡Maldición! – exclamó desolado el comandante.

-Debe haber al menos cinco mil de esos malditos, y además cuatro gigantes de las colinas… - calculó el capitán.

-Comandante. Sus hombres están al otro lado de la loma. No los han visto. Si se retiran y nosotros permanecemos aquí puede que se queden donde están. Huyan y sálvense…

-Nada de eso, sargento. Nos iremos todos juntos. Tengo una idea… lanzaré una ilusión para hacerles creer que su unidad permanece aquí. Mientras, bajarán por la colina y se unirán a mis hombres y se retirarán todos juntos hacia el bosque. Destruyan a todos los grupos de orcos que se les interpongan y no les dejen avisar a la horda que están huyendo. Una vez lleguen al bosque, intenten reunirse con las unidades que lograron refugiarse en él.

-¿Y usted, señor?

-Yo tengo que quedarme aquí manteniendo la ilusión. Si puedo me uniré a ustedes, si no, que los dioses les guarden.

-Espere señor, tenemos algunas monturas: varios guerreros de caballería se unieron a nosotros después de que su unidad fuese destruida allí al norte. A caballo tendrá más oportunidades de lograr escapar que a pie.

-Yo me quedaré con usted, mi señor. Guardaré los caballos mientras se concentra en su hechizo. – señalo uno de los guardias juramentados del regimiento de los Halcones Lunares.

-Gracias, guardia Moonfist. Sargento, diga a sus hombres que se junten lo más posible en lo alto de la loma, y que hagan como que levantan parapetos o cualquier otra actividad creíble. Tienen que estar todos juntos para que el área de la ilusión se superponga a sus hombres y esas bestias no se den cuenta. Capitán, baje con el resto de los hombres e infórmeles de los planes.

Todo se hizo con una rapidez increíble, y tras tejer el conjuro, un nutrido grupo de elfos parecía trabajar en lo alto de la loma. Sin embargo, en realidad se habían unido a sus compañeros y se retiraban a toda prisa por el llano que estaba al otro lado de las elevaciones, matando a todos los orcos que se ponían por su camino. A diferencia de cuando vinieron, que se conformaban con rechazarlos, en esta ocasión buscaban el enfrentamiento y no dejaban que escapase ni uno solo. Había que evitar que diesen la alarma a la horda reunida junto al río.
Sin embargo había demasiados orcos dispersos por el campo, y alguno debió tener el suficiente seso como para avisar a sus compañeros que se estaban congregando en el llano, porque súbitamente un horrible rugido surgió de una de las tribus, que comenzó a avanzar hacia el comandante y su ilusión.

-Me temo que nos han descubierto, mi señor – señaló el guardia, de nombre Elimor Moonfist, mientras revisaba las sillas y los arreos e intentaba calmar a las inquietas monturas.

-Es posible que si. O solo sospechan. En cualquier caso, da igual. Si se acercan, no tardarán en descubrir que se trata de una ilusión. Salgamos de aquí. El hechizo durará aún un poco, aunque deje de concentrarme. Eso nos dará algo más de tiempo.

Los dos elfos montaron y, cubiertos por la ilusión, huyeron al galope por la ladera opuesta a la de la horda orca. Habían ya cubierto un buen tramo cuando oyeron unos horribles rugidos y acto seguido una cacofonía infernal de toques de tambor, trompa y gritos de guerra y rabia. La horda había descubierto el engaño y se precipitaba hacia las lomas buscando a los fugitivos elfos.

-Allí están nuestros guerreros, señor – gritó el guardia por encima del estruendo.

Detrás, una marea de orcos sobrepasó las colinas y, viendo a lo lejos a los elfos, prorrumpieron en un ensordecedor griterío y bajaron ladera abajo como una marea, sin ningún orden ni concierto. Solo la idea de alcanzar y destruir a sus enemigos parecía ocupar sus mentes enloquecidas por la brutal cacofonía.
Los dos elfos, montados en raudos caballos, alcanzaron bien pronto a sus compañeros, que avanzaban por la llanura en formación cerrada pero a paso de marcha. Gritos de animo surgieron de entre sus filas, pero entonces vieron como de entre los árboles, frente a ellos, comenzaban a surgir numerosos orcos, que comenzaron a formar un muro de escudos. Los árboles crujieron, y dos enormes gigantes de las colinas salieron de entre la foresta, uniéndose a los orcos.

