viernes, 22 de marzo de 2013

LA MONEDA I


LA MONEDA I

Un salón, al fondo una gran chimenea, delante de ella dos figuras reptilianas ronronean. A corta distancia dos hombres hablan:

- ¿Qué me traes de nuevo? Espero que tengas la dichosa moneda...-

- Mi señor...veréis...-

El segundo en hablar es una pequeña figura, se encoje cuando tiene que seguir con las explicaciones:

- Un grupo de extraños personajes, me temo que se interpusieron en nuestra adquisición, cuando llegué observé varias figuras que abandonaban la casa de Scornubel entre sombras, mientras la débil construcción se consumía en llamas...-

- ¿Cómo? ¿No traes la moneda?, debería mandarte azotar durante un par de horas, y después enviarte de nuevo tras su pista. Necesitamos esa moneda imbécil. Es algo prioritario, demasiado valor para que caiga en manos de unos descerebrados. ¿Quién se la llevó? ¿Qué fue de nuestro hombre de Scornubel? ¿Sabes algo o debo buscarme otro informador?-

- Milord, después del incendio, rebusqué en las cenizas, y creo que acabaron con todos nuestros hombres, después hablé con ese elfo, ya sabéis, Merovingio, el caso es que me contó una curiosa historia, un grupo de extraños personajes, entre los que se encontraban dos drows (hembras) seguían la pista de nuestra moneda, la vieja los había contratado para encontrarla. El elfo me dijo que los acompañaban un semielfo y un halfling que estuvo un rato hablando con una de sus camareras...-

- ¿Dos drows dices? Eso es malo, muy malo, espero que no se hayan enterado de nada...Bien, eso ya es algo, pero debiste hacerte con la moneda, sabía que ese estúpido guerrero no era de fiar, a pesar de que le dejé un valioso aliado...en fin, procura seguir la pista de ese grupo, no les pierdas de vista, no andarán demasiado lejos de Scornubel.-

- Si Milord, partiré de inmediato, necesitaré algo de oro para el camino...-

- Pídeselo a Ramsey, y lárgate, antes de que piense que no me eres de utilidad, espera un momento, llévate unos hombres contigo, eres bueno en el rastro, pero necesitas músculo.-

Uno de los pequeños dragones alza la cabeza y mira al delgaducho, después mira al otro humano, como  preguntando: '¿puedo?', el humano le sonríe, se acerca y le da unos cariñosos golpes en la cabeza:

- Tranquilo, Xantariax, tranquilo, esta vez no nos fallará, ¿verdad?, si lo hace será todo para ti.-

El delgaducho se estremece, y hace una ligera reverencia:

- Volveré con la moneda Milord.- Y se retira con ciertas prisas. El pequeño dragón suelta un ligero bufido hacia él, y vuelve a acercarse a la gran chimenea.

Un enano surge de las sombras tras la partida del delgaducho:

- ¿Milorddd?-

- Mmm, bien 'Cazador', imagino que no has perdido detalle de la conversación con ese estúpido. Quiero que te encargues personalmente, tráeme esa moneda sin tardanza, busca ese grupo, dos drows hembras, un halfling y un semielfo, peculiares, no creo que te suponga mucho esfuerzo.-

- No..., será fácil Milord. Pronto tendréis esa moneda. Pero, ¿qué hay de mi pago?-

- Si, claro, ya sabes que el Culto es generoso, no tienes que preocuparte, el delgaducho es tuyo, pero déjale hacer, es bueno como un perro siguiendo pistas, te aconsejo que le sigas, cuando tenga la moneda en mis manos tendrás lo acordado, los tres niños.-

- Bien Milord, bien. La moneda será vuestra en un parpadeo.-

El enano sonríe, y se dirige a la puerta del elegante salón, cuando la alcanza gira la cabeza:

- ¿ Qué hago con los portadores? ¿Los queréis vivos? ¿Os los traigo?-

- Cazador, no tiene importancia, haz con ellos lo que quieras, yo sólo quiero la moneda, ¿entendido?-

- Si.-

- Espera...las dos hembras drow, casi mejor que te deshagas de ellas, no conviene dejar cabos sueltos.-

