martes, 19 de febrero de 2013

Hielo azul, agua roja I

Ostmundssen “el Quebrador”, Jarl de Isstjerne, contemplo con satisfacción y algo de alivio las familiares siluetas de su fortaleza, tallada y construida afanosamente entre las masivas escarpaduras de Hielo Azul, la colosal masa glacial que dominaba toda la región. El que hubiese acabado su viaje de caza sin ninguna incidencia era un buen signo que mostraba el favor de los dioses, ya que incluso los poderosos guerreros de Ostmundssen podían caer víctimas de los múltiples peligros de las salvajes tierras en las que habitaban.
 
-Vamos, perros holgazanes. Avanzad más aprisa. No quiero pasar la noche al raso de nuevo estando a las puertas de casa, y desde aquí huelo el guiso de mi mujer – gritó a sus cansados guerreros. Estos le contestaron con gritos de entusiasmo e insultos, y redoblaron el paso, empujándose unos a otros y sacudiéndose con los grandes fardos y pesos que cargaban en sus espaldas o sus manos.
Había sido una provechosa expedición, y volvían cargados de bienes y comestibles, desde marfil y escamas de remoraz, pasando por pieles, a sacos enteros llenos de pescado ahumado y carne fresca. Ostmundssen estaba satisfecho; seguro que las mujeres les recibirían bien.
Repentinamente se detuvo. Se había fijado como el viejo Jossmunder, que ya comenzaba a mostrar su avanzada edad pero era aún un poderoso guerrero notable por su dilatada experiencia, se había parado e inclinaba la cabeza en un gesto extraño. Pensó en darle un buen rapapolvo y unos cuantos golpes por retrasarles, pero algo en su actitud le inquietó y se acercó a él.
-¿Qué te pasa, Jossmunder? ¿Acaso Thrym te ha sorbido el poco seso que te quedaba? Avanza con el resto de una vez y no nos hagas perder el tiempo, que quiero llegar pronto a casa
-¿No lo oís acaso, Ostmundssen? El suelo mismo se queja y se agita
El Jarl bufó e intento afinar el oído, centrándose en los sonidos de su entorno más allá del jaleo que hacían sus guerreros al avanzar peleándose entre ellos. Notó el viento proveniente del sur, más cálido de lo que debería ser a estas alturas del año, y como aullaba entre las lejanas espiras de Hielo Azul; como el inquieto terreno, siempre en un perpetuo y lento movimiento, emitía su eterno quejido. De repente lo notó también, una vibración que no debería haber estado allí, un quejido suave y constante, lejano pero ominoso, proveniente de…
-¡No! – gritó a pleno pulmón, saliendo disparado hacia sus sorprendidos hombres y la fortaleza que había más allá. Sus enormes y poderosas zancadas le hicieron rebasar pronto a sus guerreros, los cuales se afanaron en intentar mantener su velocidad.
No habían recorrido ni la cuarta parte de la distancia que les separaba de Isstjerne cuando sobrevino el desastre y el Jarl y sus guerreros se pararon impotentes ante la sobrecogedora visión.
Entre quejidos y chirridos, una enorme arista de hielo de varios cientos de metros de altura se desquebrajó lentamente y procedió a deslizarse y caer, arrastrando toneladas y toneladas montaña abajo, hacia Isstjerne.
Horas después, el Jarl rebuscaba entre los fragmentos de hielo aplastado y rocas sueltas que había sido gran parte de su ciudadela. Lágrimas de rabia salían de sus ojos y se congelaban instantáneamente en el gélido ambiente, antes de caer al suelo en forma de diminutos diamantes. Hacia no mucho que había desenterrado el mutilado cuerpo de su hijo más joven, al cual tan siquiera había puesto nombre aún. Jamás se convertiría en un gran guerrero, y Thrym no lo acogería en sus salones helados.
-Padre, Olafssen os espera en la sala del consejo – comentó su hijo mediano, Ostmender. Su cabeza estaba vendada en su mayor parte, con un ojo y los labios tan hinchados que apenas podía hablar y ver. Había sido afortunado y no le aplastó la arista de hielo, solo le había afectado el derrumbe de una de las estancias.
El cansado Jarl se levantó y se reunió con el sacerdote, Olafssen, y los cuatro miembros supervivientes del consejo, algunos de ellos tan vapuleados como su hijo.
-¿Tenemos ya el recuento final, Wortungeim? – Inquirió