-Maldición… Estábamos tan cerca. – se lamentó el joven capitán.

El comandante contempló a los orcos que les bloqueaban el camino, y después a la desorganizada horda que avanzaba detrás de ellos por la llanura. No eran tan tontos como parecían los malditos orcos. Por azar o por malicia, habían logrado atraparles en mitad del llano y entre dos fuerzas que les aplastarían sin remedio. Podían formar un círculo defensivo y morir todos, o bien…

Guerreros de Ardeep! Habéis combatido bien en adversas circunstancias. Ahora un último esfuerzo: cargaremos contra esos orcos y quebraremos sus líneas. En cuanto estas se rompan, corred hacia el bosque en parejas o tríos, y perdeos entre los árboles. Vivid para combatir otro día. ¡Ha sido un honor combatir a vuestro lado! ¡Formad y cargar!

-Jamás pasaremos entre todas esas bestias antes de que nos alcancen los que vienen por detrás – susurró el sargento al capitán.

-Es la única opción que nos queda. Y así al menos cabe la posibilidad que alguno de los nuestros logre escapar. ¡Adelante, muchachos! ¡Por Ardeep!

Los elfos se precipitaron hacia el bosque en una formación con una forma vagamente triangular. Los orcos frente a ellos aullaron y también cargaron, rompiendo el muro que habían formado.

-¡Estúpidos! – rió el capitán – Nos acaban de hacer un favor. Ahora tenemos más posibilidades de pasar.

-Los orcos nunca se han caracterizado por una fina estrategia – contestó el sargento, ceñudo – Pese a todo, no creo que lo logremos. ¿No oye las trompas? Vienen más por el sur. ¿Cuántos habrá?

El capitán ladeó la cabeza. El tintineo de las cotas de malla y los jadeos de los guerreros que avanzaban a su lado no le dejaban oír muy bien, pero aún así…

-Eso no suena como una trompa de guerra orca… Es más metálico, y el toque más frenético

El sargento encogió los hombros.

-Si usted lo dice. Tanto da. No es un cuerno elfo, ni siquiera enano. Serán orcos o algún otro aliado suyo. Ya da todo igual, que los dioses nos ayuden. Están sobre nosotros ¡Prepárese…!

Carga y contra-carga chocaron con un estruendo ensordecedor. Los elfos, en formación, perforaron las líneas orcas, pero estos eran tan numerosos que sencillamente absorbieron la carga y comenzaron a rodearlos, ralentizando su avance hasta que finalmente lo detuvieron por completo. Entonces se lanzaron con ánimo renovado sobre sus rodeados oponentes, que se vieron obligados a formar un crudo circulo defensivo.

-Esta vez si que se acabó, Xalanna, chiquilla – clamó Quibunne mientras clavaba frenéticamente su espada corta en un aullante orco que intentaba abrirle la cabeza con una maza de estrella.

-No te lo discuto, vejestorio – contestó Xalanna, que mantenía a duras penas a raya a dos orcos mediante golpes de lanza. Un tercer orco se unió al combate y partió limpiamente el hasta del arma con una pesada hacha de leñador.

-¡Oh! – balbuceó la joven elfa.

Los tres orcos avanzaron con sonrisas perversas hacia ella, y uno sacó una retorcida daga, acariciándola amenazadoramente. Quibunne luchaba por su vida, agarrado a un orco. Su compañero a su derecha se desangraba en el suelo, mientras un orco lo acuchillaba sin piedad. Estaba sola.

-Nos vamos a tomar nuestro tiempo contigo, elfita… – gruño, salivando grotescamente.

Súbitamente, una enorme figura saltó frente a ellos, y con un revés con un enorme cuchillo de caza decapitó limpiamente al orco armado con el hacha. Los otros dos, asombrados, retrocedieron; y ese fue el último error que cometieron, porque Ojo de Halcón, aprovechándose de su sorpresa, los despachó con una lluvia de cuchilladas.

-Continua luchando, pequeñaja – gritó el enorme elfo verde a la par que le tendía el hacha del orco.

