Una figura encapuchada avanzaba presurosa y furtivamente en
dirección a la posada de La Jarra
y el Tiburón, intentando ocultar su rostro con los pliegues de la capucha de la
amplia capa embreada que le cubría.
La escena no diferiría demasiado de la de cualquier otro
lugar, salvo por lo extraño de la forma del encapuchado, del local en cuestión
y de la ciudad que lo albergaba, porque La
Jarra y el Tiburón era una posada ubicada en la ciudad de
Driftwood, exótico puerto comercial situado en el Plano Elemental del Agua.
Driftwood… la enorme metrópoli comercial era una estructura
en forma de huso. Era asombrosa contemplada desde la lejanía, y una ruina
húmeda y chirriante una vez saboreado su interior. Se trataba de una
estrambótica construcción realizada con una variada colección de viejos navíos
naufragados en distantes planos primarios que habían acabado en el Plano del
Agua los dioses sabían a través de qué portales.
A lo largo de los siglos, los industriosos siervos del Gran
Baja de Driftwood habían ido recopilando esos viejos pecios que navegaban por
las cercanas corrientes, así como cualquier madera o resto flotante que
pudiesen encontrar (incluidas osamentas de colosales criaturas marinas), y
uniéndolos al complejo. El resultado era una caótica estructura de más de tres
kilómetros de longitud y en algunos puntos más de trescientos metros de ancho,
compuesta por miles de buques de diversas procedencias, tamaños y formas,
unidos, clavados o amarrados de forma más o menos estable. En muchos niveles,
poderosas magias mantenían el agua fuera y una atmósfera respirable para los
visitantes de otros planos o aquellos capaces de metabolizar una atmósfera
gaseosa, mientras que otros estaban inundados y servían de mercado y hábitat
para aquellas criaturas incapaces de respirar aire.
Driftwood no era comparable al orgullo del Plano del Agua,
el colosal nodo comercial conocido como “Ciudad de Cristal”, conocido por todos
los planos. Ni en belleza, ni en población, ni en comercio se podía comparar;
pero aún así era un importante puerto comercial situado estratégicamente cerca
de varias corrientes y ríos elementales que veían mucho transito y que
permitían el viaje a distintos puntos del Plano del Agua. Sus visitantes y residentes,
aunque menos esplendorosos o exóticos que los de Ciudad de Cristal, daban vida
a la estructura; y si muchos viajeros experimentados consideraban el enclave
como sórdido y de baja estofa, en general solían guardarse su opinión no fuese
que algún ciudadano irritado les abriese la cabeza a golpes de madero.
El Baja de Driftwood, un poderoso genio Marid, gobernaba su
ciudad con una mano liviana y permitía que cualquier criatura entrase en la
ciudad a comerciar o incluso residir, siempre y cuando pagase los portazgos, o
en su defecto los impuestos de residencia. No hacía distingos entre criaturas,
y no le importaban ni su especie ni religión ni actividad, siempre y cuando no
hubiese peleas destructivas y la violencia y los robos se redujesen al mínimo.
Eso se explicaba la existencia de un negocio como la Jarra y el Tiburón; un local donde se
reunían algunas de las mas desagradables criaturas que se podían encontrar en
el Plano del Agua sin encontrar el rechazo de otros patrones, y donde podían
consumir tranquilamente los alimentos y bebidas que eran más de su agrado y
ante las cuales muchas otras especies hubiesen vomitado. Y no literalmente.
Este tipo de posada solía atraer a determinado tipo de
gente no muy recomendable, y precisamente a uno de esa estofa buscaba el
encapuchado.
Un trabajo turbio requería personajes turbios…
El misterioso visitante había llegado hasta el local
subrepticiamente, ya que su propósito no era legal ni legítimo ni en la
permisiva Driftwood, y tampoco sería bien visto por las autoridades. Y no
quería que su misión saliese a la luz a posteriori y afrontar la ira del Baja.
Por lo tanto, había tomado tortuosos caminos a través de
oscuros y peligrosos callejones, de pasajes abandonados e inundados de
crustáceos y algas y escaleras chirriantes y semi-derruidas. Todo para evitar
ser visto por algún vigilante, o incluso peor, por un miembro de la Guardia de la Ola, los matones personales del Baja:
una banda de elementales fanáticamente leales y que abrían alegremente la
cabeza a cualquier infractor de las leyes. A menudo se les veía patrullar la
estructura, filtrándose a través de las omnipresentes goteras o marchando por
sus pasajes en lo que consideraban una elegante formación, portando enormes
alabardas.
