viernes, 3 de abril de 2015

Un acto de Piratería más…


Anochecía en la cala, y el suave murmullo de las olas sobre la arena y las rocas y el graznido de las gaviotas que volvían a sus nidos, situados en los cortados que dominaban la playa, lograban enmascarar los menos usuales sonidos causados por las maromas de esparto, los crujidos de la madera asentándose sobre la arena y las pisadas de varias personas que, gruñendo, se afanaban en descargar sobre la playa voluminosas cajas procedentes de la sentina de un varado navio.

La cala era una de tantas que jalonaban el este de Kadesh. Situada en una costa quebrada, llena de peñascos, islotes y bahías, no era nada fuera de lo común. Poseía una buena playa de arena en donde se podía varar fácilmente un buque de poco calado, y sendos acantilados lo jalonaban al norte y sur, convirtiéndola en un buen puerto natural aunque de reducido tamaño e incapaz de albergar nada más grande que un mercante de tamaño medio o un par de galeras ligeras. Unas pequeñas cuevas naturales en el risco norte ofrecían un adecuado refugio o podían servir de almacen temporal, y una pendiente suave, cubierta de matorrales pero transitable para mulos, daba acceso a las tierras del interior y a la denominado “Camino de los Reyes: la gran carretera paralela a la costa que recorría el litoral de Kadesh desde la frontera con Nihilia hasta los estados de Ur-Kadesh, muy hacia el oeste, y que innumerables ejércitos habían recorrido en un sentido u otro a lo largo de los siglos. El lugar hubiese sido apropiado para albergar una pequeña comunidad de pescadores, pero no disponía de una fuente de agua cercana, de modo que permanecía deshabitada y olvidada… olvidada para todos excepto para los contrabandistas, los cuales encontraban su remota localización, su puerto, sus cuevas y el sendero natural idóneos para sus actividades.
De ese modo, las gaviotas contemplaban irritadas más que sorprendidas la presencia de una Kyrenia, un panzudo navío mercante helénico, que había arribado en pleno ocaso y al cual habían salido a recibir varias docenas de individuos y mulas que se habían ocultado en las cuevas a lo largo de todo un día. Ambas partes se habían saludado con el acostumbrado intercambio de contraseñas, y tras ello los marineros habían comenzado a descargar las cajas del barco, mientras sus clientes las cargaban en las mulas. Todo se realizaba eficiente y silenciosamente, lo que demostraba que ninguno de los participantes era precisamente nuevo en esas lides.

Cuatro figuras se paseaban entre las cajas, comprobando que estuviesen en buen estado y que los números, escritos en tiza y en código, se correspondiesen con los anotados en una tablilla de cera que portaban. De los cuatro individuos, uno de ellos era un típico kadeshita ghazari, de piel cetrina, constitución férrea y prominentes barbas rizadas. Iba ataviado con una sobrecargada túnica multicolor que le cubría desde los hombros hasta los tobillos. De los otros presentes, dos figuras eran mucho más estilizadas, y una de ellas era aún más alta que el masivo ghazari. Ambas estaban enlutadas con ligeras capas pardas, que les cubrían por completo, si bien un ligero tintineo metálico desvelaba que estaban armadas y portaban algún tipo de armadura.  El último individuo era un sujeto enorme y aparentemente torpe, que sacaba una cabeza al más alto de los enlutados e iba siempre detrás del alto enlutado, observando sus movimientos. Al igual que ellos iba cubierto por una enorme capa parda, pero de un tejido más basto.
Conversaban entre ellas en susurros, en un idioma que no parecía Ghazari, pero guardaron silencio cuando el capitán del navío se acerco a ellos, con el clásico paso bamboleante de quien lleva mucho tiempo en el mar y no está acostumbrado a andar por tierra firme.

-Y bien, Asgur ¿está todo correcto? – preguntó el panzudo capitán, dirigiéndose al ghazari con el nombre por el cual le conocía y que no era ni remotamente parecido al que le habían otorgado sus progenitores.

-Estamos comprobando que todo esté en orden y que no falte nada

-Mis muchachos se impacientan. Nos gustaría salir mientras la marea esta aun alta y estar lejos de la costa antes del amanecer. Últimamente hay muchas galeras de guerra patrullando estas aguas, tanto de vuestros principados como de los Nilienses. No se qué os traéis entre manos por aquí, pero a los honrados comerciantes nos hacéis la vida difícil – bromeó el helénico.

El ghazari se tensó durante un momento, y luego sonrió plácidamente, con una mueca que no engañaba a nadie y bajo la cual se atisbaba una implícita amenaza.

-Acabaremos muy pronto, amigo. No hay nada de qué preocuparse. En cuanto a los problemas locales, no nos atañen para nada. Aquí estamos entre honrados comerciantes, y las intrigas y conflictos que azotan estas tierras no nos atañen para nada ¿no?

-Exacto, exacto. Por eso quiero partir cuanto antes, con la plata prometida… - contestó el panzudo marinero. Se le veía nervioso, y la figura alta y enlutada se le quedo mirando, pensativa.

El grupo continuó revisando las cajas, acompañados por un capitán que aumentaba visiblemente su nerviosismo. Finalmente encontraron el porqué de tantos nervios.

-Esta caja se ha abierto – manifestó Asgur, mirando acusador al helénico.

El contrabandista sudaba profusamente.

Fue un accidente! Durante una tormenta se rompió un amarre y la caja se cayó y se abrió. ¡Pero no se ha roto nada!

La figura alta y estilizada se arrodilló junto a la caja y la abrió. Dentro había unos masivos cilindros de bronce, con agujeros a intervalos regulares y grandes agujeros en los extremos. Los cilindros mostraban profusas decoraciones y gravados, así como talladuras de letras.
El enlutado maldijo entre dientes en un idioma que, desde luego no era ninguna variante del Kadeshita.