-Quien lo iba a decir… parece que le gustas y todo. – rió Quibunne, arrancando la espada del torso de su enemigo, que se derrumbó como un saco de patatas.

Con un aullido, otro grupo de orcos se precipitó sobre ellos.


En otro lugar de la batalla, el joven capitán animaba a los guerreros, moviéndose por entre las filas y reforzando allí donde veía que cedían. Pese a tener un brazo inmobilizado, era un gran espadachín, y se bastaba con una mano. Su espada ancha estaba manchada de sangre de orco hasta la guarda.

-¡Animo, guerreros de Ardeep! ¡Luchad hasta el último aliento!

Súbitamente, un grupo de orcos liderados por un enorme cabecilla penetró las líneas elfas frente al capitán. Con un horrible grito de guerra, el cabecilla clavó un pesado venablo en el pecho del capitán, perforando limpiamente la cota de malla. El oficial se tambaleó, pero con sus últimas fuerzas cortó con su espada la garganta de su enemigo; varios orcos lo rodearon acribillaron al valiente capitán a lanzazos.

-Por Ardeep… - murmuró el elfo antes de caer al suelo, muerto. A su alrededor, sus hombres estaban muertos o retrocedían empujados por los superiores números orcos.


Al comandante de los Halcones Nocturnos, Principe de Torre-Escarcha y noble del reino le habían matado al caballo. Ahora combatía a pie, acompañado de dos de sus guardias juramentados, ya que el tercero había caído, con el cráneo aplastado a manos de un ogro. Intentaba dilucidar si los dos o tres conjuros de batalla que le restaban bastarían para abrir una brecha entre los orcos, pero lo veía difícil.
En ese momento vio como las líneas de los elfos se quebraban y cómo el capitán de los Golondrinas caía frenando a un grupo de orcos. El porta-estandarte de los Mirlo, Aliesin, lideró a un grupo de valientes intentando cerrar la brecha y se entabló un combate desesperado y salvaje.
Con un rugido horrible, los dos gigantes de las colinas irrumpieron en la pelea, y uno, con un revés de su colosal clava, lanzó por los aires a Aliesin. El estandarte del regimiento del Mirlo rodó por los suelos. El estruendo de trompas y trompetas alcanzó un nuevo nivel de intensidad, y rebotó todo el valle. La horda debía estar alcanzándoles, y eso decidió al comandante.
Recurriendo a uno de sus últimos hechizos, proyectó una descarga eléctrica que avanzó muchas decenas de metros, alcanzando a uno de los gigantes que chilló de dolor y cayó en cuclillas. El rayo continuó su camino, incinerando a todos los desafortunados orcos y ogros que se pusieron por su camino. Aullidos de terror sacudieron todo el frente, y muchos orcos vacilaron o incluso intentaron huir.
El comandante corrió hacia la brecha, acompañado de sus guardias y unos cuantos guerreros que se les unieron.

-¡Por Ardeep! ¡Acabad con ellos!

El gigante de las colinas, abrasado por el conjuro de rayo y aturdido y medio cegado, comenzó a levantarse del suelo a la par que preparaba su colosal clava.
El comandante, pese a estar herido y cansado era ágil y rápido. Saltó y lanzó sendos tajos a su cuello, perforando profundamente en su fofa carne. Sus guardias y varios guerreros se unieron al ataque y comenzaron a clavar espadas, lanzas y venablos en el cuerpo del coloso, que gritó, borboteo un torrente de sangre y rodó por el suelo, aplastando a un elfo y varios orcos en sus estertores agónicos.
Los elfos prorrumpieron en gritos de victoria, y justo en ese momento las trompetas volvieron a sonar. Un ruido metálico y frenético, y como había señalado el difunto capitán del regimiento de las Golondrinas, muy diferente al bronco sonido que emitían las trompa orcas.
Una masa de caballería entró en el valle y embistió a la horda orca con gran furia. Se trataba de caballería pesada, equipada con largas lanzas y pesadas armaduras, y montando enormes caballos de guerra, de mayor altura que los elficos. Barrían a orcos y ogros a su paso, pisoteándoles y golpeando con lanzas, espadas, manguales y hachas. Los orcos aullaban de terror, tiraban las armas y huían por doquier.