Naturalmente, siendo elementales, no necesitaban arma
alguna para ser letales, pero por afectación (tal vez imitando a guardias más
mundanos de algún plano primario que alguno de ellos había visitado) les
gustaba llevarlas como un toque de distinción. Desgraciadamente, a menudo se
les olvidaba mantener la coherencia necesaria para sostener las masivas armas y
se les resbalaban aparatosamente, con el consiguiente peligro para los que les
rodeaban.
Al menos, el Baja les había persuadido sobre lo poco
práctico de llevar los enormes cascos puntiagudos que habían adoptado
inicialmente junto con las alabardas…
Al fin, la figura llegó a su destino sin excesivos
contratiempos y con una solapada mirada a su alrededor, entró en la taberna.
-Bhien, Bhien. Ande bhaz tú – gruño el portero.
Era un scrag, un troll marino. Y por su apariencia (y
efluvios), incluso más vil y apestoso que la mayoría de sus congéneres.
-No es de tu
incumbencia… - gruñó de vuelta el encapuchado.
-Bhien, bhien. Tu phagaz conzumizion. Zi no, yo hagho apheritivo con dedoz tuyoz
– contestó sonriendo el esperpento, salivando entre una fila doble de dientes
afilados como agujas.
El encapuchado ignoró al impertinente portero y buscó con su mirada a su
objetivo. La posada estaba llena, y las mesas y las piscinas donde algunos
clientes descansaban estaban abarrotadas. En la barra, bajo los restos óseos de
la mandíbula del gran tiburón “Asesino Nocturno”, que había aterrorizado la
región hacía siglos (y que daba nombre al local), se agolpaban grupos de
criaturas solicitando comida, bebida y servicios. Pese a todo, el visitante no
tardó en localizar su objetivo incluso entre la multitud de grotescos seres que
llenaba la taberna: un reservado cubierto por cortinas y que el resto de
patronos parecían evitar.
Avanzo cojeando hacia el, pero dos Sahuagins armados hasta
los dientes se interpusieron en su camino antes de que se acercase a menos de
diez pasos del reservado.
-¿Dónde te crees que
vas, carroña? – borboteó agresivo uno, mientras manoseaba una daga curva de
horrible aspecto.
-Eso. No pretenderás
molestar al jefe con tonterías. Porque si es así, Suxxer y yo te haremos
chillar hasta que te caiga la lengua - amenazó el otro, que portaba un
enorme gancho de los que se usaban para colgar carne.
-Tengo una cita con
vuestro amo – protestó el visitante
-Eso dices tu… ¿Tu
que opinas Sekorh?
-Que este pordiosero
tullido es indigno de la atención de nuestro capitán. Sugiero que lo colguemos de mi gancho por la boca y le
apaleemos hasta que se desangre. Luego nos lo comemos…
-Me parece bien ¡A mi
me gusta la carne blandita! Jajajaja.
++ Suxxer, Sekorh, dejadle pasar. Acércate, extraño ++
Los dos Sahuagins se retiraron presurosos, y el encapuchado
avanzó renqueante hasta las cortinas del reservado.
++ Ahí está bien, visitante. No avances más. Pediste una
cita conmigo y te ha sido concedida. Ahora demuestra que no es una pérdida de
mi tiempo, o el tratamiento que proponían mis muchachos te parecerá una caricia comparado con lo que yo te haré… ++
-Poderoso capitán
Faucelodo, terror de las corrientes marinas, señor de Los Colmillos de las
Profundidades, mi señor desea haceros un encargo por el cual se os retribuirá
generosamente.
++ Continua ++
-Mi señor desea que
te apoderes de dos visitantes procedentes del plano primario y las traigas a mi
presencia. Vivas, naturalmente.
++ Colijo, pues, que abandonaran la ciudad en breve ++
-Si. Así es… A bordo
del “Ojo Viajero”.
La criatura al otro lado de las cortinas se removió, y un
ruido de chapoteo lodoso y un olor a salmuera emanó del reservado.
