miércoles, 13 de marzo de 2013

Hielo Azul, Agua Roja II



La fortaleza agonizaba. Grandes volutas de negro humo ascendían desde patios y edificios interiores, mostrando la extensión de los incendios. Varios de los muros cortina se tambaleaban ante los impactos de los múltiples proyectiles que se abatían sobre ellos, manteniéndose solo en pie por los refuerzos mágicos que los escudaban parcialmente. De las nubes caía una lluvia de gigantescos calderos cargados de aceite en llama, que aplastaban e incendiaban allí donde impactaban.
Las empalizadas exteriores eran una pura ruina que ya no detenían a nadie, y oleadas de atacantes las sobrepasaban por las múltiples secciones derrumbadas. De las tres fortificadas torres exteriores del perímetro solo quedaba en pie una, y estaba siendo severamente castigada por una lluvia de colosales piedras y varios gigantes de escarcha que la golpeaban con enormes martillos y palancas.

La defensa se debilitaba, y el castillo no tardaría en caer.

Ostmundssen, Jarl de Isstjerne se sobrepasó las empalizadas exteriores acompañado por su guardia personal y por el gran sacerdote de Thrym, Olafsen. También le seguían el astuto Veirnen y el brutal Wortungeim, miembros del consejo.

-¡Adelante muchachos! Derrumbad esa insignificante torre. ¡Echad abajo las puertas y entrad a saco en ese castillo! – Bramó el colosal gigante de escarcha a la par que lanzaba un enorme pedrusco.
El proyectil pasó por encima de los muros del castillo e impactó en su interior con un ensordecedor estruendo y ruido de derrumbes. Sus seguidores le imitaron, y una auténtica tormenta se abatió sobre todo el castillo, causando múltiples destrozos. Cerca del jefe, uno de sus guardaespaldas se derrumbó gimiendo con un inmenso virote de balista clavado en un hombro.

-Jefe, las armas de asedio de esa torre siguen operativas – señalo Weirner – Tal vez deberiais retroceder hasta que fuese destruida.

-Tonterías. Ningún arma construida por alfeñiques nos detendrá ahora – rugió el Jarl acercándose a grandes zancadas a la torre. Otro proyectil salió disparado de la torre y golpeo al cacique, pero rebotó inofensivamente en su pesada cota de escamas.
El gigante rió sonoramente y embistió con toda su fuerza y su considerable masa la maltrecha atalaya, la cual, entre chasquidos comenzó a derrumbarse lentamente. Los soldados en su interior gritaron aterrados, pero sus alaridos fueron acallados por el estruendo de rocas y maderas partiéndose. Instantes después, donde se levantaba la estructura solo había un cúmulo de cascotes y una nube de polvo.

Un gran grito de triunfo se extendió entre las filas de los gigantes. Con la última torre exterior destruida, los defensores habían perdido una gran potencia de fuego, y sobre todo la capacidad de hacer un fuego cruzado efectivo sobre la puerta de la fortaleza. Todo el perímetro exterior estaba ahora en manos de las criaturas norteñas, exceptuando algunas peleas aisladas con los pocos elementales de agua que la sacerdotisa humana había convocado. Pronto caerían.

Con un coro de aullidos estremecedor, la manada de lobos de invierno y huargos árticos de Viento Astuto, el colosal Lobo Invernal, se agolpó ante las puertas del castillo. En cuanto cayesen entrarían como una tromba en el patio y los edificios, matando a todo aquel que encontrasen.
Al mismo tiempo, un colosal borrón blanco pasó como una exhalación sobre la fortaleza, descargando su poderoso aliento gélido sobre los defensores. La progenie de Schizzzilrerzan, Suzerain de los dragones blancos, también cumplía su papel y hostigaban el castillo desde el aire.
Ostmundssen sonrió. Todo se estaba desarrollando acorde a los planes. Tal y como había predicho su espectral consejero – que ahora sabía a ciencia cierta que se trataba de un gigante de las nubes – el elfo Hook y sus aliados habían intentado detenerles antes de llegar al castillo, pero provisto con el conocimiento de cómo detener sus ataques, no habían conseguido nada positivo salvo lanzar un par de conjuros espectacularmente destructivos a una patrulla sin importancia. Una vez rechazados, nada se había interpuesto entre la horda y el castillo, y ahora este caería, pese a toda la hechicería de los cobardes sureños. El Jarl tendría el enorme placer de destrozar al elfo sobre las ruinas de su propia casa, pero no antes de que este viese como su gente era masacrada ante sus ojos.
Esa sería la venganza del Jarl Ostmundssen por la muerte de su hijo no-nombrado y su gente. Sonrió.