Son humanos! ¡Los humanos de Delimbiyran! ¡Son miles de ellos!– gritaban asombrados los elfos.

Los enemigos que les rodeaban comenzaban a huir también, y fueron perseguidos por los eufóricos elfos; las líneas se rompieron en una confusión de carreras, combates desesperados y masas de orcos que se empujaban y pisoteaban intentando escapar.
Pero no todos huían. Murgh Mascahuesos había visto como un canijo elfo  asesinaba a su hermano, y ardía de odio; solo una idea anidaba en su espeso cerebro: aplastar a ese vil canijo.
Ignorando las heridas que le infringían las flechas y venablos, avanzó raudo a través de la batalla. Se alzó sobre fugitivos y perseguidores y los atravesó, pisoteando y dando patadas a elfos y orcos por igual, dirigiéndose a una velocidad asombrosa hacia el aislado grupo del comandante, que se había quedado atrás intentando dilucidar qué estaba pasando exactamente en el campo de batalla, y cayendo sobre los sorprendidos elfos, aplastó de un único y colosal golpe con su monstruosa clava – en realidad un árbol entero – a uno de los guardias de los Halcones Nocturnos.

-¡Maldito! – gritó el otro guardia, Elimor Moonfist, descargando su espada contra la pierna del gigante. Cortó profundamente, pero el coloso no acusó el golpe, y con un nuevo barrido de su enorme arma lanzó al guerrero volando por los aires. El desafortunado Elimor cayó lejos, herido de gravedad y aturdido.

-Yo matar a tu, ahora… Brujo – gruño el gigante señalando al comandante.

-Eso esta por ver… - contestó fríamente el oficial. A una palabra suya, cinco brillantes proyectiles de luz surgieron de su mano derecha e impactaron en el torso de Murgh, el cual chilló de dolor.

El gigante volvió a barrer frente a el con su clava, pero el oficial elfo estaba sobre aviso, y era un combatiente avezado. Aunque no logro esquivar por completo el barrido, logró que no le diese de lleno el tronco, si no únicamente de refilón. Pese a ello rodó por los suelos, magullado.

Aja! Murgh te mata ahora. Jajaja. – grito triunfante mientras extendía una de sus enormes manos para apoderarse de su caído oponente.

Si embargo el comandante no estaba acabado, y levantándose en cuclillas, tajó la mano del gigante con su espada, cercenando un dedo. El gigante retrocedió chillando de dolor,  y volvió a golpear con su arma. En esta ocasión dio de lleno, y el elfo rodó nuevamente por los suelos con un sonido de huesos rotos.

Murgh rugió nuevamente y se acercó para acabar definitivamente con su odiado oponente. Sin embargo, el toque de un cuerno y un ruido de cascos le distrajeron. Una figura acorazada que portaba una larga y pesada lanza con un vistoso pendón se acercaba cabalgando a toda prisa.

-¡Criatura! Ríndete o afronta tu destrucción – gritó el jinete con una aguda voz.

-¡Murgh mata a ti también!

Sin embargo, las amenazas del monstruo eran prematuras. El jinete cargó contra el pretencioso bruto, y con gran maestría clavó profundamente su lanza justo en el corazón de Murgh, destrozando por completo su torso con la potencia del impacto y quebrándola en mil astillas. Los tres metros y medio de gigante salieron retrocedieron varios pasos por el impacto, y con cara de sorpresa y un quejido final, se derrumbó sonoramente.
El jinete desmontó de su caballo de guerra y se acercó al difunto Murga, contemplando el campo alrededor suyo. Aparentemente nada se movía alrededor suyo, pero al pasar junto a uno de los elfos, este alargó un brazo y le agarró la pierna.

-El Príncipe… - jadeó el guardia Elimor Moonfist.

-Tranquilo guerrero, te pondrás bien – dijo tranquilamente la figura acorazada inclinándose hacia el elfo y extendiendo una mano hacia el. Su voz era cavernosa por los ecos de su yelmo completo, pero era una voz melodiosa y suave.

-No. A mi no… Al Príncipe. Allí – señaló el guardia.