++ El Ojo Viajero. ¿Sugieres acaso que arriesgue a mis
hombres contra ese navío? ¿Sabes que es un buque planar? Armado hasta los
dientes además. Por no decir nada de su maldito capitán, las corrientes lo
arrastren contra un mar cáustico… ++
-Si. Eso sugiero. Mi
señor ha oído que tenéis un viejo contencioso con el capitán del Ojo Viajero, y
suponía que requeriríais solo un poco de persuasión para atacar el navío.
++ Tu señor suponía mal. No soy un descerebrado que se deje
llevar por las emociones así sin más ++
-Por supuesto que no,
mi señor. Por eso además se os ofrece un generoso pago para incentivaros aún
más – comentó obsequioso el visitante, sacando una caja de entre los
pliegues de su capa. Abriéndola, un resplandor iridiscente surgió de ella.
-Madreperla pura, mi señor. Tres cajas como esta para vos
si me traéis a esas intrusas.
++ Cinco ++
-¿Cinco? ¡Con ese
precio podría comprar un ejército entero!
++ Y un pequeño ejército es lo que necesitare para asaltar
el Ojo Viajero y llevarme a esas dos criaturas frente a la tripulación de ese
navío y su capitán… Por no decir que seguro que ellas también serán algo
especial ¿No es así? Dudo que sean dos almas cándidas e indefensas. ¿Han sido
ellas las que te han dejado en semejante estado? Estás hecho una piltrafa… ++
-No os mentiría señor…
++ ¡Mejor! Me daría cuenta al instante y pudiera ser que me
enfadase ++
-Claro, claro… ejem.
Pues sí, son criaturas de cierto poder en su plano de existencia. Son una
hechicera elfa, que es la que realmente nos interesa, y la acompaña una humana,
una sacerdotisa… - el encapuchado dejó la frase sin terminar, dubitativo.
++ * ¿Sacerdotisa de quien? * ++
-De Ishtisia –
graznó el visitante, impelido a contestar a su interlocutor, muy a su pesar.
++ Entonces serán siete cajas de madreperla. El riesgo por
irritar a Ishtisia debe pagarse extra, por muy remoto que sea ++
-No es necesario que
las hagáis daño, señor. De hecho, si así es más fácil, nos conformamos con la
elfa y…
++ Serán siete cajas pese a todo ++
-Por supuesto,
capitán – murmuró el visitante
++ Muy bien. Cuando las tengamos en nuestro poder, haremos
el intercambio en la Isla de los Sargazos Azules. Trae el precio convenido y serán
tuyas. Ahora, puedes marcharte ++
El encapuchado se alejó del reservado, y, como si fuesen
convocados, los dos Sahuagins se acercaron a su señor.
++ Dad aviso a los muchachos. Que preparen el Portador de
la Muerte; y convocad también al Tiburón de Coral, al Raya Letal y al Marea
Roja. Tenemos una cacería entre manos, y promete ser lucrativa... e interesante… ++
Suxxer y Sekorh se apresuraron a cumplir las órdenes de su
capitán, sin poder ocultar su excitación. Como los tiburones que eran, podían
oler la sangre, y este trabajo prometía grandes cantidades de ella.
* *
*
El visitante encapuchado se dispuso a salir de la taberna,
mientras, rencoroso, murmuraba para si mismo.
“Ven para acá, espera
mi pláceme, habla, ahora puedes
retirarte… Mal rayo les parta a todos. Espero que al Capitán Faucelodo se le
atraganten las dos primarias esas y que antes de capturarlas y traérselas a mi
señor le hagan un buen estropicio; a él y a los memos de sus muchachos…”
Un enorme colosal brazo, terminado en enormes garras se
interpuso en su caminó.
-Bhien, bhien. ¿Ya te
marchaz? – ronroneo el portero scrag.
-Pues si, ya lo ves.
¿O además de ser tonto estás ciego?
-Bhien, bhien. Yo no
ziegho, no, no. Yo buhenoz ojoz, zhi, zhi ¿Tu phagazthe conzumizion? –
preguntó sonriendo el adefesio mientras sacaba una enorme cuchilla de
carnicero.
-¡¡Oh, no…!!