Los gigantes ya aporreaban las puertas y los muros cortina, y varios intentaban treparlos, cuando la lluvia de calderos de fuego provenientes de la fortaleza-nube de los gigantes de las nubes se detuvo. Instantes después uno de los colosos se precipitó aullando desde las alturas e impactó sonoramente contra la torre principal de la fortaleza, aplastándola en su mayor parte. Se veían explosiones y fogonazos provenientes de las alturas.

Bueno, eso explica donde están esos asquerosos hechiceros elfos, se dijo el gigante de escarcha. Mala suerte para ti, metomentodo primo, pero eso facilita mi labor aquí abajo.

-¡Vamos! Un último esfuerzo y estaremos dentro. ¡No mostréis piedad! – gritó. Los gigantes de escarcha redoblaron su ataque a los muros, y gritos de desesperación sonaron en lo alto de las murallas, donde los defensores humanos veían a las claras que tenían las de perder y que en breve les aguardaba la degollina.

Con un grito de triunfo, Wolfemeier “el rapido” ascendió a las murallas por una escala que dos de sus compañeros habían apoyado contra el muro. Alzó su hacha desafiante ante las aclamaciones generales, pero instantes después un rayó descendió de las nubes y lo incineró por completo. La escala se derrumbó ardiendo, y varios gigantes rodaron por los suelos aullando de dolor y apagando sus pieles en llamas.

-Malditos brujos – bramó el Jarl.

-No. Eso ha sido magia divina. La sacerdotisa humana de nuevo, – aclaró Olafsen – pero no podrá volver a invocar al rayo hasta dentro de un buen rato

-Da igual. Con rayos o sin ellos, no nos podrán detener. ¡No ahora! ¡Adelante!

Subitamente, un aullido de dolor sacudió todo el castillo. Por como sonaba, el Jarl apostaba a que habían cazado a uno de los dragones allí dentro. Bien conocía él los estertores agónicos de los dragones de escarcha. Para confirmar sus sospechas, los dos dragones restantes chillaron de rabia y se enfrascaron en una danza mortal con una hechicera elfa que, volando, les mantenía a raya con espectaculares y destructivos efectos lumínicos.
Eso es, estúpidas lagartijas. Mantened ocupada a la bruja y sus hechicerías. Mientras, mis muchachos y yo nos haremos con el castillo.

Nuevamente, dos gigantes escalaron los muros. Esta vez eran los hermanos Sigufrid y Sigmund, ella una poderosa medico-brujo, y él un afamado guerrero. Juntos no había oponente que se les opusiese. Comenzaron a masacrar a los pocos guerreros humanos que quedaban sobre las murallas ante los vítores de los demás gigantes, pero instantes después fueron golpeados por una tormenta de colores y desaparecieron como si nunca hubiesen existido.
En su lugar, un insignificante elfo volaba sobra la muralla. El Jarl lo reconoció al instante por las imágenes que el mensajero de niebla de los gigantes de las nubes le había enseñado. Hook. El asesino de su hijo.

-Por fin. ¡Hook, tu muerte ha llegado! Tu sangre correrá por tus murallas como el agua. ¡Agua roja! – aulló Ostmundssen agarrando con fuerza a “Hendedora”, su gran hacha. Con paso mesurado se acercó a la muralla y a su presa. 
Hoy moriría Hook…

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