martes, 4 de diciembre de 2012

Se aproxima el invierno. Un mal invierno...

Anochecía en la Ciudad de los Esplendores, y si el día había sido frio, ventoso y con fuertes chaparrones de agua-nieve, la noche en absoluto auguraba un clima mejor.

William Tums, conocido como "El Palas" en bastantes tabernas, andaba ruidosamente entre los panteones y monumentos de la Ciudad de los Muertos, con la herramienta que le daba el mote en ristre sobre el hombro izquierdo y una lámpara de aceite cubierta en la mano derecha. Su progreso se podía seguir fácilmente, no solo por el ruido que hacia al chapotear con sus pesadas botas impermeables, si no por el sonido monocorde de sus gruñidos y maldiciones, intercaladas con algún sonoro estornudo. No fue ninguna sorpresa por lo tanto que la patrulla compuesta por cuatro aburridos miembros de la guarida de la ciudad, que siempre estaban vigilando el cementerio por la noche para prevenir vandalismos o robos en las tumbas, fuesen raudos a comprobar el origen del tumulto. Se le oía bien, pese al viento y la lluvia.

- Vaya, Palas. ¿Que haces por aquí tan tarde? ¿No sabes que ya han cerrado las puertas del cementerio? - preguntó el cabo al cargo de la patrulla.

- Jajaja. Seguro que se quedo dormido agarrado a una botella de Zsar en algún mausoleo bien resguardado - comentó jocoso otro de los guardias

- Arg - gruño el enterrador, escupiendo una pesada flema - Como si no supiese que hora es. Pero hay trabajo acumulado, listillo. Varias tumbas nuevas, y aún me queda por tomar las medidas a varios nuevos clientes que ingresaron a última hora. El hecho de que vosotros holgazaneeis por los parques durante toda la noche blandiendo neciamente vuestras armas y jugando a los soldaditos no quiere decir que los pobres trabajadores no se deslomen de verdad por la ciudad...

Los miembros de la guardia encogieron los hombros y se despidieron precipitadamente de El Palas. La noche era larga, y no era cuestión de hacerla más larga aún escuchando las interminables quejas del grosero individuo.

- Jóvenes impertinentes y mal educados - gruñó el enterrador mientras se hurgaba la oreja, para acabar con un sonoro estornudo y un nuevo escupitajo. Y continuó su pesado andar con maldiciones redobladas – Vaya tiempecito. Nada normal para estas fechas. Se nota que se aproxima el invierno. Un mal invierno…

Finalmente, su camino le llevo a un edificio de ladrillo, bajo y anodino, localizado no lejos de las puertas del cementerio. Varios carros aparcados en las cercanías y un gastado letrero sobre su puerta lo identificaban como la morgue de Waterdeep. No había luces en su interior, y dentro hacia solo un poco menos de frío que en el exterior, lo que significaba que era un sitio bastante desapacible, pero El Palas ya estaba acostumbrado. Entró ruidosamente, con ruido de candados y puertas abiertas sin contemplaciones, pisotones y blasfemias varias, y pronto estuvo en la sala de preparación.
En ella reposaban cinco ataúdes de madera barata sobre otras tantas mesas de piedra. Palas blasfemo, pero respetuosamente se abstuvo de escupir. Había estado presente cuando la guardia había traído los ataúdes, y sabia que las victimas procedían del brote de cólera que se había declarado en la zona baja de la ciudad. Oficialmente el brote estaba controlado, pero había al menos veinte victimas y dos miserables callejuelas aún cerradas por las autoridades.
Normalmente, el brutal enterrador no dudaba en abrir algunos ataúdes a ver si podía aliviar a los difuntos de algunas posesiones que no hubiesen reclamado sus dolidos deudos o la propia guardia. Algún anillo por aquí o por allá, pendientes, pequeños amuletos, o si se terciaba incluso el ocasional diente de oro. Todo desaparecía rápidamente en sus bolsillos y el ataúd era cerrado nuevamente y como nuevo. La paga de enterrador no era muy elevada, y El Palas era dado a beber en exceso. Después de todo no hacia mal a nadie ¿verdad que no?
Sin embargo, ni el curtido individuo estaba tan loco como para abrir ataúdes con victimas del cólera dentro. Estos se irían al hoyo tal cual.

-Una pena, una auténtica pena. Que desperdicio. Aunque bien mirado, viniendo de esos barrios, no creo que llevasen mucho encima - murmuraba filosóficamente mientras medía los ataúdes con un cordel.

La labor de Tums le llevó finalmente al cuarto ataúd, pero cuando comenzó a medirlo contempló asombrado que la tapa estaba suelta y desclavada. Y el recordaba que todos habían llegado bien cerrados y con precintos de la Guardia. ¿Quién habría sido tan loco de abrir la caja de un apestado? Solo se le ocurría un posible culpable, su colega de profesión y hurtos a los muertos, Hon Woods.

-¡Hon! – susurró – Se que andas por ahí. ¿Cómo se te ocurre abrir el ataúd de estos? ¿No estabas cuando los trajeron? ¡Murieron de peste! ¿Estas chiflado o tan mal andas de pasta?

Comenzó a moverse con cuidado por la habitación, pero tropezó con algo tirado en el suelo que tintineo pesadamente: una palanca. La palanca de Hon. De acero forjado, pesada y fiable, bien la conocía él. Con ella y con su pala, él y su compadre se habían cargado a un necrófago hacía ya tiempo en el viejo panteón de los Tamish. Hon la quería como a una hija, y no la hubiese dejado tirada por ahí así como así.

-¿Hon?

Preparando la pala con ambas manos, tras dejar la lámpara sobre una de las mesas, y con un sentimiento de fatalidad, dio la vuelta al último pedestal, y ahí estaba Hon, tirado sobre el frío suelo. El Palas se precipitó sobre su compinche, y comprobó que aún vivía. Sin embargo, su aspecto no era muy saludable. Respiraba con dificultad y de forma jadeante, y sus manos se crispaban cada poco, como si sufriese dolorosos espasmos. Un poco de baba se filtraba por la comisura de sus labios, y sus ojos permanecían fuertemente cerrados. Sin ninguna duda sufría algún tipo de ataque.

-¡Resiste compadre! Voy a buscar ayuda – exclamó El Palas.

Se giró para ir hacia la puerta, pero luego lo medito “El ataúd. No lo puede encontrar abierto, o estaremos en un buen lío. Un par de martillazos y arreglado”

Acercándose al féretro comenzó a mover la tapa para ajustarla, pero entonces vio el cuerpo que guardaba; y éste le devolvió la mirada.
A lo largo de los años El Palas había visto bastante: zombis, esqueletos, el ocasional necrófago y en una ocasión hasta el afamado fantasma de Lady Debournhe. Después de todo, es lo que tenía trabajar en un cementerio; que los no-muertos formaban parte del lote. Pero jamás había visto nada como lo que le miraba fijamente a él. Los ojos de la criatura eran de un azul cobalto, como metal líquido, y brillaban con una fuerte luminiscencia, como si un fuego frío ardiese en el interior del cráneo del cuerpo. Sus pulsos eran casi hipnóticos, y el enterrador comenzó a retroceder cuando el ser se incorporó parcialmente y sacó el torso del ataúd.

Entonces sonrió. La cosa sonrió.

Tums comenzó a chillar como un poseso, a la máxima capacidad de su cascada garganta.

Nadie oyó sus gritos.

1 comentario:

DSR dijo...

Aaaaaggghhhh, pero que chungo estás últimamente! Parece que hay relación Madre-Hija hasta en las aventuras que viven las pobres...