- ¿Dos hembras drow? imagino que no será fácil, pero se hará como pedís, a mi regreso quiero el pago listo.-

El corpulento enano sonríe ligeramente, y se retira sin más palabras.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Hielo Azul, Agua Roja III



Ostmundssen, Jarl de Isstjerne abrió los ojos y contempló ligeramente sorprendido el paisaje que le rodeaba. Se encontraba en una llanura gris y deprimente, sin ningún rasgo característico que resaltase tan triste perspectiva. Ni siquiera había vegetación llamativa, salvo algunos líquenes o musgos tan grises y tristes como la árida tierra en la que crecían, y algún arbusto espinoso y seco. El cielo parecía estar cubierto de una espesa capa de nubes, y era tan anodina como el propio terreno.
El poderoso gigante de escarcha frunció perplejo el ceño. ¿Qué demonios hacia aquí? Y bien mirado ¿Dónde era aquí? Esta tierra era totalmente distinta a los glaciares de su tierra natal.
A lo lejos podía percibirse movimiento. Grupos de individuos  parecían encaminarse hacia un punto en concreto, en el cual se percibía una colosal ciudadela de cristal en la lejanía. El gigante calculó que se encontraba muy distante, pero con lo llana que era esta tierra ese hito se podía percibir desde inmensas distancias y además parecía generar algo de luz, con lo que en la grisácea penumbra del lugar resaltaba aún más. Parecía una especie de faro, y Ostmundssen se sintió inmediatamente atraído por él. Encogiéndose de hombros, comenzó a andar hacia el lejano castillo.

Las enormes zancadas del gigante le hicieron avanzar a gran velocidad, y pronto el coloso comenzó a sobrepasar a otras figuras. Todas y cada una de ellas se movían en la misma dirección, bien en solitario o en grupos, y representaban a todas las razas que conocía el gigante, y unas cuantas más de regalo. Y todas ellas mostraban la misma expresión somnolienta o aturdida que las demás.

-Que chocante – murmuró Ostmundssen para si mismo, si bien sin demasiado interés. Si hubiese tenido un espejo a mano hubiese podido comprobar que esa misma expresión somnolienta que portaba el resto la tenía él. Y probablemente no le hubiese importado.

-No creas que es tan chocante – chirrió una voz – Esa gente está muerta y se encamina a la Ciudad del Juicio de Kelemvor… Como tu, Jarl Ostmundssen. Jejeje.

El gigante se giró con brusquedad, buscando el origen de la voz.

-¿Quién eres? ¿Dónde estás? – preguntó. En otros tiempos hubiese rugido de ira y tal vez incluso hubiese insultado y amenazado a su invisible interlocutor, pero curiosamente el iracundo guerrero parecía en paz. O con un notorio desinterés, en todo caso.

-Estoy aquí – dijo la vocecilla. Y el gigante pudo ver a una pequeña criatura salir de debajo de un seco y retorcido arbusto. El engendro hizo una pantomima de reverencia. – Jouvenhak, a vuestro servicio. Jeje.

-Ah, pues… encantado – contestó desinteresado el coloso mientras giraba para proseguir su camino – Que pase un buen día.

La criatura le miró divertida.

-Me parece que no me has escuchado bien. Jeje. ¿Qué parte de “estas muerto” no has entendido?

-¿Estoy muerto?

-Pues si, mira. Cosas que pasan. Jeje.

-¡Oh!

-Oye. Tú no eras muy listo ¿Verdad? ¿Vamos a tirarnos así todo el día o pasas a la inevitable pregunta?

-¿Y como morí?

-¡Aja! ¡Premio para el caballero! Pues veras… Hmmm. Ponte cómodo, que visto lo visto, esto puede llevarnos algún tiempo. ¿Por donde iba…? ¡Ah, si! Veras, te asesinó un elfo llamado Hook ¿Te acuerdas? ¿Hook “el infame”?

Ostmundsen frunció nuevamente el entrecejo.

-Recuerdo una gran batalla

-¡Si. Si. Esa, esa es! Ya pasaron por aquí varios de tus colegas. Jejeje.