-Malditos idiotas

Se levantó y se encaró con el mercader, observándolo detenidamente con penetrantes ojos grises, escrutándolo.

-Dígame, capitán Eclamostes ¿Sabe qué es esto? – pregunto en un correcto Helénico. Su voz era profunda, y su acento más seco y directo que los agudos tonos cantarines de los Kadeshitas.
El contrabandista empalideció aún más, quedándose blanco como la cera. Había viajado por todo el mundo y bien conocía él ese acento.

-Ja…Jamas había visto nada igual- mintió el grueso capitán, tartamudeando, intentando salvar la vida, pero aunque se preciaba de poder engañar al más hábil de los aduaneros, aparentemente no logró confundir a su interlocutor. El conocía bien la función de esos rodillos, puesto que había viajado mucho, visitado muchos puertos y servido en muchos barcos, y el nerviosismo de saber de esos armatostes dio al traste con su sangre fría, dejando la mentira al descubierto. Vio la muerte en los ojos del alto sujeto, y se giró para intentar huir.
El alto individuo extrajo una ancha espada corta de su capa y con una rapidez inusitada la hundió dos veces en el costado del capitán. Este se derrumbó gritando y vomitando sangre, e intentó arrastrarse hacia su navío y sus hombres, pero el alto sujeto lo agarró firmemente de un hombro y hundió por tercera y definitiva vez su espada en la nuca del desdichado marino, acabando con su agonía al instante.

-Matadlos a todos – ordenó a sus acompañantes.

Los cargadores y arrieros kadeshitas sacaron de sus túnicas dagas, palos y hasta espadas cortas y cayeron sobre los marineros helénicos como lobos. Sin embargo, aunque ampliamente superados en número, los helénicos eran experimentados marinos del Mar Interior, avezados en todos sus peligros y hartos de combatir por sus vidas contra piratas, contrabandistas rivales y clientes insatisfechos. Sacaron a su vez una variopinta colección de armas y defendieron desesperados sus vidas mientras intentaban llegar a su barco y desencallarlo.

-Hay que acabar con este ruido, maldita sea. Si pasa una patrulla por aquí cerca  lo oirá, y entonces estaremos perdidos… – gruñó Asgur

El alto enlutado se llevo un silbato a los labios y emitió un sonoro pitido.
Obedeciendo la orden, ocho figuras igualmente encapuchadas salieron a la carrera de las cuevas. Blandían espadas cortas y escudos, y algunos llevaban lanzas. Atacaron a los helénicos sin piedad alguna. Trabajaban por parejas, con una coordinación era perfecta; mientras el primer guerrero atacaba frontalmente al desdichado marinero, el segundo le embestía por el costado, desequilibrándole y clavándole con saña la letal espada. Otros lanzaban sus venablos con mortal precisión sobre los marineros que estaban sobre el barco. En breves instantes, la lucha había acabado y todos los contrabandistas estaban muertos o mortalmente heridos. Los encapuchados se paseaban entre los cadáveres, rematando a los heridos fría y eficientemente.

Asgur se acercó a los tres enlutados, que contemplaban impertérritos la masacre.

-El Señor Rojo siempre se deleita con la sangre de infieles, pero ¿era realmente necesario esto? Nos costará encontrar a otro contrabandista tan eficiente como el finado Eclamostes y sus hombres

-No los he matado en honor del Señor Rojo, Asgur. El capitán Eclamostes había descubierto qué era exactamente lo que había en la carga, y peor aún, su lugar de procedencia. No podíamos dejar que se fuese de la lengua – contestó el alto enlutado en un ghazari bastante fluido.

-¿Cómo lo descubrió? – preguntó el otro enlutado en un ghazari macarrónico pero funcional.

-Esos burócratas imbéciles enviaron piezas estándar, con las marcas del artesano y todo. Y además, el cretino de Eclamostes parecía saber exactamente la función de las piezas. Puede que las viese en acción en algún sitio, a saber. Una desafortunada cadena de circunstancias… tanto para él como para nosotros. Ahora tendremos que buscar otros mensajeros de confianza.

-No será fácil, si se corre la voz de su final los demás contrabandistas se figurarán que fuimos nosotros, los clientes, quienes acabamos con él y no querrán saber nada de ningún contrato con nosotros.

-Quememos el barco – propuso Asgur – eso borrará todas las pruebas.

-Ni hablar, Asgur. La luz de un incendio como ese se verá desde millas a la redonda y atraería atención sobre esta cala, que está llena de huellas bastante esclarecedoras. No. Lo que haremos será cargar todos los cadáveres sobre el barco, desencallarlo y conducirlo fuera de la cala. Luego quedará a la deriva. Si choca contra los acantilados y se hunde estupendo, y si por desgracia no es así y lo encuentran aún a flote pensarán que se trata de un acto de piratería más

-Excelente idea, mi señor. Daré orden a mis hermanos de proceder como ordenaís – manifestó satisfecho el ghazari mientras se marchaba a organizarlo todo.

Los encapuchados guerreros se reunieron en silencio alrededor de sus lideres, limpiando cuidadosamente sus armas con trapos aceitosos.

-Bien hecho, muchachos. Habéis salvado una dura situación. Estos memos kadeshitas iban a dejar que los contrabandistas huyesen en el barco, y entonces se habría descubierto todo. Esta misión es fundamental y no hemos de fallar bajo ninguna circunstancia.

El segundo enlutado saludó marcialmente a su líder.


-No se preocupe, señor. Cumpliremos nuestra misión. Convertiremos a estos cabreros fanáticos en una auténtica amenaza, y esta tierra estará bañada en sangre cuando llegue la primavera, tal y como nos ordenaron


El Kyrenia del capitán 

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