-Sí, Ostmundssen. Hemos perdido a dos guerreros, Sigfruer y Velkeiner. Incluyendo a vuestro hijo el más joven, a tres niños, uno de los cuales tampoco tenía nombre y que era él único hijo de Vorkemeir. Dos ancianos, y cuatro mujeres. También hemos perdido a unos veinte esclavos y tres de los almacenes de víveres. Este invierno será duro sin ellos. Ah, la herrería también es una ruina.
Ostumundssen se sentó pesadamente en un fragmento de hielo y miró pensativamente al sacerdote, que le devolvió la mirada sin inmutarse.
-¿Cómo ha sucedido, Olafssen? Y no me digas que es el castigo de Thrym a nuestra debilidad o nuestras faltas, o algo por el estilo, o te arreo. Nunca jamás Hielo Azul había tenido un desprendimiento en la historia de nuestro clan.
El sacerdote manoseo un fragmento de hielo con un hermoso color azul cobalto.
-He investigado la arista desprendida de Hielo Azul, Jarl. En la base de esta había hielo semi-derretido y charcos de agua – viendo la mirada de incomprensión de varios de los miembros del consejo, añadió –. El Hielo Azul se funde. Es lento, pero es visible, sobre todo en la cara sur. En esa vertiente los muros lloran agua líquida.
-¡Eso es imposible! – gritó iracundo Wortungeim – ¡Hielo Azul jamás ha sufrido un deshielo! Ni en los veranos más cálidos del sur ha sucedido, y mucho menos puede pasar a las puertas del invierno.
-Estamos de acuerdo en eso – repuso tranquilamente Olafssen – pero así es. El viento cálido del sur lo ha causado. Y antes de que lo preguntéis. Si, ese viento trae los rastros de una poderosa magia. El desastre que hemos sufrido ha sido causado por la magia. Alguien nos está maldiciendo.
-¿Qué podemos hacer? – tartamudeo asustado Veirnen, el miembro más joven del consejo. Varios de sus colegas le  miraron iracundos, pero antes de que alguien le reprendiese, intervino una nueva voz, que hablaba en el idioma de los Antiguos. Los guerreros miraron alrededor, pero no vieron a su interlocutor.
-Poderoso Jarl, todas vuestras respuestas tienen una sencilla respuesta. Acudir en una luna al Dedo Verde.
-¡Muéstrate! – rugió Ostmundssen agarrando su poderosa hacha.
-Como desees, aunque no te dirá demasiado – contesto condescendiente la voz. Una figura brumosa, similar al vapor, se hizo visible. El hacha del Jarl lo atravesó limpiamente al instante, pero sin ningún efecto visible.
-Es un espectro – gimió Veirnen, sin darse cuenta que estaba mostrando una marcada debilidad de carácter y arriesgando por tanto su posición en el consejo, por no decir su propia vida.
-En absoluto, joven – contestó condescendiente la figura brumosa con sus educados tonos – sencillamente es un siervo que me permite hablar con vuestra gente a largas distancias. Realmente no hay nada aquí salvo algo de niebla, viento, y mi voluntad.
-Hablas bien la Lengua Antigua, fantasma – gruñó Ostmundssen –, con lo que entiendo que estas versado en nuestras tradiciones. Pero no eres bienvenido aquí. Expón lo que quieras y lárgate de una vez.
-No he venido a insultaros ni a vos ni a vuestra gente, noble Jarl. Ni a deciros qué hacer ni daros consejo alguno, salvo que vayáis al Dedo Verde. Escuchad lo que allí se diga y tomad vuestra propia decisión. – Dicho esto, la figura perdió coherencia y desapareció arrastrada por el viento con un ligero suspiro.
-¿Qué hacemos, Ostmundssen? – Inquirió Wortungeim
-Nos vamos de inmediato al Dedo Verde. Tu te vienes, Olafssen. Y tú, Veirnen, miserable conejo asustado, nos acompañas. Elegid varios guerreros. Wortungeim, te quedas al mando, empieza a reconstruir lo que puedas y asegúrate de que no haya mas desprendimientos – dudo un momento – si es necesario, busca otro posible emplazamiento donde trasladar Isstjerne. ¡Juro por mis ancestros que el causante de esto pagará por ello con su vida!
*   *   *
En un lugar a mucha distancia de allí, una figura dejó de otear un colosal orbe de cuarzo y se recostó satisfecho en un enorme trono de lapislázuli. Entrelazó sus manos pensativo y sonrió ligeramente.
-Magnifico. Todo va encajando de acuerdo a lo planeado…

2 comentarios:

DSR dijo...

Uuuuyyyy Alvarito mal te veo...

Alvaro Etayo dijo...

Sois unos malnacidos. Si quiero ver si hay gente viviendo cerca resulta que no hay nadie, ahora si quiero hacer un pequeño oasis de calma y tranquilidad me aparecen niños muertos.
Ains....