-Una gran batalla – continuó absorto el gigante sin prestar demasiada atención a la criatura – Los cuernos bramaban. Los tambores retumbaban y las flechas silbaban por doquier. Las piedras se desquebrajaban ante el empuje de los arietes, las torres caían y los edificios ardían o eran aplastados por los proyectiles. Una gloriosa batalla

-Claro que si. Seguro que lo fue. Y al final de ella, fuiste traicioneramente asesinado por ese vil elfo. Hook. Hook “el infame”, que te robó la gloria de tu victoria y tu justa venganza por sus crímenes contra tu gente ¿Te acuerdas?

La luz se hizo en los ojos del gigante, a medida que los recuerdos circulaban por su adormecida mente y rechazaban los efectos del Páramo Gris.

-Si. Me acuerdo de la batalla contra Hook

-¡Magnifico! Jejeje. Bueno, pues que sepas que el hecho que te asesinase a traición no impedirá tu venganza. Mi maestro te ofrece la posibilidad de proseguir tu lucha contra ese vil elfo y… ¡Glup!

La criatura cesó en seco su perorata cuando Ostmundsen, con una rapidez inusitada para un ser de su tamaño, lo agarró brutalmente del cuello.

-¿Te crees que soy tonto, canijo asqueroso? ¡Ya estoy harto que me tomen por imbécil y me intenten manipular! Primero la misteriosa voz de bruma que me informó de la reunión. Luego en la reunión esa  lagartija pretenciosa del Suzerain… ¡Ja! En cuanto ví las nubes que se movían a contraviento y el castillo instalado encima de ellas supe de inmediato que los gigantes de las nubes estaban en el asunto y a quien pertenecía esa figura brumosa y voz tan educada que “desinteresadamente me aconsejaba”… ¡Pero lo que hice lo hice porque seguía mis designios, no por manipulación alguna de alguien que se cree muy astuto!

El enojado gigante levantó al ser hasta la altura de sus ojos, y contempló fijamente como este pataleaba y se iba poniendo morado.

-Y ahora tú vendrás proponiendo un trato estupendo, por el cual yo podré obtener mi venganza contra ese miserable de Hook. Y a cambio solo tendré que firmar un pequeño contrato o algo por el estilo ¿no? Sin consecuencias a largo plazo... ¡¿Me tomas por un imbécil?! – bramó el gigante zarandeando brutalmente a la desdichada criatura. Luego la lanzó bruscamente contra el suelo, donde rebotó varias veces antes de quedarse trabada en el espinoso arbusto, donde espinas largas y afiladas como agujas perforaron su piel y la dejaron trabada.
Jouvenhak gimió con una mezcla de miedo y dolor, pero dejó de hacerlo de inmediato cuando el gigante se irguió sobre él.

-Dile a tu jefe, sea quien sea, que no hay trato alguno. Si Hook me mató en batalla, que así sea. Es cierto que utilizó cobardemente magia para hacerlo, pero no se podía esperar otra cosa de un pusilánime artero como él. Además, en la guerra cualquier cosa es válida con tal de obtener la victoria. Es un oponente respetable y fue una buena pelea; solo lamento no haber podido partirle el cuello y haberlo traído aquí conmigo, ¡JAJAJA!
“En cuanto a venganzas. Ya tome la mía antes de la batalla. Aunque fuese derrotado y yo muriese, me preocupe de dejarle un par de regalitos que le amargarían las celebraciones. No necesito la ayuda de tu amo para revancha alguna. Cuando le cuente a Thrym lo que le he preparado a ese elfito, sus risas resonaran por todo Jothumheim y me invitará a todas las copas de aguamiel que le pida.

Dicho esto, el gigante pateó brutalmente al infortunado Jouvenhak y lo mandó dando tumbos a empotrarse contra unas rocas cercanas.

-Adiós, canijo. No te olvides de dar mi mensaje a tus jefes.

Ostmundsen continuó su camino con una sonrisa en sus labios. Era bueno saber donde estaba y porqué. No tardaría en estar en compañía de su dios, sus colegas guerreros, y sus antepasados.

Entre las rocas, Jouvenhak gimió lastimeramente y se levantó, ocultándose trabajosamente bajo el matorral. No era cuestión que los guardias de Kelemvor lo encontrasen merodeando por ahí, fuera de la Ciudad del Juicio. Vaya lío que se podía montar. A la sombra y bien camuflado, se tocó las doloridas costillas y escupió un diente junto con esputos de sangre.

