La tormenta tronaba a lo lejos, descargando su furia en
dirección Oeste, hacia el mar. Hacía no demasiado había azotado esas tierras,
dejando lluvias torrenciales, iluminando la noche con el fulgor de sus rayos.
Ahora la furia de la tormenta había pasado, dejando los riachuelos casi
desbordados y el terreno cenagoso. Una luna creciente iluminaba tímidamente la
zona cuando su resplandor no se veía cubierto por los jirones de nubes,
rezagados de la gran tormenta, que arrastraba el viento.
Un búho plateado vigilaba su zona de caza desde un roble
situado en una estratégica posición, dominando el cercano riachuelo y su
vereda, así como los amplios prados que circundaban el alto muro que protegía
una colosal edificación a no demasiada distancia.
Los búhos plateados eran endémicos del bosque de Ardeep, y eran
unas maravillosas criaturas, de gran tamaño y notoria inteligencia. Según
muchos estudiosos, miles de generaciones de residencia en las tierras faéricas de Ardeep les habían dotado de una naturaleza casi-mágica y de la
inteligencia que esta conllevaba.
Este búho en concreto era conocido entre sus congéneres
como Ojo Agudo, y hacía honor a su nombre, ya que poco pasaba en sus tierras
sin que lo percibiese. Además de por su buena vista, Ojo Agudo era conocido por
su extrema curiosidad, y ésta hacía que estuviese sorprendentemente satisfecho
con como se estaba desarrollando la noche.
La tormenta le había impedido cazar durante varias horas, y
cuando esta remitió, el sonido de cuernos y griterío procedente del gran
edificio humano había mantenido a cubierto a las posibles presas. Sin embargo,
ese tumulto procedente del normalmente silencioso edificio había sorprendido al
curioso pájaro y exacerbado su curiosidad hasta tal punto que no había gruñido
ante la falta de presas.
Sin embargo, la cosa no se había quedado allí. Al cabo de
un rato las puertas del complejo se habían abierto, y una multitud de humanos
habían salido a la noche, portando antorchas, gritándose unos a otros con sus
poco armoniosos vozarrones y llevando aulladores perros. Habían registrado el
prado y los bosquecillos de manera frenética y luego se separaron en grupos,
internándose en bosques y cultivos y dirigiéndose con grandes prisas hacia la
gran ciudad al Oeste.
Ojo Agudo había contemplado con enorme interés esos
sucesos, preguntándose qué les pasaría a los humanos para que estuviesen tan
nerviosos. Sin embargo, ya habían pasado varias horas desde que se habían
marchado, y su atención había vuelto a encontrar algo con que cenar esa noche.
Llevaba un buen rato contemplando a varios ratones campestres – buscando el
momento adecuado en el cual se distrajesen lo suficiente como para caer sobre
ellos – cuando un nuevo evento le sobresalto y mandó corriendo a los
asustadizos roedores a sus madrigueras.
Una tubería que desaguaba en el cercano arroyo comenzó a
borbotear sonoramente. Su anteriormente estable flujo de cenagosa agua aumentó
su caudal, arrastrando gran cantidad de limo y barro y generando algo similar a
una oleaginosa ola. Parecía que algo empujaba el agua y el barro de la tubería
hacia el exterior.
El curioso búho se olvidó de los ratones y de su frustrada
cena y fijó su atención en ese nuevo suceso. De ese modo pudo ser testigo de un
insólito suceso que le dio mucho de que hablar ante sus congéneres durante
varias lunas.
El borboteo se hizo más frenético, y unas pequeñas manos
surgieron de la tubería, agarrándose firmemente a su borde exterior. Entre
gemidos y jadeos surgió poco a poco una pequeña figura, demacrada y
completamente cubierta de repugnante fango y otros innombrables fluidos. Tan
cubierto de maloliente roña estaba que parecía uno de los fabulosos hombres de
barro de los cuentos para niños. Únicamente los ojos, brillantes y enloquecidos,
eran visibles y demostraban que se trataba de un ser vivo.
-¡Libre! ¡Por fin
libre! – Farfulló la criatura con un grito infrahumano.
Sus dos brazos se levantaron hacia el cielo, y para más
teatralidad aún (y para gran gozo de Ojo Agudo) justo en ese momento un rayo
iluminó la escena con gran dramatismo y un trueno resonó con colosal estruendo.
Si supiese de la costumbre humana ante los espectáculos, el
búho hubiese aplaudido entusiasmado. Y más contento aún estaría si
supiese la identidad de la pequeña figura que, cojeando y maldiciendo, se
arrastraba lentamente hacia Waterdeep, eludiendo las patrullas que le buscaban
afanosamente. Este era uno de esos sucesos que, como los poetas afirmaban,
agitaban los Reinos y hacían tambalear las cancillerías.
O cuanto menos hacían temblar a los interesados en sus
pantalones.
Bertrand Pies-Belludos “el Horrible” volvía a estar en
libertad, tras muchos meses de penurias y una fuga de las que se forjaban las
leyendas: Había logrado escapar de los calabozos de la fortaleza que era el
manicomio de “Los Brazos de Mystra”, incapacitado a varios enormes celadores a
golpes con un hueso de costilla de cordero, y finalmente excavado durante horas
por entre la repugnante mugre del laberíntico sistema de cloacas del manicomio
hasta encontrar una salida. Nadie más que un halfling (famélico por añadiduría)
hubiese logrado pasar por esa infernal red de estrechas tuberías. Y solo
alguien con la determinación de Bertrand hubiese afrontado semejante calvario.
Y muy pronto tomaría cumplida venganza de los responsables
de sus desdichas…
1 comentario:
Grande, grande, grande, a pesar de ser un halfling! Este con tanta perseverancia acabará con todos nosotros!
Muy bueno!
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