“Mataras a Jhaelryna Viconia”. “Destruirás
a todos los intrusos que encuentres” clamaba la voz una y otra vez.
La criatura rugió irritada. Que
no daría por acallar la odiada voz de su amo. Todo su cuerpo le dolía horrores
y lo notaba extraño. Aún recordaba los prolongados tratamientos al os cuales le había
sometido el amo, y los dolores que había sufrido.
Pero tras esos horrorosos
dolores, se notaba extraño. Su visión había cambiado, y veía cosas que antes no
podía percibir. Y al andar notaba una extraña sensación… De hecho ¿no tenía dos
patas más? Y una musculosa cola se meneaba acorde a su irritación.
La criatura se detuvo confusa.
Tenía dos patas más, una cola y ¿qué mas? Si, lo sabía. De algún modo era
consciente de todas sus nuevas capacidades físicas, como si las hubiese poseído
siempre. ¿Acaso no había sido así? Estaba confuso y temeroso…
“Mataras a Jhaelryna Viconia”. “Destruirás
a todos los intrusos que encuentres”
Presa de fuertes dolores y con la
voz taladrando su primitivo cerebro, se revolcó en un calvero de nieve,
intentando desprenderse de la agonía que la atenazaba. Repentinamente, su fino
olfato captó un nuevo olor: bípedos. Tres de ellos a menos de cien metros hacia
el sur.
La criatura se puso de pie y
comenzó a avanzar silenciosamente hacia los desconocidos. Sus instintos depredadores habían tomado el control.
Si, eran tres
criaturas bípedas. Su olor delataba su nerviosismo, y las agudas percepciones
de la criatura notaron los latidos de sus corazones, y como la sangre corría
por las venas; su respiración acelerada y las diferencias de calor con respecto
al gélido ambiente. Las criaturas estaban nerviosas, o asustadas. Habían
sentido algo, tal vez su aproximación, y avanzaban cautelosas. Dos de ellas emanaban el frío olor del acero: portaban armas en sus
manos.
Cautelosa, la criatura se detuvo
dudando ¿Atacaría? Tres oponentes alerta y armados era una propuesta arriesgada aún para un
depredador avezado. Las probabilidades de resultar herido eran altas. Tal vez
sería mejor acecharles y esperar un descuido de las presas, un momento más apropiado…
“Mataras a Jhaelryna Viconia”. “Destruirás
a todos los intrusos que encuentres” zumbó de nuevo, agónica, la voz de su amo, apremiante, exigente.
Espoleada y medio enloquecida,
como si hubiese recibido una descarga eléctrica, la colosal abominación se
precipitó sobre sus desprevenidas presas. Sus garras se abrían y cerraban
convulsamente. La cola, erizada con su venenoso aguijón, se agitaba y goteaba
ponzoña sobre los árboles cercanos, corroyendo instantáneamente la resistente madera. Las plumas
de sus hombros y lomo, largas y afiladas como cuchillas se erizaron como una falange de letales picas. Su pico, masivo y
letal, comenzó a gotear una mezcla de saliva y sangre.
Había llegado el momento de
olvidar su agonía y centrarse en destrozar a otras criaturas.
Había llegado el momento de la
masacre.
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