-¡Pero será bestia el tío! Eso me pasa por tratar con el primer cabestro que se presenta por aquí, jeje. Bueno. Afortunadamente, dada la cantidad de enemigos de ese tal Hook, y como los despacha, no tardaré demasiado en encontrar a un candidato adecuado y que esté dispuesto para el trato del jefe... Jejeje.

Hielo Azul, Agua Roja II



La fortaleza agonizaba. Grandes volutas de negro humo ascendían desde patios y edificios interiores, mostrando la extensión de los incendios. Varios de los muros cortina se tambaleaban ante los impactos de los múltiples proyectiles que se abatían sobre ellos, manteniéndose solo en pie por los refuerzos mágicos que los escudaban parcialmente. De las nubes caía una lluvia de gigantescos calderos cargados de aceite en llama, que aplastaban e incendiaban allí donde impactaban.
Las empalizadas exteriores eran una pura ruina que ya no detenían a nadie, y oleadas de atacantes las sobrepasaban por las múltiples secciones derrumbadas. De las tres fortificadas torres exteriores del perímetro solo quedaba en pie una, y estaba siendo severamente castigada por una lluvia de colosales piedras y varios gigantes de escarcha que la golpeaban con enormes martillos y palancas.

La defensa se debilitaba, y el castillo no tardaría en caer.

Ostmundssen, Jarl de Isstjerne se sobrepasó las empalizadas exteriores acompañado por su guardia personal y por el gran sacerdote de Thrym, Olafsen. También le seguían el astuto Veirnen y el brutal Wortungeim, miembros del consejo.

-¡Adelante muchachos! Derrumbad esa insignificante torre. ¡Echad abajo las puertas y entrad a saco en ese castillo! – Bramó el colosal gigante de escarcha a la par que lanzaba un enorme pedrusco.
El proyectil pasó por encima de los muros del castillo e impactó en su interior con un ensordecedor estruendo y ruido de derrumbes. Sus seguidores le imitaron, y una auténtica tormenta se abatió sobre todo el castillo, causando múltiples destrozos. Cerca del jefe, uno de sus guardaespaldas se derrumbó gimiendo con un inmenso virote de balista clavado en un hombro.

-Jefe, las armas de asedio de esa torre siguen operativas – señalo Weirner – Tal vez deberiais retroceder hasta que fuese destruida.

-Tonterías. Ningún arma construida por alfeñiques nos detendrá ahora – rugió el Jarl acercándose a grandes zancadas a la torre. Otro proyectil salió disparado de la torre y golpeo al cacique, pero rebotó inofensivamente en su pesada cota de escamas.
El gigante rió sonoramente y embistió con toda su fuerza y su considerable masa la maltrecha atalaya, la cual, entre chasquidos comenzó a derrumbarse lentamente. Los soldados en su interior gritaron aterrados, pero sus alaridos fueron acallados por el estruendo de rocas y maderas partiéndose. Instantes después, donde se levantaba la estructura solo había un cúmulo de cascotes y una nube de polvo.

Un gran grito de triunfo se extendió entre las filas de los gigantes. Con la última torre exterior destruida, los defensores habían perdido una gran potencia de fuego, y sobre todo la capacidad de hacer un fuego cruzado efectivo sobre la puerta de la fortaleza. Todo el perímetro exterior estaba ahora en manos de las criaturas norteñas, exceptuando algunas peleas aisladas con los pocos elementales de agua que la sacerdotisa humana había convocado. Pronto caerían.

