miércoles, 13 de marzo de 2013

Hielo Azul, Agua Roja III



Ostmundssen, Jarl de Isstjerne abrió los ojos y contempló ligeramente sorprendido el paisaje que le rodeaba. Se encontraba en una llanura gris y deprimente, sin ningún rasgo característico que resaltase tan triste perspectiva. Ni siquiera había vegetación llamativa, salvo algunos líquenes o musgos tan grises y tristes como la árida tierra en la que crecían, y algún arbusto espinoso y seco. El cielo parecía estar cubierto de una espesa capa de nubes, y era tan anodina como el propio terreno.
El poderoso gigante de escarcha frunció perplejo el ceño. ¿Qué demonios hacia aquí? Y bien mirado ¿Dónde era aquí? Esta tierra era totalmente distinta a los glaciares de su tierra natal.
A lo lejos podía percibirse movimiento. Grupos de individuos  parecían encaminarse hacia un punto en concreto, en el cual se percibía una colosal ciudadela de cristal en la lejanía. El gigante calculó que se encontraba muy distante, pero con lo llana que era esta tierra ese hito se podía percibir desde inmensas distancias y además parecía generar algo de luz, con lo que en la grisácea penumbra del lugar resaltaba aún más. Parecía una especie de faro, y Ostmundssen se sintió inmediatamente atraído por él. Encogiéndose de hombros, comenzó a andar hacia el lejano castillo.

Las enormes zancadas del gigante le hicieron avanzar a gran velocidad, y pronto el coloso comenzó a sobrepasar a otras figuras. Todas y cada una de ellas se movían en la misma dirección, bien en solitario o en grupos, y representaban a todas las razas que conocía el gigante, y unas cuantas más de regalo. Y todas ellas mostraban la misma expresión somnolienta o aturdida que las demás.

-Que chocante – murmuró Ostmundssen para si mismo, si bien sin demasiado interés. Si hubiese tenido un espejo a mano hubiese podido comprobar que esa misma expresión somnolienta que portaba el resto la tenía él. Y probablemente no le hubiese importado.

-No creas que es tan chocante – chirrió una voz – Esa gente está muerta y se encamina a la Ciudad del Juicio de Kelemvor… Como tu, Jarl Ostmundssen. Jejeje.

El gigante se giró con brusquedad, buscando el origen de la voz.

-¿Quién eres? ¿Dónde estás? – preguntó. En otros tiempos hubiese rugido de ira y tal vez incluso hubiese insultado y amenazado a su invisible interlocutor, pero curiosamente el iracundo guerrero parecía en paz. O con un notorio desinterés, en todo caso.

-Estoy aquí – dijo la vocecilla. Y el gigante pudo ver a una pequeña criatura salir de debajo de un seco y retorcido arbusto. El engendro hizo una pantomima de reverencia. – Jouvenhak, a vuestro servicio. Jeje.

-Ah, pues… encantado – contestó desinteresado el coloso mientras giraba para proseguir su camino – Que pase un buen día.

La criatura le miró divertida.

-Me parece que no me has escuchado bien. Jeje. ¿Qué parte de “estas muerto” no has entendido?

-¿Estoy muerto?

-Pues si, mira. Cosas que pasan. Jeje.

-¡Oh!

-Oye. Tú no eras muy listo ¿Verdad? ¿Vamos a tirarnos así todo el día o pasas a la inevitable pregunta?

-¿Y como morí?

-¡Aja! ¡Premio para el caballero! Pues veras… Hmmm. Ponte cómodo, que visto lo visto, esto puede llevarnos algún tiempo. ¿Por donde iba…? ¡Ah, si! Veras, te asesinó un elfo llamado Hook ¿Te acuerdas? ¿Hook “el infame”?

Ostmundsen frunció nuevamente el entrecejo.

-Recuerdo una gran batalla

-¡Si. Si. Esa, esa es! Ya pasaron por aquí varios de tus colegas. Jejeje.

-Una gran batalla – continuó absorto el gigante sin prestar demasiada atención a la criatura – Los cuernos bramaban. Los tambores retumbaban y las flechas silbaban por doquier. Las piedras se desquebrajaban ante el empuje de los arietes, las torres caían y los edificios ardían o eran aplastados por los proyectiles. Una gloriosa batalla

-Claro que si. Seguro que lo fue. Y al final de ella, fuiste traicioneramente asesinado por ese vil elfo. Hook. Hook “el infame”, que te robó la gloria de tu victoria y tu justa venganza por sus crímenes contra tu gente ¿Te acuerdas?