Ignorando las protestas del elfo, la figura acorazada puso sus manos sobre el malherido elfo, y musitó unas plegarias. Buena parte de las heridas de este se cerraron, y varios huesos rotos chasquearon al recomponerse nuevamente. Elimor jadeó de dolor y asombro. Debía de tratarse de algún tipo de sacerdote, pero el elfo no estaba muy al tanto de la religión humana.

-Veamos ahora a ese príncipe tuyo, guerrero – comentó como tal cosa el humano, ayudando a levantarse al guardia elfo y dirigiéndose hacia donde señalaba.

-¿Qué.. Que hacéis aquí, humanos? – jadeó el guardia, cojeando apoyado en el humano.

-¿No lo sabéis? Ardeep y Dardath solicitaron auxilio a nuestro soberano para detener a esta horda orca. Se dice que quieren firmar un pacto de unión con nosotros, los humanos del reino de Delimbiyran; tal y como firmasteis hace tiempo entre vosotros, los elfos y los enanos de Dardath.
Pero no os preocupéis por esto. Ahora vamos a ayudar a vuestros camaradas – finalizó el humano. Quitándose el yelmo mostró un rostro elegante y hermoso y una larga cabellera de pelo negro brillante. Se trataba de una joven hembra humana, pero la armadura y el voluminoso tabardo habían ocultado efectivamente su sexo.

Elimor la contempló con cierta sorpresa. Entre los elfos era frecuente ver mujeres guerrero, ya que existía paridad entre los sexos, pero entre los primitivos y machistas humanos era una cosa rara. Y más cuando la mujer llevaba la armadura, vestimenta y tabardo de una importante casa noble.

La joven ayudó al guardia a revisar los elfos caídos en las inmediaciones, comprobando si estaban vivos o no. En unos momentos encontraron al Príncipe, que respiraba con dificultad y borboteaba sangre por la boca, pero aún estaba vivo. Con un rictus serio ante la gravedad de las heridas, la hembra humana impuso sus manos en la cabeza del malherido noble y musitó unas palabras. Un torrente de energía arcana cruzó sus manos, reestableciendo el maltrecho cuerpo del elfo, el cual abrió los ojos y gritó.

-Calma, calma. El dolor pasará de inmediatoEs causado por la curación de vuestras heridas. – musitó tranquilizadora la humana.

El comandante jadeo de sorpresa, y observo embelesado a la mujer que se arrodillaba a su vera. Nunca había apreciado demasiado a los humanos, a los cuales consideraba toscos y primitivos, pero la joven que estaba a su lado era fascinante, hermosa y vital, y su alma ardía con determinación, emitiendo una poderosa aura.
Se fijó en su tabardo, y su memoria y sus estudios en la heráldica de los cercanos reinos surtió sus frutos.

-Baronesa de Tor… – saludo con una pompa ridícula para la situación. La joven rió.

-Mi padre es el Barón. Yo solo soy la única heredera… Tras la muerte de mis hermanos a manos de los orcos en la batalla de Colina Marchita – añadió con tristeza.

-Os debo la vida, milady. Sin vuestra magia hubiese muerto desangrado en este campo… ¿Qué ha pasado? ¿Cómo están mis tropas?

-La batalla esta ganada, milord. Los caballeros de Delimbiyran llegamos justo a tiempo y los orcos huyen en total desbandada mientras hablamos. A unas horas detrás nuestro llega nuestra infantería y un gran contingente de enanos de Dardath. Barreremos a estos orcos de vuelta al lejano Norte

-Mi señora baronesa, os debemos tanto… - exclamó febril el elfo agarrando la mano de la mujer con fuerza y mirándola fijamente a los ojos. La joven se sonrojo; pocos se habían atrevido a mirarla así.