Con un coro de aullidos estremecedor, la manada de lobos de invierno y huargos árticos de Viento Astuto, el colosal Lobo Invernal, se agolpó ante las puertas del castillo. En cuanto cayesen entrarían como una tromba en el patio y los edificios, matando a todo aquel que encontrasen.
Al mismo tiempo, un colosal borrón blanco pasó como una exhalación sobre la fortaleza, descargando su poderoso aliento gélido sobre los defensores. La progenie de Schizzzilrerzan, Suzerain de los dragones blancos, también cumplía su papel y hostigaban el castillo desde el aire.
Ostmundssen sonrió. Todo se estaba desarrollando acorde a los planes. Tal y como había predicho su espectral consejero – que ahora sabía a ciencia cierta que se trataba de un gigante de las nubes – el elfo Hook y sus aliados habían intentado detenerles antes de llegar al castillo, pero provisto con el conocimiento de cómo detener sus ataques, no habían conseguido nada positivo salvo lanzar un par de conjuros espectacularmente destructivos a una patrulla sin importancia. Una vez rechazados, nada se había interpuesto entre la horda y el castillo, y ahora este caería, pese a toda la hechicería de los cobardes sureños. El Jarl tendría el enorme placer de destrozar al elfo sobre las ruinas de su propia casa, pero no antes de que este viese como su gente era masacrada ante sus ojos.
Esa sería la venganza del Jarl Ostmundssen por la muerte de su hijo no-nombrado y su gente. Sonrió.

Los gigantes ya aporreaban las puertas y los muros cortina, y varios intentaban treparlos, cuando la lluvia de calderos de fuego provenientes de la fortaleza-nube de los gigantes de las nubes se detuvo. Instantes después uno de los colosos se precipitó aullando desde las alturas e impactó sonoramente contra la torre principal de la fortaleza, aplastándola en su mayor parte. Se veían explosiones y fogonazos provenientes de las alturas.

Bueno, eso explica donde están esos asquerosos hechiceros elfos, se dijo el gigante de escarcha. Mala suerte para ti, metomentodo primo, pero eso facilita mi labor aquí abajo.

-¡Vamos! Un último esfuerzo y estaremos dentro. ¡No mostréis piedad! – gritó. Los gigantes de escarcha redoblaron su ataque a los muros, y gritos de desesperación sonaron en lo alto de las murallas, donde los defensores humanos veían a las claras que tenían las de perder y que en breve les aguardaba la degollina.

Con un grito de triunfo, Wolfemeier “el rapido” ascendió a las murallas por una escala que dos de sus compañeros habían apoyado contra el muro. Alzó su hacha desafiante ante las aclamaciones generales, pero instantes después un rayó descendió de las nubes y lo incineró por completo. La escala se derrumbó ardiendo, y varios gigantes rodaron por los suelos aullando de dolor y apagando sus pieles en llamas.

-Malditos brujos – bramó el Jarl.

-No. Eso ha sido magia divina. La sacerdotisa humana de nuevo, – aclaró Olafsen – pero no podrá volver a invocar al rayo hasta dentro de un buen rato

-Da igual. Con rayos o sin ellos, no nos podrán detener. ¡No ahora! ¡Adelante!

Subitamente, un aullido de dolor sacudió todo el castillo. Por como sonaba, el Jarl apostaba a que habían cazado a uno de los dragones allí dentro. Bien conocía él los estertores agónicos de los dragones de escarcha. Para confirmar sus sospechas, los dos dragones restantes chillaron de rabia y se enfrascaron en una danza mortal con una hechicera elfa que, volando, les mantenía a raya con espectaculares y destructivos efectos lumínicos.
Eso es, estúpidas lagartijas. Mantened ocupada a la bruja y sus hechicerías. Mientras, mis muchachos y yo nos haremos con el castillo.

Nuevamente, dos gigantes escalaron los muros. Esta vez eran los hermanos Sigufrid y Sigmund, ella una poderosa medico-brujo, y él un afamado guerrero. Juntos no había oponente que se les opusiese. Comenzaron a masacrar a los pocos guerreros humanos que quedaban sobre las murallas ante los vítores de los demás gigantes, pero instantes después fueron golpeados por una tormenta de colores y desaparecieron como si nunca hubiesen existido.
En su lugar, un insignificante elfo volaba sobra la muralla. El Jarl lo reconoció al instante por las imágenes que el mensajero de niebla de los gigantes de las nubes le había enseñado. Hook. El asesino de su hijo.

