jueves, 30 de octubre de 2014

Campo de Traiciones


Las filas de la caballería pesada permanecían inmóviles, distribuidos en una doble línea de ataque de diez o doce jinetes. Los destreros de guerra de los pocos caballeros y campeones presentes y los caballos de los más humildes sargentos y hombres de armas piafaban inquietos. Detrás, la infantería y los arqueros, montados en todo tipo de caballos o incluso mulas, esperaba de igual manera. Aparte de ese sonido y de los ocasionales movimientos de los hombres y mujeres sobre las sillas de cuero, la formación permanecía en silencio.

Al igual que las filas del enemigo, situados a apenas trescientos metros.

-Malditos sean sus huesos. ¿A qué demonios están jugando esos adefesios? – gruño el veterano caballero, Sir Bronne.

-S...Si, esto… esto es…raro. – confirmó Sir Crispin Ironchest, secándose con un pañuelo el sudor que se acumulaba bajo el yelmo.

-Vosotros tenéis más experiencia que yo luchando contra trolls. ¿Es esto normal? – preguntó inquieta Brunilda, señalando a las filas de la horda que se agolpaba al otro lado del campo.

Las horribles criaturas permanecían en silencio e inmóviles, esperando. De vez en cuando alguna chasqueaba sus inmensas mandíbulas con un sonido audible incluso a tan larga distancia; pero por lo demás estaban allí, impasibles e inmutables.

-En absoluto es normal, chiquilla – contestó Sir Bronne, sonriendo al ver la airada mirada de la guerrera – Lo usual es que en cuanto nos hubiesen visto, la horda entera hubiese cargado contra nosotros de forma desorganizada, cada cual por su lado.

-Parece difícil de creer que pudieran hacer algo tan estúpido. Incluso los yetis del Páramo Helado sabían combatir en grupo contra un oponente a caballo.

-Pa… para ellos no… no somos opo… oponentes. ¡Solo comida! Y por tan… tanto lo normal seria que… que corriesen hacia ella… cada cual por… por su cuenta – aclaró Sir Crispin.

-El joven Crispin tiene razón. Los trolls no suelen seguir ninguna estrategia. Ellos no entienden de batallas si no de cenas… Pueden ir en grupo para conseguir un buen banquete o acabar con un oponente numeroso, pero a la hora del combate pensaran como cazadores, no como soldados. Cada cual escogerá a una o más presas e ira a por ellas, sin preocuparse demasiado del resto de enemigos, y mucho menos de sus colegas de andanzas… A esas alturas de hecho ya no son colegas, si no rivales a la hora de repartir los bocados más suculentos.

-Y entonces ¿Qué demonios está pasando aquí? – se quejó Brunilda.

Los dos caballeros se miraron entre ellos preocupados.

-No… No lo sa… sabemos. ¡Nunca… nunca habíamos visto algo a… así!

Genial!, absolutamente genial. Llevamos aquí parados más de dos horas. Si esto sigue así, comenzará a oscurecer. ¿Puede ser que esos bichos quieran esperar a que sea de noche? Por lo que tengo entendido son criaturas nocturnas ¿no? A lo mejor no están cómodos siendo de día, aunque esté tan nublado como hoy

-Podría ser una explicación – musitó pensativo Sir Bronne – Pero para seguir esa estrategia debería haber una cabeza pensante ahí abajo…

Sir Crispin se levantó en sus estribos, con un sonoro crujido de cuero y metal, y oteó el campo enemigo.

-No… No veo ningún… ningún bicho más grande que el resto. Ninguno de… de dos cabezas tampoco… Ningún lí… líder visible

-Y si hubiese un líder sería bien visible, desde luego. Para controlar a ese grupo tan numeroso debería ser enorme, feo y malvado. Y estaría moviéndose entre ellos, gruñendo y sacudiéndoles para mantenerles obedientes, y ahí están todos bien quietecitos

-Entonces, por Tempus ¿Qué hacemos? – Exclamó la iracunda norteña.