-Por favor, Príncipe, llamadme sencillamente Margolia

La Leyenda de los Oscuros Amantes

La historia de los Oscuros Amantes es una oscura leyenda que aún se cuenta en determinadas aldeas del valle del Delimbyir. Curiosamente, se tiene constancia de una leyenda muy similar que se contaba entre los elfos de Ardeep y de los bosques de Neverwinter, si bien se ignora  si tuvo su origen en el valle de Delimbyir y luego pasó al Ardeep, o si fue a la inversa, o si sencillamente es muy antigua y ambos lugares tuvieron conocimiento de primera mano de esos hechos.
Las leyendas difieren un tanto según en el lugar donde se cuente y quien lo haga, pero todas tiene una base común: 

Un príncipe elfo del entonces reino de Ardeep y una noble humana (en muchas versiones, una paladina) se enamoraron en un reino convulso y asediado por enemigos. Su amor no estaba bien visto ni por humanos ni por elfos, y además los deberes de sus respectivas posiciones no se lo permitía, pero aún así ellos se amaron en secreto.
Mal aconsejados por el amor y las circunstancias, hicieron un pacto oscuro con los poderes de las Tinieblas, y ambos fueron malditos y separados por siempre jamás, condenados a no encontrarse nunca más. Desde entonces vagan las tierras en forma de espíritus condenados y maliciosos, envidiosos y resentidos hacia todo sentimiento de amor y felicidad.


Las historias no mencionan nunca el nombre de los Oscuros Amantes, ni hay constancia de documento histórico alguno que recoja hechos similares a los narrados en esa leyenda, con lo que la mayor parte de estudiosos la desechan como un mero cuento sin base real alguna.

La Calavera de Cristal de Orgunom

La Calavera de Cristal de Orgunom es un objeto llamativo y de gran valor: una obra de arte de misterioso origen que ha suscitado numerosas conjeturas y un buen número de historias (generalmente siniestras) al amor de la lumbre. Su valor económico es inmenso, estimado en muchas decenas de miles de monedas de oro, y es codiciada por numerosos coleccionistas y estudiosos de la Costa de la Espada. Sin embargo parece llevar consigo algún tipo de maldición, ya que sus poseedores parecen encontrarse pronto con un robo de la calavera entre manos, o son asesinados para despojarles de tan preciado objeto.

*Conocimiento general:

La Calavera de Cristal de Orgunom es un misterioso objeto que lleva algunos siglos circulando por las tierras circundantes a Waterdeep. Se trata de una curiosa y esplendida obra de arte: una calavera de elfo de tamaño natural, exquisitamente tallada en un único bloque de cristal natural perfecto. Se atribuye su nombre a un famoso joyero, Orgunom (1.231-1.274 DR) el cual se cree que la talló de un enorme y misterioso bloque de cristal que cayó de los cielos.
Muchos otros afirman que Orgunom no talló semejante joya, si no que meramente la adquirió a unos aventureros o la encontró él mismo en unas misteriosas ruinas. En cualquier caso, fue su orgulloso poseedor durante muchos años, antes de que unos bandidos acabasen con su vida y le robasen la joya. Desde entonces la calavera ha cambiado muchas veces de manos, generalmente de forma violenta, ya que la perfección de la joya y su obvio valor monetario suelen causar la codicia de todos aquellos que la contemplan.
Se sabe que su último poseedor fue un comerciante Amnita de nombre Garman Salaz, el cual la compró a un elevado precio a un joyero de Waterdeep. Sin embargo, el barco en el cual se dirigía hacia su tierra natal fue asaltado por piratas en las cercanías de las islas de Mintarn, y le despojaron de todos sus bienes, incluida la famosa Calavera.

*Conocimiento místico:

La calavera de Cristal de Orgunom posee una poderosa aura mágica, si bien no parece tener ningún poder mágico. Es muy posible que porque fue creada utilizando poderosas magias.

Su historia es muy anterior a su teórico creador, Orgunom, y de hecho se remonta al periodo de historia del reino de Phalorm (523-616 DR) “El Reino de las Tres Coronas”. Según todos los datos y determinados hechizos de adivinación, la Calavera de Cristal está relacionado con la de un misterioso individuo de la historia de Phalorm llamado “El Rey del Invierno”. Sin embargo, en los pocos datos de la historia de Phalorm que han sobrevivido, no figura ningún “Rey del Invierno” sentado en alguno de los tronos de los tres reinos confederados, y de hecho no se le menciona para nada. Todo lo más, existen viejas leyendas acerca de un poderoso hechicero llamado Señor de la Escarcha o Señor de Torre de la Escarcha, el cual fue presuntamente destruido por un ejército de Phalorm en un lugar llamado “El Bosque de los Huesos”.