-Por fin. ¡Hook, tu muerte ha llegado! Tu sangre correrá por tus murallas como el agua. ¡Agua roja! – aulló Ostmundssen agarrando con fuerza a “Hendedora”, su gran hacha. Con paso mesurado se acercó a la muralla y a su presa. 
Hoy moriría Hook…

miércoles, 6 de marzo de 2013

Recuerdos de un Halfling II. Contratos Pasados


Atardecía en la ciudad costera, y el ruido generado por los mercados de la populosa urbe se veía incrementado por el griterío que hacían los pescadores al regresar a puerto y desembarcar sus capturas del día. Cuando una inmensa galeaza de la flota apareció en el puerto y se abrió paso entre los pequeños botes pesqueros a las bravas, el bullicio llegó a su clímax, resonando por la mayor parte de la ciudad. Incluso en la parte alta, donde penetraba, si bien de forma amortiguada, en una luminosa y lujosa sala donde esperaban varias figuras.
La habitación había dado cobijo a muchas y curiosas reuniones y había visto pasar a mucha gente por ella. Desde subordinados temerosos de castigo o resignados ante los caprichos de su señor, a suplicantes deseosos de favores o riquezas, e incluso rivales que secretamente tramaban la caída de su anfitrión, todos habían desfilado por sus pulidos suelos de mármol; pero en realidad nunca se había reunido tan variopinta colección como la que ahora albergaba, y el propio despacho parecía exudar un aura de expectación. O tal vez fuese sencillamente la gente allí reunida la que la generaba.
Los visitantes se encontraban aparentemente relajados, pero en realidad se vigilaban unos a otros de manera solapada, y todos y cada uno de ellos se encontraba al menos a un metro y medio de distancia de los otros. Esa era la distancia mínima de seguridad fijada por los entendidos frente a un ataque repentino con un arma corta, si bien la mayor parte de ellos no se hacía la menor ilusión ante esa mínima prudencia: sabían que cualquiera de los presentes era muy capaz de matar rápido y silenciosamente, y que esa corta distancia sería poco impedimento frente a un certero ataque. Y eso si no se contaban las armas de distancia como ballestas de mano, dardos emponzoñados o las dagas arrojadizas. Por eso se vigilaban unos a otros como halcones.
Cuando uno de ellos suspiró y se levantó de su silla para mirar por uno de los amplios ventanales, muchos ojos le siguieron, y una enorme figura situada en las sombras de una esquina flexionó sonoramente sus grandes garras y sacó de forma inquisitiva una larga y morada lengua bífida, a la par que sus escamas adquirían un tono verde más profundo y unas glándulas situadas en su grueso cuello comenzaban a hincharse y a borbotear.

-Ah, no. Ni hablar de eso. – advirtió uno de los presentes, una elegante dama con un vestido a la última moda – No en una habitación cerrada, gracias. Creo que aquí todos los presentes quieren seguir teniendo sentido del olfato esta noche

- Malditos Trogloditas – gruñó otro, resoplando entre unos caninos inferiores de inusitado tamaño.

Muchas de las otras figuras asintieron ligeramente demostrando su acuerdo, y la criatura reptiloide siseo ligeramente en una mezcla de irritación y amenaza.

-No sssoy Troglodita, essstúpido mamífero feo. – bramó el ser - Sssoy un Tren. Másss grande y fuerte que Troglodita. ¡Masss grande y fuerte que tu!

El sujeto que había andado hacia la ventana se giro lentamente y miró fríamente a los presentes, mientras se mesaba un acicalado bigote.

-Tranquilos todos, nada de tonterías. Nuestro cliente no tardará en llegar, y no es cuestión que se encuentre su sala de reuniones llena de sangre y cadáveres ¿No?

-Creo que solo habría un cadáver o dos… – murmuró la dama distraídamente mientras jugueteaba con un anillo de apariencia inofensiva. Muchos de los presentes sabían que de él podía proyectarse una pequeña aguja bañada en un letal veneno.

En ese momento un lejano bramido y tañido entró por los ventanales. Era la hora de los servicios de la tarde, y decenas de templos en la ciudad llamaban a sus fieles mediante colosales cuernos, trompetas, tañidos de campana o gong, y gritos o cánticos fervorosos, creando una mareante cacofonía.
Mientras los presentes se tensaban inconscientemente ante lo que a nivel profesional reconocían como una excelente distracción para culminar un trabajo, una de las puertas se abrió y entró una imponente figura con un aire autoritario y de poder que atrajo inmediatamente la atención de todos. Se sentó tras una mesa y contempló pensativo al grupo reunido ante el antes de hablar en un tono educado pero firme.