La luz se hizo en los ojos del gigante, a medida que los recuerdos circulaban por su adormecida mente y rechazaban los efectos del Páramo Gris.

-Si. Me acuerdo de la batalla contra Hook

-¡Magnifico! Jejeje. Bueno, pues que sepas que el hecho que te asesinase a traición no impedirá tu venganza. Mi maestro te ofrece la posibilidad de proseguir tu lucha contra ese vil elfo y… ¡Glup!

La criatura cesó en seco su perorata cuando Ostmundsen, con una rapidez inusitada para un ser de su tamaño, lo agarró brutalmente del cuello.

-¿Te crees que soy tonto, canijo asqueroso? ¡Ya estoy harto que me tomen por imbécil y me intenten manipular! Primero la misteriosa voz de bruma que me informó de la reunión. Luego en la reunión esa  lagartija pretenciosa del Suzerain… ¡Ja! En cuanto ví las nubes que se movían a contraviento y el castillo instalado encima de ellas supe de inmediato que los gigantes de las nubes estaban en el asunto y a quien pertenecía esa figura brumosa y voz tan educada que “desinteresadamente me aconsejaba”… ¡Pero lo que hice lo hice porque seguía mis designios, no por manipulación alguna de alguien que se cree muy astuto!

El enojado gigante levantó al ser hasta la altura de sus ojos, y contempló fijamente como este pataleaba y se iba poniendo morado.

-Y ahora tú vendrás proponiendo un trato estupendo, por el cual yo podré obtener mi venganza contra ese miserable de Hook. Y a cambio solo tendré que firmar un pequeño contrato o algo por el estilo ¿no? Sin consecuencias a largo plazo... ¡¿Me tomas por un imbécil?! – bramó el gigante zarandeando brutalmente a la desdichada criatura. Luego la lanzó bruscamente contra el suelo, donde rebotó varias veces antes de quedarse trabada en el espinoso arbusto, donde espinas largas y afiladas como agujas perforaron su piel y la dejaron trabada.
Jouvenhak gimió con una mezcla de miedo y dolor, pero dejó de hacerlo de inmediato cuando el gigante se irguió sobre él.

-Dile a tu jefe, sea quien sea, que no hay trato alguno. Si Hook me mató en batalla, que así sea. Es cierto que utilizó cobardemente magia para hacerlo, pero no se podía esperar otra cosa de un pusilánime artero como él. Además, en la guerra cualquier cosa es válida con tal de obtener la victoria. Es un oponente respetable y fue una buena pelea; solo lamento no haber podido partirle el cuello y haberlo traído aquí conmigo, ¡JAJAJA!
“En cuanto a venganzas. Ya tome la mía antes de la batalla. Aunque fuese derrotado y yo muriese, me preocupe de dejarle un par de regalitos que le amargarían las celebraciones. No necesito la ayuda de tu amo para revancha alguna. Cuando le cuente a Thrym lo que le he preparado a ese elfito, sus risas resonaran por todo Jothumheim y me invitará a todas las copas de aguamiel que le pida.

Dicho esto, el gigante pateó brutalmente al infortunado Jouvenhak y lo mandó dando tumbos a empotrarse contra unas rocas cercanas.

-Adiós, canijo. No te olvides de dar mi mensaje a tus jefes.

Ostmundsen continuó su camino con una sonrisa en sus labios. Era bueno saber donde estaba y porqué. No tardaría en estar en compañía de su dios, sus colegas guerreros, y sus antepasados.

Entre las rocas, Jouvenhak gimió lastimeramente y se levantó, ocultándose trabajosamente bajo el matorral. No era cuestión que los guardias de Kelemvor lo encontrasen merodeando por ahí, fuera de la Ciudad del Juicio. Vaya lío que se podía montar. A la sombra y bien camuflado, se tocó las doloridas costillas y escupió un diente junto con esputos de sangre.

-¡Pero será bestia el tío! Eso me pasa por tratar con el primer cabestro que se presenta por aquí, jeje. Bueno. Afortunadamente, dada la cantidad de enemigos de ese tal Hook, y como los despacha, no tardaré demasiado en encontrar a un candidato adecuado y que esté dispuesto para el trato del jefe... Jejeje.

1 comentario:

DSR dijo...

La lecheee! Se multiplican los enemigos de Hook, y nosotros ayudándole! Gran descripción de la batalla por cierto! Gran, gran adventure!