-El plan era que cargasen contra nosotros. Los separaríamos en grupos más pequeños y los soldados de a pie vendrían detrás y quemarían los restos, y en caso de que nos fuese mal nos retiraríamos y los arqueros los retendrían con flechas flamigeras. Era un buen plan, pero no parecen muy cooperativos con él, los muy malditos. Están todos allí abajo, bien juntitos y agolpados… No se si será por designio o por accidente, pero están tan juntos que casi parecen formar un cuadro de infantería: una buena defensa contra la caballería.

-¡La… Lastima no te… tener a un mag… mago o dos con bo… bolas de fuego!

-Si. Pero no es así. En fin, – suspiro el veterano caballero – habrá que cargar. No podemos dejarles así hasta el anochecer. ¡No podemos combatir contra ellos en campo abierto de noche! Con suerte se disgregarán cuando carguemos. Si no lo hacen tendremos que romper su cuadro nosotros a las bravas, pero nos costará sudor y sangre.

-Son duros los malditos, pero tenemos bastantes jinetes. Les pasaremos por encima. – Comentó belicosa y optimista Brunilda. Ahora que la decisión estaba tomada, parecía más animada.

Sir Crispin la miró escéptico y acto seguido se giró hacia Sir Bronne, expectante.

-Ejem – tosió este, adelantando su caballo - ¡Caballería! Preparada para cargar. Recordar, atacad por parejas ¡Dos lanzas para cada uno de esos bichos! Luego, espadas y hachas. Si caen, no os paréis a rematar, la infantería montada nos seguirá con antorchas y brea y se encargara de los que tumbéis. ¡Infantería montada! Nos seguiréis tan rápido como vuestras monturas os permitan y vuestra labor será rematar a los trolls caídos antes de que se vuelvan a levantar. También tendréis que acabar con cualquiera de esos bichos que permanezca en pie tras la carga... ¡Arqueros! Desmontad y preparad una linea de fuego. Si nos tenemos que retirar, quiero una lluvia de flechas en llamas entre ellos y nosotros ¿queda claro?

Los distintos sargentos asintieron y se dispusieron a organizar a sus hombres, que ya preparaban sus armas y arreos y se daban gritos unos a otros de ánimo. Un optimista comenzó a tocar una trompa de guerra, y otros a cantar loas a Tempus, Tymora y otra plétora de dioses.
Sir Bronne se puso a la cabeza de las líneas de caballería y bajando el visor de su yelmo, aprestó la lanza. Su pendón, un escudo púrpura y un torreón verde, se agito con los movimientos.

Avanzad! ¡Mantened las líneas!

La caballería comenzó a avanzar al trote, con un sonoro crujido de arreos, chasqueo de armaduras, tintineo de cotas de malla y relinchos de los caballos. Sir Crispin, con una potencia pulmonar insospechada para un individuo tan escuálido, sopló en un poderoso cuerno de batalla, que resonó por toda la campiña.

Poco a poco la caballería fue ganando velocidad. Las lanzas se enfilaron hacia los horribles trolls, que aún permanecían inmóviles y expectantes.

-Chauntea nos… nos guarde ¡No… no rompen la forma… formación! – Gritó asombrado el joven caballero.

-Demasiado tarde para detenernos, joven Crispin. O les rompemos o nos rompen ellos a nosotros. ¡Cargad! ¡Cargad!

-Ya habéis oído a Bronne, malditos – chillaba como una posesa Brunilda - ¡Por Tempus! ¡Sin cuartel!

Ya a paso de carga, con los caballos jadeando y con uno de los jinetes tocando a carga en una corta trompeta de latón, la caballería se abalanzó como un rayo sobre los Trolls, que esperaban en apretadas filas.

Cuando llego el choque, fue un anticlímax. Las lanzas de los jinetes se clavaron en los trolls, y estos, sencillamente, se disiparon en una cortina de bruma neblinosa.
Gritos de asombro surgieron de las filas de los jinetes, y muchos caballos, sobresaltados se encabritaron, arrojando a algunos jinetes al suelo; otros intentaron apartarse, chocando con sus vecinos y arrojando hombres armados al aire o haciéndoles rodar por los suelos. Las maldiciones cubrieron el campo, junto con relinchos y ruidos de armaduras chocando con el suelo.
Una nube de polvo comenzó a cubrir el campo, causando un curioso efecto óptico con el sol del atardecer, y aún más confusión entre los aturdidos guerreros de Darkplains.