-Caballeros, damas, y otros. Me alegro que hayan respondido a mi llamada con tal premura, y más teniendo en cuenta que muchos de ustedes proceden de tierras muy lejanas y solo han podido acudir a esta reunión merced a métodos arcanos, que siempre suponen una molestia un cierto riesgo. Dado que todos consideramos nuestro tiempo muy valioso (de hecho yo tengo una importante reunión en breve), iré directo al grano:
“Son algunos de los mejores profesionales en su campo, y agentes libres que no pertenecen a ninguna de las organizaciones establecidas en su ramo, con lo que pueden acceder a los contratos que consideren apropiados y rechazar aquellos que no les agraden. Suelen trabajar en solitario o con ayuda de algunos asociados de confianza, de modo que la discreción está garantizada y no hay posibilidades de que se filtre la noticia a su presa (o sus herederos). Es por esto que sus características les hacen ideales para el contrato que tengo en mente para sus servicios. – y dicho esto comenzó a sacar algunos pergaminos que extendió sobre la mesa.

Todos los presentes se miraron con cierta curiosidad mezclada con cautela, y comenzaron a acercarse prudentemente a la mesa y a atisbar los documentos ahí expuestos.

-Bien. La cuantía de la recompensa ya la conocen sobradamente, y sin ninguna duda habrá influido en no pequeña medida a su presencia aquí – sonrió levemente –, pero no obstante permítanme señalársela de nuevo – indicó un documento donde había escrita una cifra considerable. No, considerable no. Astronómica –. El pago se realizaría de la forma que deseasen. Bien con pagarés en las casas de comercio que indicasen o bien en lingotes en bruto, o gemas, o moneda. Como deseasen.
“La recompensa se dará a quien o quienes acrediten el deceso del objetivo, preferentemente mediante el sencillo método de traerme su cuerpo, aunque con la cabeza me bastaría también. Aparte, si aceptasen el contrato, mis numerosos agentes y contactos les ayudarían en lo que pudiesen, incluidos el suministro de información, equipo, y similares.

Este último inciso levantó las cejas (o el equivalente) de más de alguno, ya que no era nada habitual. Pero el contratante continuó su exposición.

-Permitanme indicarles que para mi el oro no es importante. Lo que me importa es que alguno de ustedes lleve a cabo el contrato ¿esta claro? Cumplid con vuestro cometido, sin importar los medios y los gastos. Lo importante es acabar con él – al ver los asentimientos generales, sacó otro pergamino de debajo del de la recompensa y señaló un dibujo y unas anotaciones escritas debajo. Volteó el documento de modo que fuese visible para los presentes – Bien, aquí está su objetivo, caballeros.

Los asesinos se inclinaron para ver dibujo y nombre, y tras asimilarlos, varios dieron un paso atrás o respingaron sobresaltados. Uno de los presentes perdió la concentración durante un momento y su rostro se desdibujo para adoptar la forma de algo que no era ni remotamente parecido a la placida faz del semi-elfo que aparentaba ser.

Se oyeron susurros, según algunos de los presentes con menos sangre fría comentaban con sus vecinos, y un aire de incertidumbre se cernió sobre la sala.

-Y bien ¿Nadie aceptará el contrato?

Unas pequeñas manos, pertenecientes a una no menos pequeña figura, asomaron por el borde de la mesa y palparon sobre ella hasta encontrar el pergamino. Se apoderaron de el y lo llevaron al nivel de unos ojos inquisitivos y con un toque de locura. El diminuto individuo leyó el nombre que figuraba en el papel, y una risa tan maniaca como inquietante resonó por la habitación. Varios de los presentes se removieron inquietos, pero el anfitrión sonrió ligeramente.

El Halfling siguió riéndose según marchaba hacia la salida.

Bertrand Pies-Velludos, conocido como “El Horrible Bertrand”, volvía a tener un contrato.
Y Bertrand jamás había fallado un trabajo.