-¿Que… que pa… pasa aquí? – gritó Sir Crispin, que se había mantenido sobre la montura a duras penas.

Fantasmas! ¡Son fantasmas! – chillaba un mercenario

Silencio, necio!- bramó Sir Bronne, tirando al aterrado individuo de su caballo de un masivo puñetazo – Magia. Era una ilusión, ¡no hay otra explicación posible!

Brunilda surgió entre las nubes de polvo, magullada y portando una enorme hacha de doble cabeza. Su caballo la había descabalgado de manera poco ceremoniosa y se había dado a la fuga, relinchando de pavor… Uno de sus hombres le estaba intentando dar caza ahora mismo.
La norteña juraba contra su montura, sus soldados, la suerte y los dioses en general, pero había oído los bramidos de Sir Bronne.

Magia! ¿Quién se atrevería a hacer esto?

Los dos caballeros descabalgaron, manteniendo sus monturas bien agarradas, y se acercaron a la furibunda guerrera.

-Ahora, más que quien, yo más bien me preguntaría ¿porqué? – Meditó Sir Bronne

Los tres oficiales llegaron a la obvia conclusión al mismo tiempo.

-El… el castillo… - balbució Sir Crispin

-… Esta casi sin protección. Nos llevamos casi todos los soldados. Al senescal Anhuire le dejamos apenas veinte o treinta hombres… - Susurró Bronne.

-… Y Lord Hook no está allí. – Terminó Brunilda apretando con fuerza el hacha.

-Si alguien quiere apoderarse del castillo o robar en el, es el momento perfecto, malditos sean sus huesos.

-Tal… tal vez… los refuer… refuerzos lleguen a… a tiempo.

-No podemos arriesgarnos. Allí ahi muchas riquezas, y esto apunta a un robo bien planeado… Tal vez un asalto armado… Lord Hook tiene muchos enemigos terribles, y podrían estar dispuestos a hacer cualquier cosa - Exclamo Brunilda

A los caballos! ¡Todos a la Mota Verde! – Gritó Sir Bronne con su vozarrón.

Gritos de asombro por parte de los soldados acogieron sus ordenes.

-¿Qué pasa?

-¿Y ahora, porqué volvemos corriendo al castillo?

-Silencio, malditos – chilló Brunilda agitando su hacha - ¡Es una traición! Estos supuestos Trolls estaban aquí solo para sacarnos de la fortaleza. Casi seguro que están atacando la Mota en este preciso momento. Montad todos, que los mas rápidos no esperen a las monturas más lentas. ¡Vamos!

Con gritos, maldiciones y relinchos, la hueste de Darkplains comenzó a abandonar el campo según el estado de sus monturas les permitiesen. Algunos pobres desafortunados, cuyas monturas habían sido heridas o no estaban en condiciones de cabalgar fueron los últimos, llevando a los heridos caballos de las riendas o, si estaban heridos, siendo cargados de manera poco ceremoniosa sobre mulas. Al final, solo algunas lanzas rotas y algún equipo abandonado quedaron allí para atestiguar la terrible batalla que nunca se luchó.

Un par de figuras surgieron de entre los cercanos árboles que limitaban el campo, y contemplaron el desaguisado con cierto aire de satisfacción.

-Se han dado cuenta de todo relativamente rápido. No son tan descerebrados como parecen.

-Si. Pero da igual. Cuando lleguen será demasiado tarde. Las ilusiones les mantuvieron entretenidos el tiempo suficiente para llevar a cabo nuestros planes. Creo que saldrá todo como la seda, jajaja. Vamos, unámonos al resto antes de que aparezca por aquí algún troll de verdad


Con agudas risas, los dos misteriosos conspiradores desaparecieron hábilmente entre la maleza.